Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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¿Y los toros bravos?
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¿Y los toros bravos?
¿Y los toros bravos?
Madrid. Crónica 13ª de la Feria de San Isidro

¿Y los toros bravos?

Alejandro Martínez

Casi a la mitad de esta Feria de San Isidro, uno se pregunta lo siguiente: ¿y los toros bravos?, ¿dónde están? Tras diez corridas de toros (y dos novilladas), el toro bravo sigue en paradero desconocido. Ese animal fiero, encastado, también noble, pero que pelea en todos los tercios y lucha hasta el final; no ha aparecido ni en pintura. Al margen de algunos ejemplares sueltos de notable comportamiento (ninguno sobresaliente ni bravo de verdad), lo que ha salido tarde tras tarde por la puerta de chiqueros de la plaza de Las Ventas ha sido una cantidad de animales mansos, descastados e inválidos verdaderamente insoportable. Eso, por no hablar de que la suerte de varas, el primer tercio, se ha simulado día tras día con total descaro y con la complicidad del palco presidencial. Pero, pese a todo esto, aquí parece que no pasa nada. Si las cosas no salen, los “taurinos” lo achacan a la mala suerte, y santas pascuas. Nadie parece ir más allá, y alertar del problema de fondo: la mayoría de ganaderos han sucumbido a la dictadura de toreros y figuras y lo único que crían son borregos que den el mínimo número de problemas. Buscan ese animalito bobo que va y viene con infinita nobleza, que no le echa ni una mirada al de luces –eso es pecado mortal–, y que tiene las fuerzas justas no vaya a ser que les pegue un susto. La cabaña brava es la cabaña mansa; y los toros poderosos han sido sustituidos por los inválidos. Ejemplo de ello fue la corrida que lidió Fuente Ymbro en la decimotercera de feria. ¡Qué petardo! Un encierro, bien presentado en conjunto, que sin embargo deambuló entre la mansedumbre, la falta de casta y la invalidez más absoluta. Aunque sólo uno –el primero– fue devuelto a los corrales, si los picadores hubieran hecho su trabajo, seguro que algún otro (como el tercero o el cuarto) habría seguido idéntico camino. Otros, caso del segundo y el sexto, fueron mansos pregonados y, en vez de embestir, huyeron de los engaños. De la quema, si acaso, puede rescatarse al quinto –el único que cumplió en el caballo–, que en un principio sacó movilidad, aunque tuvo poco fondo y se aburrió muy pronto; o al mismo sexto, muy manso y rajado pero que, en la querencia, metió la carita por abajo. Sin duda, un balance paupérrimo con el que, quizás, Ricardo Gallardo esté satisfecho.

Pese a todo, los tendidos del coso madrileño, repletos de “isidros”, mantuvieron la fe hasta el final. Armados de infinita paciencia –y algún que otro gintonic–, esperaron más de dos horas hasta que pudieron sacar los pañuelos. Fue en el último, ya pasadas las nueve de la noche, cuando Alejandro Talavante hizo alarde de su condición de figura y se inventó una faena frente al mansísimo sexto. En terrenos de sol, Alejandro no se dio por vencido y acabó sujetando al toro en sendas series con ambas manos, en las que hubo firmeza y verdad. Lo mejor llegó con la mano izquierda, la de los billetes. Muy vertical y encajado, completamente cerrado en tablas, logró naturales largos, templados y de mano baja, cuando el triunfo ya se antojaba imposible. Como el trasteo fue de menos a más y alcanzó cotas de mérito e intensidad en las postrimerías, tras una estocada conseguida a la primera, hubo oreja. También colocado en el sitio anduvo frente al inválido tercero, un borrego tan noble como mansito, que pareció estar descoordinado. Sin bajar nunca la mano –porque, si no, el toro se derrumbaba–, logró pasajes de calidad que no tuvieron continuidad y que se vieron salpicados de enganchones y pausas a consecuencia del viento y la embestida descompuesta del de Fuente Ymbro. Debido a su escasa fortaleza, el animal se movió con un molesto e intermitente calamocheo, y a mitad de la faena se llevó a Talavante por delante. Tras un bajonazo, la petición de trofeo, fue minoritaria.

También, frente a frente, estuvieron –con sus respectivos y antagónicos conceptos– Diego Urdiales y Miguel Ángel Perera. El primero, uno de los toreros más ortodoxos y puros del escalafón; el segundo, una de las llamadas figuras que más y mejor practica el destoreo. Ambos se marcharon de vacío, aunque no ejecutaron el toreo de la misma forma. Urdiales, que se puso pesadísimo y no dijo nada ante el noble y descastado cuarto, al menos dejó detalles de gusto y torería con el primero bis. El sobrero de Buenavista, anovillado e impresentable, tuvo la fuerza muy justa y apretó hacia adentro, pero embistió mucho por abajo con exquisita clase y nobleza. El diestro riojano no lo cuajó, pero su labor contuvo muletazos de excelente trazo, sobre todo por el pitón izquierdo. Hubo personalidad y pureza, pero faltó rotundidad y ligazón. Problema este de la ligazón que no tiene Miguel Ángel Perera. El extremeño, experto en retrasar y esconder la pierna descargando la suerte, basa precisamente su concepto en encadenar muchos muletazos, aunque en ninguno esté colocado como Dios manda. Falto de frescura, hubo momentos en los que engañó a los del clavel, pero ni por esas consiguió levantar dos faenas soporíferas y repletas de destoreo.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 13ª de la Feria de San Isidro. Lleno de “No hay billetes”. Se lidiaron cinco toros de Fuente Ymbro, bien presentados, mansos, nobles, descastados y flojos; y uno (1º bis) sobrero de Buenavista, mal presentado, con clase, noble y blando.
  • Diego Urdiales: ovación con saludos tras dos avisos y silencio.
  • Miguel Ángel Perera: silencio y silencio tras aviso.
  • Alejandro Talavante: ovación con saludos y oreja tras aviso.

 

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