Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Éxtasis de la Fiesta moderna
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Madrid. Crónica 27ª de la Feria de San Isidro

Éxtasis de la Fiesta moderna

Alejandro Martínez

De golpe, el túnel del tiempo nos devolvió a la realidad actual. Del siglo XIX al XXI. Veinticuatro horas después de esa corrida durísima propia de otra época, Las Ventas se vio, de nuevo, sumida en el más infinito de los triunfalismos. Porque no hay nada que identifique más a la tauromaquia de nuestros días que ese triunfalismo exacerbado. Da igual si lo que allí pase sea auténtico y real o no; lo importante es el titular, el resultado numérico. Por eso, muchos querrán vender la moto y calificarán a la Beneficencia de este año como de corrida histórica, apoteósica. Pero no, nada más lejos de la realidad. Hubo cosas buenas, sí; pero muchas menos de las que puedan parecer. Por ejemplo, la doble puerta grande. José María Manzanares y Alberto López Simón salieron a hombros arropados por un público enloquecido que, por fin, pudo aplaudirlo todo y sacar los pañuelos a la mínima ocasión. Y todo gracias, también, a una corridita de Victoriano del Río tan mansa como noble. Las fieras de Saltillo dieron paso al toro del siglo XXI. Ese animal manso y justito de fuerzas que, gracias a que apenas se le castiga en el primer tercio, llega al último rebosante de nobleza, clase y repetición. La corrida soñada para el torero y las figuras. Y también para el público de hoy.

La plaza de Las Ventas estaba llena. Los “isidros”, los del clavel y el gintonic, habían vuelto. Se fueron porque los toreros que se enfrentaron a los encierros de Baltasar Ibán, Adolfo Martín y Saltillo no tenían glamour. Pero volvieron al reclamo de las figuras. De una especialmente. Era el día grande. La plaza, adornada para la ocasión con los tapices y guirnaldas, lucía espléndida para recibir a los guapos y guapas, a los famosos, y al Rey emérito. El otro, el actual Jefe del Estado, no vino. Y así arrancó el festejo y la locura colectiva. No se pudo aplaudir ni pedir los trofeos en los dos primeros capítulos. Una pena. Pero en el tercero llegó el desquite. El primero de López Simón, mal presentado, feo, alto y sin remate, manseó mucho en los primeros tercios y llegó a la faena de muleta con gran movilidad. Fue el típico manso que repite con transmisión, siempre a punto de rajarse. El madrileño, que sólo se coloca bien en el primer muletazo, retrasó siempre la pierna contraria descargado la suerte. Con lo puro que era... Otro torero echado a perder. Perfilero, encadenó muchos derechazos (gran parte de ellos enganchados) y sólo mandó en dos series estimables. Con la zurda, hubo una sola tanda, atropellada. Con ambiente de premio se tiró a matar y resultó cogido sin consecuencias. Lo que faltaba para animar al sensiblero gentío... La estocada, muy trasera. Lógicamente, los pañuelos afloraron y lo que parecía una oreja, acabaron siendo dos. Sí, sí; no me he vuelto loco. El presidente, aquel que debiera custodiar la categoría de la plaza de Madrid, hacer cumplir el reglamento y defender al aficionado, se sacó de la manga dos orejas tan inauditas como impresentables. ¡Qué vergüenza! Una barbaridad que, en otro tiempo, habría sido motivo de cese inmediato. Y, así, casi sin creerse el regalo que le había caído del cielo, López Simón paseó esos dos despojos. Algo que, de haber tenido un mínimo de dignidad y torería, no habría hecho. Con el sexto, que tuvo nobleza pero el fondo justo, volvió a las andadas y tan sólo se cruzó cuando el animal ya estaba agotado.

El que, contra todo pronóstico, también se fue en volandas camino de la calle Alcalá fue José María Manzanares. En su única tarde en la feria, el alicantino rindió a Madrid a base de temple y estética. Si bien con el mansito y deslucido segundo anduvo descolocado y a la defensiva; con el bombón quinto se le abrieron los cielos de par en par. El de Victoriano del Río –un toro de Sevilla–, largo y engatillado, fue un manso de enclasada nobleza que le puso el triunfo en bandeja. Sabedor de la calidad de su oponente –al que apenas se picó–, brindó Manzanares al público y se puso a torear. Sin sus ventajas habituales, comenzó a correr la mano con la diestra, aunque lo mejor llegó al natural. Con la muleta en la izquierda, con gran naturalidad, firmó dos series templadísimas y de mucha belleza, en las que se sintió y volvió loca a la plaza. No importó que por momentos faltara profundidad y pureza; entre la hondura y ligazón, sazonadas con su indudable empaque y torería... Con el toro ya rajado, brilló en los remates por bajo y volvió a demostrar su capacidad estoqueadora. Aprovechando la arrancada del toro, metió el brazo y dejó una estocada que tumbó al astado en cuestión de segundos. La plaza, un manicomio. El doble trofeo, del tirón. Antes, con el capote, también había logrado momentos de calidad en el templado recibo a la verónica y en un notable quite por chicuelinas de manos bajas. Una entonada actuación en una tarde predispuesta.

Y mientras sus dos compañeros se marchaban por la puerta grande, Sebastián Castella lo hacía andando, por la de caballos. Ni con todo a favor, y en su cuarta y última tarde, fue capaz el francés de alcanzar el triunfo. Como buen funcionario del toreo, volvió a dar cientos de pases sin alma y desaprovechó el nobilísimo lote que le tocó en suerte. Tanto el primero, anovillado y sin remate, de mucha clase y poca fuerza; como el cuarto, un buen toro; se fueron con las orejas por la incapacidad y vulgaridad de Castella. Encima, con los aceros estuvo horroroso. ¡El año que viene otras cuatro! ¡O cinco!

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 27ª de la Feria de San Isidro (Extraordinaria Corrida de la Beneficencia). Lleno de “No hay billetes”. Se lidiaron cuatro toros de Victoriano del Río y dos (2º y 6º) de Toros de Cortés, correctamente presentados salvo el 1º y 3º, muy justos; mansos, nobles y con calidad.
  • Sebastián Castella: silencio tras aviso y silencio tras aviso.
  • José María Manzanares: silencio y dos orejas.
  • López Simón: dos orejas y ovación con saludos.

 

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