Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Belmonte, Pepe Luis, Curro y... ¡Padilla!
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Belmonte, Pepe Luis, Curro y... ¡Padilla!
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Belmonte, Pepe Luis, Curro y... ¡Padilla!
SEVILLA. CRÓNICA 14ª DE LA FERIA DE ABRIL

Belmonte, Pepe Luis, Curro y... ¡Padilla!

Alejandro Martínez

¡Por fin! Por fin, y por primera vez esta Feria de Abril, se abrió la Puerta del Príncipe. A falta de una tarde para el cierre del gran abono sevillano, ese umbral sacrosanto permanecía triste y huérfano. Nadie había logrado cruzarlo. Ni rejoneadores, ni matadores; nadie se había erigido en el nuevo rey de Sevilla y la Maestranza. Hasta hoy. Hoy, por fin, alguien se marchó en volandas camino del Guadalquivir. ¿Qué quién lo consiguió? Pues ni más ni menos que ese referente de la pureza, el valor y la gracia sevillana: Juan José Padilla. Bueno, es verdad que este grandioso matador no es sevillano, sino jerezano, pero tras el apoteósico triunfo de hoy, bien podríamos decir que Sevilla lo ha acogido como hijo predilecto. Padilla, tras cortar tres orejas y enloquecer a esa exigente plaza que es la Real Maestranza de Caballería, se marchó a hombros entre el clamor popular.

Todo el mundo coincidirá en que su actuación estuvo marcada por la entrega. Y es verdad. Padilla no pudo hacer más: a cada uno de sus oponentes los recibió a portagayola; anduvo variadísimo con el capote; levantó a los tendidos en sendos tercios de banderillas protagonizados por él mismo; dio miles de muletazos por ambas manos y de todas las formas posibles; metió la espada a la primera… Vamos, un recital en toda regla. Una actuación inconmensurable que ya quisieran haber firmado torerillos como Juan Belmonte, Pepe Luis Vázquez o Curro Romero. Y es que vistas determinadas reacciones del público que asistió esta tarde al coso del Baratillo, estos referentes de la tauromaquia sevillana ya tienen un digno sucesor. Lógicamente, y por si a alguien a estas alturas le quedaba alguna duda, no estoy hablando en serio. Bueno, aclaro, lo de que Padilla abrió la Puerta del Príncipe es verdad. Con ese tipo de cosas no se hacen bromas.

Sevilla ha tocado fondo. Hace mucho tiempo que algunos veníamos diciendo que esta plaza ya no es ni sombra de lo que era. Como decía el maestro Vidal, «desde que unos cuantos cursis asaltaron este templo del toreo…». Y es que eso es lo que pasa cuando las cosas se idealizan. Muchos se creyeron lo de que Sevilla es especial, diferente, que por su personalidad y seriedad es la segunda plaza más importante del mundo. Y sí, quizás lo fue. Pero hace tiempo, mucho tiempo. La realidad es que esta plaza perdió su identidad y categoría hace años. ¿Desde el indulto de Arrojado?, ¿mucho antes? Quizás. Pero no pasa nada. No importa que Sevilla haya dejado de ser una referencia creíble. Los “aficionados” sevillanos ya tienen bastante con aparentar. Compostura en la vestimenta, en el famoso silencio, en el carácter, en los olés… Todo sería muy bonito si se preocuparan lo mismo por lo verdaderamente importante: el toro y el torero. Porque de aquellos barros, estos lodos. Cuando al ruedo de la Maestranza salen astados impresentables y nadie protesta; cuando se está lidiando un auténtico inválido y allí no se oye una mosca; cuando se jalea y aplaude el destoreo bonito de Manzanares… Cuando todo esto ocurre sin la reprobación del respetable, al final pasan cosas como lo de hoy: que un torero vulgar y mediocre como Juan José Padilla, mediante populismo, tremendismo y teatro, se erija en triunfador de la Feria de Abril. Y ahora, que vengan los sevillanos a decirnos que en su plaza se siente predilección por el toreo bueno y bonito. Sí, ya nos lo han demostrado. Son tan sensibles que admiran aquello que otros ni siquiera somos capaces de intuir: la gracia, el duende y el pellizco de Juan José Padilla.

La corrida, que comenzó con casi media hora de retraso a consecuencia de la lluvia caída previamente, fue un cúmulo de despropósitos. Otro sábado de feria con un cartel “mediático”. Por allí andaban un torero joven y en sazón, Finito de Córdoba, y otros dos sólo aptos para los paladares más exquisitos: Juan José Padilla y El Fandi. Y, mientras tanto, un montón de toreros jóvenes con ganas de comerse el mundo… en su casa. Pero no importa. A la gente le da igual. Qué más da que Finito se pasara la tarde probando y reprobando un lote inválido. Qué más da que se saliera descaradamente de la suerte para dejar la espada allí donde fuera. Qué importa que ni Padilla ni Fandi dieran un solo muletazo en condiciones. Qué tontería es esa de que el toreo consiste en templar, mandar y cargar la suerte. O esa otra que dice que a los toros hay que matarlos por derecho y dejar la espada en todo lo alto. Está claro que estas son cosas de antiguos, de carcas, de amargados. ¿A la plaza no va uno a divertirse? ¡Pues fiesta!

Y hubo fiesta. El público pareció pasárselo en grande pese a que poco o nada mereció realmente la pena. Finito se fue como vino: sin hacer ruido. En su primera labor tan sólo una serie ligada por el derecho encontró eco en los tendidos. El ejemplar de Fuente Ymbro, tan noble como inválido, se pasó el trasteo defendiéndose y esforzándose por mantenerse en pie. Finito lo fulminó de un espadazo en los sótanos. Con el cuarto, de buena condición pero igual falta de fuerza, se limitó a dejar algunos detalles de calidad. Por su parte, El Fandi enardeció al gentío con sus carreras en banderillas y después desaprovechó a un buen sexto toro de Ricardo Gallardo que, hasta que se rajó, embistió por abajo con recorrido y transmisión. Dando pases a distancia sideral y con la muleta por las nubes, aburrió al bicho a base de trapazos y luego lo despachó de un infame bajonazo. Oreja. Con el mansito, descastado y flojo tercero, ni eso.

Pero la tarde fue de Juan José Padilla. Mucho más dispuesto que sus compañeros, convenció al público con tanta entrega como teatro. Tirando de populismo, buscó con descaro los aplausos y vendió muy bien el circo. Tanto es así que le premiaron con las dos orejas tras aburrir a mantazos al quinto, otro manso de la divisa gaditana que se movió mucho. Otro trofeo había cortado del también manso segundo, un animal parado y sin clase ante el que anduvo destemplado en una faena plagada de trapazos y enganchones que rubricó de una estocada trasera y desprendida. Vamos, una tarde para el recuerdo…

 

  • Real Maestranza de Sevilla. 14ª de la Feria de Abril. Tres cuartos de entrada. Se lidiaron seis toros de Fuente Ymbro, correctos de presentación, mansos, nobles y blandos.
  • Finito de Córdoba: silencio y silencio
  • Juan José Padilla: oreja y dos orejas
  • El Fandi: silencio y oreja
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