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El curioso caso de los llenos a caballo
Opinión. La 6ª de Albacete, por Leo Cortijo

El curioso caso de los llenos a caballo

Leo Cortijo

Hay una tendencia cada vez más notoria en muchas plazas, y es que el festejo de rejones supone la mejor entrada de la feria. Sinceramente, no sé si es bueno o malo. No, no me he vuelto loco. Evidentemente un lleno nunca es una mala noticia, pero sí lo es que por Albacete hayan pasado ya figuras como El Juli, Castella o Perera y no hayan concitado el interés que sí despertó el festejo de rejones. Más que nada, porque no vamos a vivir de rejones toda la vida... Más allá de que en buena parte se trate de un público ocasional (por todos es sabido que muchos abonados ceden la entrada de este día a familiares y amigos), que acude por la plasticidad y belleza de los caballos, y por lo que con ellos son capaces de hacer los jinetes, no dejan de ser asistentes a un festejo taurino. En Cuenca, por poner un ejemplo, pasó tres cuartos de lo mismo, y es que la mejor entrada fue la del festejo del arte de Marialva junto con la de Morante, Manzanares y la alternativa de Espada. Ni Juli, ni Perera, ni Talavante, ni nadie generó tanta expectación. Es un dato, y ahí queda para la reflexión.

Y si el festejo resulta, como suele pasar a menudo, triunfal (porque otra cosa no, pero las lluvias de trofeos en estas corridas son más fuertes que las monzónicas), pues como para no repetir la próxima vez... Y así fue la sexta cita que marcó el ecuador de la feria. Siete orejas y un rabo pasearon los tres caballeros anunciados en el cartel, que tenía en la figura de José Manuel Munera el principal protagonista, pues tomó la alternativa. Solvente y digno, aunque con algunos altibajos, anduvo el albaceteño, que no obstante, consiguió (sin rotundidad) el triunfo que a buen seguro había soñado en los últimos días.

Lo mejor, como estaba previsto, lo ofreció Diego Ventura, que volvió a dar una gran dimensión dando otro golpe sobre la mesa en una plaza y una feria importante. Su temporada va viento en popa a toda vela, y así seguirá siendo mientras en la ecuación se combine su enorme capacidad lidiadora, su efectismo de cara al tendido y una cuadra de caballos de otra galaxia. El que no tuvo tanta suerte fue el paisano Sergio Galán, y es que al conquense, siempre sobrio, puro y clásico, le tocó bailar con las más feas, aunque tampoco tuvo su tarde con los aceros. Todo hay que decirlo. Ea.

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