Por el piton derecho
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La emoción la puso Rafaelillo
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La emoción la puso Rafaelillo
La emoción la puso Rafaelillo
Madrid. Crónica 25ª de la Feria de San Isidro

La emoción la puso Rafaelillo

Alejandro Martínez

Muchos aficionados acudíamos a la plaza con la esperanza de ver algún otro toro como el segundo de Baltasar Ibán de ayer. Un Camarín de casta desbordante que inundó de emoción la plaza de Las Ventas. Había motivos para la ilusión. Un San Isidro más, volvía la ganadería de Adolfo Martín, una de las más esperadas y tradicionales en Madrid. Y si bien es verdad que el encierro de Adolfo sorteó un par de toros de gran calidad, se esperaba mucho más de él. Aunque, para ser más exactos, lo que habría que decir es que, del ganadero de Galapagar, se esperaba otra cosa. Ese toro de enorme casta, poder y fiereza no apareció en ningún momento. Por el contrario, sobró nobleza y lo que los modernos denominan como “toreabilidad”. A esta divisa hay que exigirle un toro diferente al que vemos todos los días; animales con buen fondo, pero que sean duros e imprevisibles. Si la emoción debe estar siempre presente en la fiesta, en este tipo de corridas más. Si no, el aficionado se va decepcionado, con la sensación de haber visto lo de todos los días.

Afortunadamente por allí estaba Rafaelillo. El torero murciano, que atraviesa el mejor momento de su heroica carrera profesional, estuvo a punto de arrancar una oreja del cuarto, el toro más complicado de la tarde. Se le pidió el trofeo, pero tras la no concesión, todo quedó en una vuelta al ruedo que vale más que muchas de las orejas que se han cortado en esta feria. Rafaelillo, entregadísimo, dio una lección de valentía y pundonor en un arrimón de gran mérito. Al contrario que esos arrimones de turno con los que nos torturan a diario, este sí que fue de verdad. Porque frente al torero no había un torito moribundo pidiendo la muerte; delante de Rafaelillo había un señor toro, con dos leños por delante, tan entero como incierto. Ese cuarto, de preciosa lámina, estrecho de sienes y cornipaso, no tenía ni media embestida. Desde el inicio del trasteo se quedó cortísimo, midió y buscó con auténtico peligro. Rafael no se amedrentó, y a base de buscarle las vueltas y cruzarse mucho, logró extraer algunos naturales largos y de buen trazo. Lo imposible. Muy torero, cuadró al de Adolfo y se tiró a matar o morir. Pinchó arriba y después dejó una estocada casi entera. ¡Qué mérito! Frente al noble y soso primero, que embistió a media altura y salió casi siempre con la cara alta, anduvo correcto en una labor que no llegó a romper y en la que acertó al adelantar el engaño y llevar al toro muy tapado y toreado.

Sin duda, el que se llevó el lote fue Sebastián Castella. En su tercera tarde en el abono –¡y aún le queda una!–, al francés le correspondieron dos astados de infinita nobleza y calidad. El mejor, de largo, fue el segundo, que se llamaba Escribiente y que protagonizó la mejor pelea en varas. Si bien no empujó en el peto con fiereza, sí acudió de largo y metió la cara abajo, con fijeza. Después, el animal, muy en tipo, serio, fino y bien hecho, embistió en el último tercio con sobresaliente templanza y por abajo. Pese a que pedía a gritos más distancia, Castella se empeñó en pegarle pases demasiado en corto y lo ahogó por momentos. Muy por debajo de la clase de su oponente, Sebastián no se fajó con él ni una sola vez y anduvo tirando líneas despegadísimo. Y yo me pregunto, ¿qué más quiere este señor –supuesta figura del toreo– para bordarlo y cortar dos orejas? Frente al quinto, que fue un bendito, se hartó de dar muletazos, pero nunca surgió la emoción necesaria. El toro de Adolfo, tan noble y bondadoso como descastado, repitió y repitió sin transmisión y la faena se alargó hasta lo insoportable. Cosa que no pareció importarle a parte del público, que, tras un espadazo efectivo, sacaron a saludar a Castella. ¡Manda narices!

Pases dio también hasta el aburrimiento Manuel Escribano. Tercera tarde y otro petardo del sevillano. Buen balance. Su actuación con capote, banderillas, muleta y espada fue una alegoría a la mediocridad. Clavó los palos siempre a toro pasado; pegó mil trallazos con la muleta; y, además, se le fue la mano a la hora de matar a su primero y dejó un bajonazo infame en el número. A su lote, mansurrón, también le faltó fondo de casta, se quedó corto y fue deslucido.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 25ª de la Feria de San Isidro. Casi lleno. Se lidiaron seis toros de Adolfo Martín, bien presentados salvo 1º y 6º, más justos; nobles y descastados en conjunto, a excepción del buen 2º, de nobleza y calidad encastada; y del 4º, muy complicado.
  • Rafaelillo: silencio tras aviso y vuelta al ruedo tras petición y aviso.
  • Sebastián Castella: división tras aviso y ovación (protestada) con saludos.
  • Manuel Escribano: silencio y silencio tras aviso.

 

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