Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
Volver
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!
Madrid. Crónica 18ª de la Feria de San Isidro

¡Siguen embistiendo! ¡Y siguen dando pases!

Alejandro Martínez

Nos quejamos casi todos los días del toro actual. Y con razón. Decimos que no embiste, que no tiene casta ni emoción. Y es verdad. Pero, claro, es que cuando da la casualidad de que alguno sí lo hace... Se va al desolladero con las orejas intactas. Fue el caso de la última novillada de esta Feria de San Isidro. Llevaba el hierro de La Ventana del Puerto, propiedad de Lorenzo Fraile y sus hijos, fue dispar de hechuras, y dio para mucho más de lo que fueron capaces de sacar los tres novilleros. Es verdad que hubo de todo; es cierto que alguno se acabó rajando, mientras algún otro se vino demasiado abajo; pero lo que también es verdad es que al ruedo de Las Ventas saltaron varios utreros para torear a placer y marcharte de la plaza por la puerta grande. Por ejemplo, el primero, bueno, noble y codicioso. Repitió mucho por ambos pitones, con calidad y humillación, aunque al final se aburrió y comenzó a salir con la cara más alta. También sirvió el segundo, noble y repetidor, aunque más justo de fuerzas y recorrido (sangró mucho). ¿Y qué me dicen del tercero? Quizás el más claro del encierro. Un novillo alto, mansito en el caballo, al cual picaron muy mal –como a casi todos–, y que demostró tanta bondad como fondo de casta en el último tercio. No se cansó de repetir, con recorrido, por abajo, y transmitiendo. Y tuvo duración. Un animal completo que se fue sin desorejar al igual que varios de sus hermanos.

Más sosa fue la segunda parte. Al noble cuarto, que también sirvió, le faltó transmisión. Lo mismo que al sexto, que tuvo nobleza y clase, pero escasa fortaleza tras el castigo sufrido en varas y una voltereta completa que se pegó en una de las salidas del caballo. El quinto, por su parte, se movió en las dos primeras series iniciales, pero después se rajó descaradamente y rehuyó la pelea.

¿Y qué hicieron los novilleros? Pues dar pases, muchos pases. Como buenos aprendices de las figuras actuales, demostraron, ante todo, su enorme capacidad para saturar al público a base de muletazos. Miles de derechazos, por cientos de naturales. Casi todos ejecutados en línea, de fuera a más afuera, acelerados, sin alma. Tuvieron, los tres, novillos para dar un golpe sobra la mesa y solucionar su incierto futuro; pero no aprovecharon la oportunidad. No dejaron su sello, no mostraron personalidad alguna; se limitaron a dar pases y a firmar faenas tan largas como carentes de emoción. Como Alejandro Marcos, un salmantino que había apuntado personalidad y buenas maneras, pero que anduvo más preocupado de componer la figura que de torear. Casi siempre vertical y desmayado, se olvidó de lo realmente importante. Dejó la mano muerta y se limitó a acompañar las embestidas de sus oponentes sin llevarlas toreadas. No hubo mando; los novillos fueron los que eligieron los terrenos y distancias. Además, y como consecuencia de esa falta de autoridad en la muñeca, surgieron muchos enganchones. Reseñables, si acaso, fueron dos o tres naturales templados y de buen trazo que logró ejecutar frente al primero. Luego, al final del trasteo, se llevó una tremenda voltereta de la que cayó muy feamente y, eso, junto a una estocada más efectiva que buena, le sirvió para pegarse una vuelta al ruedo, casi por su cuenta. Frío y mecánico, ante el cuarto dio mil pases y la gente no dijo ni pío.

La actuación de Joaquín Galdós fue todavía más preocupante. Si bien manejó con soltura el capote en ambos turnos, con la muleta se dedicó a tirar líneas y a retrasar la pierna cual figurita moderna. Acelerado, sin disfrutar de lo que hacía, no anduvo a la altura de la calidad del segundo y a su faena le faltó conjunción, ceñimiento y alma. Por si fuera poco, lo despachó de un bajonazo. Seguramente disgustado y contrariado, quiso desquitarse con el quinto y a éste lo mató de un espadazo ¡todavía más bajo y pescuecero! Horrible. Antes de eso, anduvo perdido y nunca pudo con el manso de los Fraile. La cantidad de trapazos enganchados que dio, debería invitar a la reflexión.

Y también decepcionante fue lo de Juan de Castilla. Después de sobreponerse a la adversidad y dar una lección de valor y firmeza hace justo una semana, el joven colombiano volvió para sustituir al convaleciente Luis David Adame y devolvió la oreja del lunes anterior. Vulgar y acelerado dejó escapar al notable tercero en un trasteo que contuvo tantos pases como poco toreo del bueno. Despegado, apostó por la cantidad sobre la calidad. Con el noble y flojo sexto, de gran calidad, se puso pesadísimo y recurrió al arrimón con el toro ya cadáver. Hasta se puso a pegar bernadinas cuando media plaza ya enfilaba la Calle Alcalá. En ese momento, el grito de un aficionado fue proverbial: “¡Pero qué pesaaoos sois!”. No lo sabe usted bien...

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 18ª de la Feria de San Isidro. Menos de tres cuartos de plaza. Se lidiaron seis novillos de La Ventana del Puerto, desiguales aunque correctos de presentación, y de juego variado. 1º noble, con calidad y codicia; 2º noble y repetidor aunque más escaso de fuerza y recorrido; 3º bueno y encastado; 4º noble y soso; 5º manso; y 6º con nobleza y clase pero flojo.
  • Alejandro Marcos: vuelta al ruedo tras petición y aviso y silencio tras aviso.
  • Joaquín Galdós: silencio y silencio.
  • Juan de Castilla: silencio tras aviso y silencio tras aviso.

 

Sigueme en Twitter Sígueme en Twitter @AlexMartinezzzç
Comparte y comenta esta noticia: