Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Bendita casta
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Albacete. 6ª Feria de la Virgen de los Llanos

Bendita casta

Alejandro Martínez

Tarde de expectación pues, por fin, Victorino Martín volvía a lidiar en Albacete. Casi dos décadas de ausencia, diecinueve años, sin que esta ya legendaria ganadería se anunciara en el ciclo manchego. Una ausencia absolutamente injustificada, no sólo por los buenos antecedentes de este hierro en la plaza albaceteña, sino por ser una de las divisas que más páginas de gloria ha escrito en la Historia reciente de la Tauromaquia. Y, claro, desde que la empresa anunció a Victorino en los carteles, los pocos aficionados que ya quedan al toro de verdad, a ese duro, encastado, y exigente, estaban ilusionados y expectantes. 13 de septiembre, una fecha marcada en rojo en el calendario. Y llegó el día y Victorino no defraudó. No fue la suya una gran corrida, esa completa en todos los tercios que tantas tardes nos ha emocionado; pero el ganadero de Galapagar lidió un encierro variado que mantuvo en todo momento el interés. Y eso, señores, es lo importante. Nadie se aburrió y, además, pudimos disfrutar de dos astados encastadísimos y notables. Fueron los lidiados en tercer y quinto lugar, dos espectáculos por su casta y exigencia.

Uno, el tercero, le correspondió a un Rubén Pinar que, a la postre, fue el triunfador de la terna. De la tarde del manchego sobresalió su actitud, siempre entregada, y la dignidad y suficiencia con la que estoqueó a su lote. Para empezar recibió a ese tercero con un fantástico recibo a la verónica y una media de remate. Ganó terreno, meció el capote con templanza, y arrancó la primera gran ovación de la tarde. Después, de nuevo, volvió a brillar en un buen quite. El de Victorino no fue gran cosa en el primer tercio. Y es que ese fue uno de los puntos negativos de la corrida del hierro de Albaserrada. Esperábamos un gran espectáculo en el caballo, pero el comportamiento de los pupilos de Victorino fue más bien discreto en el peto. En cambio, ese primero de Pinar, Verdasco de nombre, desbordó casta en el último tercio. Toro más fino que sus hermanos, agresivo de cara, degollado… nos reconcilió con ese animal que no se deja ganar la partida y que exige sitio, valor y mando a su matador. Rubén destacó por momentos toreando con templanza y acoplándose a la poderosa embestida de su oponente, aunque es verdad que en algunos compases del trasteo el de Victorino estuvo por encima. Era difícil estar a su altura y encontrar la distancia, altura y velocidad adecuada, pero el de Tobarra puso tanta voluntad que conectó con un cariñosísimo público que ya antes de que saliera su primero le reconoció con una fuerte ovación. Lo mató de una estocada caída y cortó la única oreja de la tarde.

El sexto, bien presentado, fue de los astados más exigentes y complicados. Tenía la característica viveza de los victorinos y también ese comportamiento casi único en el campo bravo. Reponía siempre y no toleraba un error. Rubén Pinar se metió con él y, a base de sobarle con oficio, acabó pudiendo estirarse en algún pasaje de la faena. El toro tenía esa importancia que sólo da la casta y, pese a que la labor de Pinar no fue rotunda, tras un pinchazo y media estocada en muy buen sitio, pudo dar una vuelta al ruedo como premio a su actitud. Por cierto, que con esa media estocada en todo el hoyo de las agujas; incluso con la sangre brotando de su hocico; el de Victorino no abrió la boca y arreó a todo lo que había a su alrededor queriendo luchar hasta el final. ¡Vaya imagen!, ¡bendita casta!

Y si no ese Verderón que saltó al ruedo en quinto lugar. Toro bravo, de esos que cada una de sus embestidas es un mundo. Tras pasar sin pena ni gloria por el caballo montado por el gran Tito Sandoval, salieron a escena los hombres de plata de Javier Castaño y la música empezó a sonar. Bonito detalle que reconocía la actitud de los mismos hombres en el segundo de la tarde. Y si Adalid estuvo bien, mejor aún fue el par que colocó Fernando Sánchez. Sin duda, par de premio. Sánchez fue andando con despaciosidad, vistosidad y torería al toro y cuando ya estaba muy cerca, éste se le arrancó a la velocidad del rayo. Fernando se encontró con él, reunió los palos, y se asomó al balcón para dejar un supremo par en el que se la jugó sin cuentos. Los pitones le rozaron la taleguilla y volvió a demostrar la diferencia entre un pedazo de banderillero y un mero atleta ventajista. Y eso por no hablar de Marco Galán, que en las dos lidias del lote de Castaño dio una lección de cómo se brega un toro bravo. Tras este espectáculo, Javier cogió espada y muleta e hizo lo que pudo ante la máquina de embestir que era Verderón. ¡Qué codicia!, ¡qué exigencia!, ¡qué casta! El de la divisa azul y encarnada no fue fácil, claro, pero es que un toro bravo nunca lo debería ser. Sabía siempre lo que se dejaba atrás, pero cuando se le hacían las cosas bien respondía por abajo con una transmisión e importancia sin iguales. En muchos momentos el salmantino tuvo que perder pasos y casi huir de la jurisdicción de un enemigo que casi se lo come. Tras dejar la sensación del que quiere, pero no llega a dominar a su oponente, Castaño pinchó varias veces y fue silenciado. El segundo en cambio no se pareció a Verderón. Ese fue un animal más asaltillado que llegó al último tercio con mucha nobleza y calidad, pero la casta y transmisión muy justas. Javier Castaño anduvo templado aunque por momentos faltó ajuste y tras errar con la espada en repetidas ocasiones sólo pudo saludar una ovación.

Por su parte, Antonio Ferrera, que abría cartel, no anduvo al nivel esperado. Aliviado y sin encontrarse nunca a gusto, no logró el lucimiento ni con las banderillas ni con la franela. Su primero, más ibarreño, fue un mansote que acabó aburriéndose, mientras que el cuarto tuvo mucho que torear, pero siempre y cuando se le hicieran las cosas bien.

 

  • Plaza de toros de Albacete. 6ª de la Feria en honor a la Virgen de los Llanos. Con casi lleno en los tendidos, se lidiaron seis toros de Victorino Martín, desiguales aunque bien presentados, y de variado e interesante juego en general: 1º mansote que se acabó rajando; 2º noble aunque con la casta justa; 3º encastado y bueno; 4º con mucho que torear, pero menos claro; 5º encastado y muy exigente; 6º complicado.
  • Antonio Ferrera (rosa y oro con cabos negros): silencio y división tras aviso.
  • Javier Castaño (blanco y oro): saludos tras aviso y silencio.
  • Rubén Pinar (blanco y oro): oreja y vuelta tras leve petición.

 

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