Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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#FuerzaRafaelillo
Se cumple un mes de la cogida de Pamplona

#FuerzaRafaelillo

Luis Miguel Parrado

Fue por estas fechas, solo que hace ya 27 años. Era una tarde de esas de estío, sol y calor que en verano azota implacable la comarca de la campiña donde Jaén casi se funde con Córdoba. Allí, en una portátil instalada en Lopera, patria de ese genio de la música que se llamó Pedro Morales, toreaba un chavalín de Murcia que tenía más runrún que muchos matadores de toros. Recién cumplidos los 13 años en aquel agosto de 1992, Rafael Rubio ya se anunciaba en los carteles como Rafaelillo, y por aquel entonces parecía estar llamado a ser la continuación natural de Enrique Ponce, que en esas fechas estaba emergiendo como máxima figura del toreo. Tan menudo o más que Enrique, recuerdo perfectamente cómo tuvieron que buscarle una caja de refrescos para que subido en ella pudiera ver el desarrollo del festejo, ya que su altura no llegaba a la barrera. Allí vi torear por primera vez a Rafaelillo.

La verdad es que muchas connotaciones de su corta vida asemejaban un déjà vu de lo que había pasado con el valenciano, porque si éste se había venido desde tierras valencianas a la casa de Juan Ruiz Palomares en Navas de San Juan, el pequeño Rafaelillo había hecho lo propio desde Murcia a la morada de Juan Collado Ruiz, sobrino carnal del apoderado de Ponce. Encima, si enorme había sido la trayectoria de Ponce como becerrista, Rafa cuanto menos la igualó. Cogió un ambiente extraordinario y hasta llegó a cortar un rabo a un eral de Chopera en Mont-de-Marsan. Aquel día, vestido de fucsia y azabache, se metió en el bolsillo a la afición francesa. Cosas de la vida, cuán lejos estaba de imaginar que dos décadas después lo volvería a hacer por un palo muy, pero que muy distinto.

Después llegó el debut con caballos y pisar todas las plazas importantes. Algo pasó, pero aquello no funcionó como todos esperaban y el freno empezó a llegar a su carrera, más todavía después de un triunvirato de compromisos clave para él, Sevilla, Córdoba y Madrid, que afrontó en el plazo de una semana de aquel 1996 sin que ocurriera nada de relevancia. Ese mismo septiembre llegó la alternativa y, poco después, el parón. Cada vez menos corridas, cada vez más portátiles, y una fecha clave, la confirmación en Madrid un verano de 2003, punto de inflexión para que su nombre de nuevo repuntase, pero ya con otro sino marcado.

Yo creo que en esa etapa Rafa se acostumbró a sufrir y se hizo un tío de una pieza. No había sido fácil para él echar esa última mirada a casa cuando siendo un crío montó en el coche de Juan Collado dejando atrás el calor de una familia y una madre. Pero entonces era un niño, ahora un hombre. Un hombre que entrenaba y curraba muchas horas clavando hincos para fijar las alambradas en casa de Juan Collado. Un hombre que confiaba en sí mismo y en sus posibilidades, pero, ay, ¡se le estaba poniendo todo tan cuesta arriba!

Aquellos pelos mulatos y colorados de la etapa dorada se fueron tornando cárdenos y entrepelados. Aquel toreo de pellizco y arte que fue su sello durante años, en otro de capacidad; de ser capaz de pegarle pases a todo lo que saliera por chiqueros, de luchar a sangre y fuego por lo que quería conseguir. Y aún así, en cuanto tenía ocasión le pegaba lapazos de categoría al que se descuidaba. Hay algo que se me quedó grabado un día en casa de Los Rodeos, con un pedazo de colorado con el que disfrutó horrores. A mitad de una tanda se me quedó mirando y, como queriéndose reivindicar, jaleó “Ea, para que luego digan que Rafaelillo no sabe torear...”.

Para entonces ya se había presentado en Pamplona, por supuesto con Miura, la misma ganadería con la que le tocó pechar las 11 veces que ha hecho el paseíllo allí. La misma que le esperaba hoy hace un mes, el 14 de julio. Aquel chiquillo que cortó el rabo de fucsia y azabache en Mont-de-Marsan hacia el paseíllo 25 años después enfundado en un nazareno y oro. Sabedor de que las cosas habían vuelto a ponerse cuesta arriba, como cuando el horizonte era seguir clavando hincos para acabar la alambrada antes de empezar otra. Solo que a estas alturas ya había conseguido mucho de lo que soñó alcanzar. Para empezar, el respeto, el inmenso respeto del aficionado, que demasiadas veces no va parejo al del 'sistema', y por eso la única fecha que se adivinaba en su calendario era Dax por agosto. De hecho, habían vuelto a hacerle en Murcia la misma putada con que le venían pagando estos años atrás en Sevilla. Así es ese más que injusto circuito de las duras, donde hay muy poquita memoria con los héroes, cuya mayor recompensa al triunfo es que los anuncien con una del mismo palo, y si ese éxito no llega ya está la espada de Damocles encima amenazando con dejarlos fuera del circuito. En esa tesitura trenzó Rafael Rubio Luján el paseíllo aquella tarde del 14 de julio en Pamplona, buscando el éxito como balón de oxígeno para intentar quitar de en medio todas las piedras que habían vuelto a ponerle en el camino. Pero dentro del cáliz que tenía por delante, seguro que esa mañana en el hotel las horas se le harían más cortas pensando que dos días después estaría en casa, en ese hogar ganado a base de tardes de sudor, esfuerzo, lágrimas y sangre, celebrando su 40 cumpleaños con su mujer y esos dos soles que tiene por hijas.

Pero el destino, ese que sentencia que al que nace martillo del cielo le caen los clavos, le tenía reservado hoy hace justo un mes a un Miura que en principio no estaba ni reseñado para Pamplona. Seguro que él había visto cómo Trapajoso se metía por el izquierdo... pero había que hacer el esfuerzo porque esa era la hora, el momento y la plaza, así que tiró la moneda al aire y se puso de rodillas. El resto ya es sabido. Ese día, dos antes de su cumpleaños, Rafael Rubio Luján volvió a nacer. Por la noche y durante las jornadas siguientes las redes sociales se llenaron de mensajes de fuerza. Pero cuando ese apoyo le hace falta de verdad es ahora, en esta recuperación que va a ser larga y dolorosa. Ahora es cuando Rafa necesita sentir a la gente a su lado y saber que nadie se olvida de él. Ya llegará el año que viene, y entonces quiero pensar que el sistema va a ser generoso con un veterano de guerra que a punto estuvo de dejar su vida en el campo de batalla. Pero por otra parte se me revuelven las tripas pensando en una frase que otro pedazo de torero, José Luis Moreno, me contestó cuando le pregunté si había justicia en el toreo. “La misma que en la vida”, sentenció. Desde entonces, y hace más de diez años, no he parado de darle vueltas, porque para mí define perfectamente a un mundo, el del toro, donde por desgracia cada vez se premian más otros factores que el fundamental, que es lo que el torero ha sido capaz de ganarse en la plaza.

Pase lo que pase, el día que Rafaelillo vuelva a vestir de luces yo seré uno más de los que se partirán las manos aplaudiendo a un tío que lo merece de verdad. Pero mientras tanto no voy a olvidar que en estas fechas clave de la temporada, en este mes de agosto, mientras sus compañeros están toreando, él sigue pasando las de Caín para recuperarse, con el dolor físico y ese otro, a veces peor, que es tener la cabeza dando mil vueltas a todo. También sé que muchos, entre ellos yo, lo estaremos esperando pero, hasta que esa fecha llegue, que nadie deje pasar un día sin saber que ahora, ahora es cuando de verdad hay que acordarse de él y escribir aquello de #FuerzaRafaelillo.

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