Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
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La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
La pureza regresó por primavera
Crónica Valencia. 7ª de la Feria de Fallas

La pureza regresó por primavera

Darío Juárez

La estación que despierta los sentidos, el brotar de la naturaleza a pecho descubierto y la fragancia que preludia el verano como símbolo de armonía adelantaba su vuelta en son de querer ser partícipe del despertar de la verdad. Fallera como ella sola, distintiva en la alegría que con ella plasman los forasteros y vecinos que procesionan por las calles de Valencia, no quiso perderse el regreso a los ruedos de Ureña. Que no su vuelta, porque como bien dijo él, nunca se fue. Seis meses y dos días desde la fatídica tarde de Albacete que le hacía perder el ojo izquierdo. Su sitio estaba intacto, el papel agotado y su verdad calada a partes iguales con el birrete toreril. La cariñosísima ovación con la que Valencia le recibió tras el homenaje a Santiago López, lo dice absolutamente todo. La sensación que recorría los tendidos el día de su reaparición no tiñó en ningún momento la tarde en tonos de incertidumbre que evidenciaran ciertas carencias, puesto que éstas serían inexistentes. La naturalidad se salía del anillo y el valor de la verdad anunciaba un regreso de puerta grande que, lamentablemente, perdió con la espada. El cartel había quedado en un innecesario mano a mano con Ponce –pudiendo haber metido a un triunfador en lugar de Manzanares–, que supo desglosar y curar las heridas del descaste Domecq con una faena ante el quinto de convicción valenciá y desajuste torero.

Bostezaba la tarde con Juan Pedro y sus secuaces. Tres toros habían llegado al desolladero con el único recuerdo de su nombre en el programa de mano. Plomiza primera parte que se empezó a encender a raíz del toque de clarín del cuarto. Malafacha de nombre. El toro con el que Paco Ureña volvió a su sitio, el que nadie usurpó, ya que la verdad no se vende en el chino. Con él se dobló por abajo, pidiéndole enteros desde el minuto uno para palpar su fondo. Por ese pitón derecho el toro cogía las telas con celo y sin ánimo de acupuntura hacia el faldón. Ureña, mimetizado y profundo hasta la saciedad y con un muñecazo final que hacía las veces de rompeolas. Las zapatillas, hacia las puntas, el pecho para citar la entrega y el toro a la cadera. La pata, la raza, la entrega, la tarde... Todo iba hacia adelante. Ni un muletazo de alivio, ni un pase sin sentido. Era siempre primavera. Sin embargo, el acero erraba en primera instancia antes de enterrarlo de seguido. Esa oreja valía una vida entera.

Se explayó largo y tendido con el sexto por no querer dejarse nada dentro. Y así lo hizo. Firmeza y solvencia como sello de una faena que se fue viniendo abajo cuando cambió de mano. Por el izquierdo el animal no iba tan metido, hasta el punto de tirarle un gañafón a la altura del mentón que hizo llegar un mal recuerdo instantáneamente. Sin nada que lamentar, afortunadamente, rubricó la tarde por bernadinas antes de pinchar lo que bien valía su salida a hombros. Por el contrario, el toro de su reaparición fue un anovillado animal deslucido, pobre de cara y sin ninguna entrega. Ya se la puso Paco mediante un trasteo variado y sin salirse en ningún caso de los cánones que marcan su tauromaquia.

Enrique Ponce trazaba el primero de sus dos paseíllos en los que está anunciado en estas Fallas. Sin espada no hay paraíso. Algo que sabe perfectamente el torero de Chiva, siendo el óbice por el cuál la suerte no quiso que abriera su cuadragésima puerta grande del coso de Monleón. Su idilio con Valencia es lógico y significativo desde hace mucho tiempo. Apoteosis del toreo efectista y paliativo de Ponce, que no llegó a embraguetarse con ningún animal y que se valió de su sabiduría. El punto más álgido de su tarde vino ante el quinto. Un animal que sin fijeza ni bravura, se movía saliéndose de los vuelos haciendo que el valenciano lo recogiera con el pico y se lo volviera a traer hacia su jurisdicción. Con poncinas empezó la faena como la terminó. Ni para él ni para el toro, todo para la galería. Tocó pelo sin merecerlo con el tercero, que fue soso y malo, y al que aburrió hasta la saciedad a lo Ponce. Los tendidos seguían dando orejas a bajonazos como ocurriese en éste o en el de ayer de Roca Rey, derrochando mucha benevolencia con los toreros, pese a dejar el rigor de esta plaza de primera a la altura del betún. Abrió la tarde con un juanpedro soso y descastado, al que muleteó sin ajuste y con patente desapego, cortándose el labio superior con el filo de la tizona tras salir de un primer pinchazo.

 

  • Plaza de toros de Valencia. 7ª de la Feria de Fallas. Cartel de ‘No hay billetes’ en tarde apacible. Se lidiaron seis toros de Juan Pedro Domecq, desiguales de presentación, descastados y blandos de manos. Apagado el 1°, sin transmisión el 2°, con movilidad y sin fijeza el 3°, con transmisión el 4°, plomizo y agarrado el 5° y venido a menos el 6°.
  • Enrique Ponce (azul turquesa y oro): silencio, oreja y ovación con saludos tras aviso.
  • Paco Ureña (rosa y oro): silencio tras aviso, oreja con leve petición de la segunda y ovación con saludos.

 

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