Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
Volver
La heroica sinceridad de Javier Jiménez
Pamplona. Crónica 4ª de la Feria del Toro

La heroica sinceridad de Javier Jiménez

Alejandro Martínez

Cuando el reloj de la plaza de toros de Pamplona pasaba de las nueve menos cuarto de la noche, Javier Jiménez lograba acabar con su segundo enemigo. El joven torero, sin la chaquetilla y con la taleguilla completamente manchada y destrozada, respiraba hondo y miraba al cielo. No había conseguido cortar orejas ni salir a hombros, pero había logrado algo mucho más importante: reponerse de una paliza de muerte y demostrar a todo el mundo que tiene valor y condiciones para ser tenido en cuenta.

Sin haber toreado apenas desde que tomara la alternativa, este sevillano de Espartinas se vació por completo en su actuación en la Feria del Toro de Pamplona. Con una entrega y sinceridad sin límites, su paso por San Fermín fue todo un alarde de valor y querer. Dignidad y torería. Y más teniendo en cuenta el esfuerzo sobrehumano que hizo al salir de la enfermería para matar a sus dos oponentes. El primero de ellos, un enorme toro de Cebada Gago de 645 kilos, lo prendió de forma espectacular cuando intentaba asegurar el triunfo. Después de ponerse e intentar el toreo fundamental, se plantó con una rodilla en tierra con la intención de captar la atención de las peñas de sol mediante el toreo por alto. En ese momento, el de Cebada lo pendió por detrás y lo lanzó por los aires con una fuerza desmedida. No le caló, pero la caída fue tremenda. Esos fueron los primeros segundos de la pesadilla. Ya en el suelo, el astado volvió a hacer por él y lo levantó por segunda vez, ahora por el abdomen. La angustia ya se había apoderado de la plaza. De espaldas, la caída fue aún más brutal. Sin apenas poder moverse, y mientras las cuadrillas acudían a su auxilio, Javier Jiménez fue alcanzado nuevamente. Después, no faltaron los pisotones y golpes a lo largo y ancho de toda su anatomía. Aturdido se lo llevaron a la enfermería, pero cuando el director de lidia se disponía a matar a ese tercero, el chaval regresó muleta y estoque en mano para acabar lo que había empezado. Y por mucho que lo intentó, pasó un quinario con los aceros. Después de recibir una cariñosa ovación, se encaminó de nuevo a la enfermería.

Allí se mantuvo hasta que apareció para enfrentarse a su segundo. Ese sexto, un animal impresentable, con pitones, pero escurrido, sin remate y cariavacado, fue un manso que tuvo movilidad pero poca clase y ante el cual Javier Jiménez volvió a dejar claro sus intenciones. Comenzó la faena en el tercio, a pies juntos, con pases por alto sin moverse. Después, se sucedieron las series por ambos pitones en las que demostró que, pese a no ser ningún superclase, posee un buen concepto, templanza en las muñecas y un valor sincero y auténtico. Siempre poniéndose en el sitio, tenía una oreja cortada, pero pinchó antes de dejar una media estocada en buen sitio. Si hay justicia, este jovencísimo torero tendrá muchas más oportunidades... Se lo merece.

El suyo fue, sin lugar a dudas, el nombre propio de un festejo que protagonizaron los toros de Cebada Gago. La divisa gaditana, una de las más tradicionales en Pamplona, regresó a su feudo tras dos años de ausencia. Y, tras sembrar el pánico por la mañana en el encierro, su vuelta a la Feria del Toro dejó mucho que desear. Por un lado, porque el lote de toros enviado desde la Zorrera estuvo muy desigualmente presentado y sorteó varios ejemplares sin trapío. Además, algunos como los lidiados en tercer y quinto lugar, estaban completamente fuera de tipo. Porque, ¿cómo pudieron salir ese hondo y enorme tercero, o el grandón y cornalón quinto? En cambio, otros como el primero o el cuarto, que era una auténtica pintura, sí cumplieron con el tipo de animal que se espera de Cebada. Toros bien hechos, bonitos, pero serios y astifinos. En cuanto al comportamiento, la corrida fue mansa en conjunto, aunque se movió y contuvo varios astados que sacaron casta y desarrollaron complicaciones.

Fue el caso del primero, duro, encastado y peligroso. Un animal que nunca humilló y que midió con aviesas intenciones. Eugenio de Mora se las tuvo que ver con él y pasó un trago. Sin poder gustarse ni relajarse un segundo, no se dobló con él ni lo rompió por abajo, pero al menos salió indemne del trance. Además, cuando intentaba ejecutar uno de los muletazos, el toro se le quedó debajo y le metió el pitón por la banda de la taleguilla dejándole atrapado durante unos interminables segundos. Tras un bajonazo muy superficial que hizo guardia, volvió a meter la espada y se lo quitó de encima. El cuarto, un precioso burraco casi carbonero, botinero y prácticamente capirote, de magníficas hechuras, fue un mansito que pareció aburrirse en los primeros compases del último tercio, pero que al final se acabó orientando. Tuvo movilidad, pero el defecto de salir casi siempre con la cara alta. Desconfiado, el toledano firmó una labor larga carente de lucimiento y después  anduvo mal con los aceros.

Sin pena ni gloria pasó también por Pamplona Pepe Moral. Al sevillano le correspondió primero un toro muy justo por delante, que encima se despitorró de salida contra uno de los burladeros. Manso, complicado y con picante, el de Cebada se quedaba corto, reponía y no terminaba de pasar. Por su parte, el muy armado quinto, serio como él solo, fue deslucido y tuvo poca transmisión. Periférico y vulgar, aunque Moral tampoco anduvo fino con la espada, tras el bajonazo que le propinó al segundo de su lote, se dio una vuelta al ruedo por su cuenta.

 

  • Plaza de toros de Pamplona. 4ª de la Feria del Toro. Lleno. Se lidiaron seis toros de Cebada Gago, muy desiguales, destartalados y mal presentados algunos; mansos con movilidad en conjunto. Algunos encastados y complicados, otros muy deslucidos.
  • Eugenio de Mora: silencio y silencio tras aviso.
  • Pepe Moral: silencio y vuelta al ruedo.
  • Javier Jiménez: ovación con saludos en ambos.

 

Sigueme en Twitter Sígueme en Twitter @AlexMartinezzz
Comparte y comenta esta noticia: