Tres matadores de toros hacían el paseíllo en el séptimo festejo de la Feria de San Isidro. Y recalco lo de matadores de toros porque una cosa es ser matador de toros, y otra, torero. Toreros de oro, además de los picadores, hoy en Madrid sólo hubo dos. El otro matador, de torero tiene poco. Y es que, si Pedro Gutiérrez "El Capea” tuviera una pizca de torería, no habría acudido hoy a su cita con Madrid. Pero claro, como el que tiene padrino se bautiza –nunca mejor dicho–, Capea volvió una vez más a San Isidro para, no sólo quitarle el puesto a otro compañero más merecedor de ello, sino a demostrar su total incapacidad. La tarde del salmantino, con capote, muleta y espada, fue toda una oda al destoreo y a la vulgaridad. Con precauciones en todo momento, anduvo medroso y a la deriva con el nada claro primero, que gazapeaba y hacía hilo; así como con el manso y complicado sexto, que no humilló. Frente al noble cuarto, que se movió con la cara a media altura, anduvo frío como un témpano, sin alma, y dio muchos pases, pero ninguno dijo nada. Desvergüenza.
Y no, no me he equivocado. Desgraciadamente no es un error fruto de la emoción que me produjo su apoteósica actuación. Efectivamente, “El Capea” mató tres toros. El que cerró plaza le correspondió tras la baja de Gonzalo Caballero, que cayó herido en el tercero. El madrileño, entregado desde el primer minuto, se llevó una cornada grave en el muslo izquierdo tras jugarse literalmente la vida. El primero de su lote, bajo, bien hecho y aleonado, fue un manso que embistió a arreones y sin humillar, y que no le puso las cosas fáciles al torero de Torrejón. Éste, muy asentado, dio una lección de entrega, valor y pundonor cruzándose en todo momento al pitón contrario para intentar el toreo puro. Siempre encajado de riñones, muy vertical, dejó algún muletazo estimable con la diestra en un trasteo de atragantón que se cortó en seco a la mitad. Cuando se disponía a torear con la izquierda, citó al toro de El Ventorrillo demasiado cruzado y destapado, y el animal lo prendió de manera violenta lanzándole por los aires. En esos primeros segundos surgió la duda de si el astado había sido certero, pero rápidamente quedó despejada cuando la sangre comenzó a brotar por el muslo de Caballero. Pese a que la herida aparentaba una gravedad posteriormente confirmada, el torero se negó a marcharse a la enfermería. Y eso que su cuadrilla intentó llevárselo en volandas en varias ocasiones. ¿Debió ponerse en manos de los médicos inmediatamente? La razón y el sentido común dicen que sí, pero ya sabemos que la mayoría de los toreros no piensan como el resto de los mortales. ¿Valor?, ¿pundonor?, ¿locura?, ¿torería?, ¿inconsciencia? Seguramente un poco de todo. El caso es que Gonzalo pidió la espada y, tras dos pinchazos, un espadazo atravesado, y cinco descabellos, logró tumbar a su oponente. Después, por su propio pie, y entre la ovación del público, se marchó a la enfermería. La actitud y los arrestos de uno que quiere; de un torero que concibe el toreo desde la entrega y sinceridad más absolutas.
Y si la cruz y la parte amarga de la fiesta se la llevó el más joven de la terna, Morenito de Aranda, acabó llevándose la cara. Una oreja cortó al quinto, un gran toro de El Ventorrillo que fue la excepción de un encierro muy manso, descastado y complicado que apenas dio facilidades. Con el número 65 en los costillares, Chocolatero, un cinqueño feo y mal presentado, empujó con un pitón en el caballo, para después embistir de manera soberbia en el último tercio. ¡Qué forma de perseguir el engaño hasta el final! Encastado, se desplazó siempre por abajo, con gran fijeza y recorrido. Morenito, que no tuvo opciones con el manso, pegajoso y muy deslucido segundo, lo vio claro y se dispuso a torear de inmediato. Primero sobre el pitón derecho, luego con la izquierda, y de nuevo con la diestra pero al natural, el de Aranda de Duero se mostró inspirado y firmó una faena que tuvo dos partes. En la primera, más estética que profunda, toreó desmayado y acompañando el viaje del toro; después, sin embargo, surgieron muletazos de mayor mando y remate. Todo ello acompañado por notables trincherazos y pases de desprecio, así como con algunos de pecho rematados en la hombrera contraria. Público y torero entregados, surgieron momentos de arrebato y torería, pero al acabar, tras cobrar una media estocada algo atravesada, la obra pareció incompleta. Y es que, sin duda, Chocolatero era para bordar el toreo de principio a fin, para cuajar un faenón y acabar con el cuadro. La contradicción de infinidad de tardes: faena de oreja a un toro de dos.
Parte médico de Gonzalo Caballero: Herida por asta de toro en cara interna tercio medio muslo izquierdo con dos trayectorias, una de 20 cm. hacia dentro que contornea el fémur y alcanza cara externa del mismo contusionando paquete vásculo-nervioso y produciendo destrozos en músculos vasto interno, crural y vasto externo; y otra de 15 cm. hacia fuera y ascendente que alcanza el fémur. Fdo. Dr. García Padrós.
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