Público festivo, ambiente playero y mucho cemento para la primera novillada del abono isidril, y es que la tarde fue todo un lunes de resaca, pero nada que ver con aquellas tardes en la década de los 80 en Sevilla cuando el final de la feria abrileña anunciaba su festejo más tradicional del ciclo hispalense poniendo el punto y final a dos semanas de toros. La duodécima estuvo minada por la resaca liguera y por un palco intervencionista que sigue sin sentar cátedra en aquello de la siempre deseada unanimidad, y es que tarde tras tarde asistimos estupefactos a concesiones de trofeos de dudosa condición y de escasa petición. Distintos criterios, y el que pierde es siempre el mismo: el que pasa por taquilla, y es que no se entiende que el Sr. Cano desoyera la unánime petición tras una meritoria faena por parte de un Jesús Enrique Colombo que estuvo a gran nivel. Es necesario que el criterio sea el mismo para todos. No se entiende que se otorguen trofeos con bajonazos por mucha petición que haya... ni tampoco que se pase de puntillas con meritorias actuaciones.
Y es que el venezolano dejó una buena imagen en su debut. Al menos estuvo dispuesto, con intención, con ganas y sacando esa raza torera que siempre se espera de un chaval que viene a jugarse el todo por el todo a Madrid. Colombo estuvo en novillero. Debutó ante un ejemplar bobalicón hasta decir basta, que pagó caro el peaje de una horrenda lidia, pero pronto se metió al público en el bolsillo, brillando con soltura con los rehiletes, donde a la postre se le notó bastante más rodado que con el manejo de las telas. Y eso que sobre la diestra instrumentó lo más lucido de una faena en la que se le echó en falta un mayor rodaje. Lo pasaportó de una estocada tras pinchazo, tras ser prendido sin consecuencias en el glúteo. El bravucón cuarto permitió lucimientos personales a un Colombo en ebullición. Volvió a tirar la moneda, y de nuevo gran nivel con los palos. Todo entrega ante un novillo que hacía el avión. Aún así, el venezolano dejó constancia de su escaso oficio en una labor plena de trallazos ahogando la embestida. Mató bien recibiendo un severo pitonazo en la rodilla saliendo trastabillado, y el palco desoyó la unánime petición.
Los más viejos del lugar señalaban al muchacho durante la vuelta y decían que «así se viene a Madrid», y no les faltaba razón. Ese áurea soñadora y ese hambre fue el alimento imprescindible para los dos compañeros de cartel de Colombo. Y es que tanto a Pablo Aguado como a Rafa Serna se les echó en falta la siempre esperada aptitud. Claro está, ambos dos cuentan los paseíllos que les quedan para ser coronados en San Miguel, y la tarde de San Isidro prácticamente quedó en un mero trámite.
Pablo Aguado dejó su sello con el capote pero le faltó redondear ambas actuaciones. Y eso que se la jugó con el segundo, un novillo desfondado al que le dejó muletazos sueltos de bella factura, en una faena que nunca llegó a tomar vuelo. Dos puñales llevaba el quinto en cada uno de sus viajes. Encastado y reservón, mantuvo en vilo a la cuadrilla durante gran parte de la faena por un pitón izquierdo por el que se le colaba. Pocas cosas apuntó, aunque una clarividente: con el uso de los aceros necesita mejorar.
Por su parte, a Rafa Serna se le vio apático y muy lejos de la imagen ofrecida en su presentación durante la temporada pasada. Confiado con un tercero aparatoso y falto de transmisión, dejó un trasteo anodino, y se estrelló con un sexto incómodo que buscaba más el cuerpo a cuerpo que las telas.
🎥 | De la mano de @toros, el resumen de la 1ª novillada de #SanIsidro2017 con @PrensaTjec, @infpabloaguado y @InfoRafaelSerna. pic.twitter.com/jDddX5iCPq
— Plaza de Las Ventas (@LasVentas) 22 de mayo de 2017