Hoy en Madrid el destino, la vida, el karma... Dios en definitiva, hizo justicia. Huelga recordar que una tarde de agosto de hace dos años un toro estuvo a punto de dejar en silla de ruedas a David de Miranda para el resto de sus días. Sólo él sabrá cómo fue la travesía del desierto hasta que volvió a ponerse un traje de luces, y sólo él todos los miedos, todas las incertidumbres y todas las ilusiones que habrá acumulado desde que le dijeron que confirmaba alternativa en San Isidro en uno de los carteles estelares hasta que por fin amaneció el día. David llegaba a Madrid sólo con esta corrida firmada y otra en su Huelva por agosto. Nada más. Así que tampoco quiero imaginar el trago que se debe pasar ya no durante todo el día de hoy sabiendo que te juegas gran parte, o todo tu futuro inmediato. Y qué pasaría por su cabeza desde que cayó el primero, que fue una auténtica birria, hasta que salió el último.
Se llamaba Despreciado, pesaba nada menos que 605 kilos y cerraba una corrida de Juan Pedro que fue en línea ascendente muy poquito a poco. Este fue un toro bravo, serio, encastado y codicioso, que se vino como un tejón a las telas de David, que ya trenzó un quite por chicuelinas donde los pitones pasaban tan cerca que afeitaban los hilachos de la taleguilla. No había perdonado el onubense ni uno de esos quites, y ya en el quinto había dibujado uno por tafalleras de tremenda quietud. La misma que hubo cuando citó al sexto desde los medios y el juampedro se vino como un tren al cite que cambió por la espalda su arrancada. Ya todo fue firmeza y ligazón en un palmo de terreno, siempre con verdad, capacidad y un asiento bárbaro cimentado en un valor a prueba de bombas. Hubo un trance, recién puesto por el izquierdo, brutal pero casi imperceptible, cuando el toro se quiso quedar en los tobillos y él toco con suavidad para romperlo hacia delante y ganarle la partida. Además, tuvo sentido de la medida, siendo el epílogo una tanda sobre el derecho que abrochó con una arrucina en la que el cinqueño, que no regalaba sus embestidas y siempre exigió ir muy toreado, no pasó y estuvo a punto de echarle mano. El epílogo definitivo fue una estocada tras la que todos empujamos para que el toro se echara. Y lo hizo. Dos orejas y David a hombros mirando al cielo de Madrid, ese que hoy aleja de su cabeza definitivamente el infierno de aquella tarde agosteña de 2017.
En los otros cuatro toros Madrid mostró que es plaza de filias y fobias. Ah, y que está perdiendo el rumbo a causa de algunos personajes de criterio errático que se sientan en el palco a presidir. Hoy, por ejemplo, no era de recibo echar para atrás al cuarto de la tarde, que se había lesionado una mano en el tercio de banderillas, cuando El Juli ya le estaba instrumentando la segunda tanda. Salió como sustituto un sobrero grandón de Algarra que llegó defendiéndose a la muleta mientras las protestas en los tendidos arreciaban recordando a la gloriosa plaza de Madrid de hace años. Y como le tienen fobia a Julián pasaron olímpicamente de una faena donde mostró su solvencia habitual, limando los defectos del toro, al que potenció su fondo de descastada nobleza sin encontrar el mínimo eco en el público. Encima lo mató de aquella manera y le soltaron la que tenían guardada para él. Antes había abreviado con un toro feo y ahogado de cuello que nunca embistió entregado. Para más inri, cuando cogió la muleta empezó a soplar un vendaval que impedía manejar los engaños a voluntad. Otra vez será.
Hablaba antes de fobias y filias. Si hay un torero que ahora mismo tiene a la afición madrileña de cara ese es Paco Ureña, al que sacaron a saludar tras el paseíllo, demostrándole su cariño y apoyo por todo lo pasado desde la cornada de Albacete. Por cierto, me da pena ver que se está perdiendo aquella costumbre tan caballerosa de compartir esas ovaciones con los compañeros de cartel. Será que yo soy el que se está convirtiendo en un carca nostálgico. Lanceó bien Paco de salida y gustó su forma de doblarse y encadenar los primeros muletazos para empezar faena allá por el tercio del 6. Hubo a mitad del trasteo una tanda al natural rotunda, limpia y ligada. En ese momento pareció que aquello iba a coger un vuelo imparable, pero sin embargo, antes y después, aunque Paco citaba dando los frentes y embrocaba bien, las cosas ya no surgieron tan fluidas, e incluso hubo varios enganchones. Lo que es tener Madrid de cara, hasta eso le aplaudían. Pinchó y eso hizo que se esfumara la oportunidad de una oreja de esas que da Madrid a sus toreros. Se la dieron en el quinto, donde nuevamente mostró entrega, disposición y altibajos con un toro que fue potenciando virtudes, sobre todo por su gran pitón izquierdo, aunque había que administrarlo en tandas cortas. Siempre con Las Ventas empujando, Paco finalizó con unas manoletinas que dejaron aquello en todo lo alto y se perfiló para matar. La espada cayó baja, tanto que provocó un desagradable derrame. Fue sorpresivo que le pidieran la oreja con tal colocación del acero, pero más aún que quien se supone que debe velar por la seriedad del espectáculo se la diera. A mí, la verdad, me dio por pensar en la pena que me produce ver en qué están convirtiendo la plaza que debe ser mascarón de proa del toreo y, también, en que en este país no dimite ni Dios. Mirad al palco de Las Ventas y decidme si no tengo razón.
Puerta grande para David de Miranda, que se revela como la gran sorpresa de San Isidro, desorejando a un buen toro de Juan Pedro Domecq. Tarde de no hay billetes, en la que Paco Ureña rayó a gran altura cortando una oreja. El Juli, sin opciones.#SanIsidroenToros pic.twitter.com/sqIivoxXQi
— Toros (@toros) 24 de mayo de 2019