Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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La quema de los últimos fueros en pie
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La quema de los últimos fueros en pie
La quema de los últimos fueros en pie
Crónica Madrid. 27ª de la Feria de San Isidro

La quema de los últimos fueros en pie

Darío Juárez

No merecemos esto. Quizás el pienso esté muy caro o el billete de Simón Casas sea mucho más pequeño que el que se imprime en Navarra por julio, pero el despropósito como ganaderos de una divisa emblemática, legendaria, temida y, sobre todo, respetada por el aficionado durante más de un siglo, ha sido mayúsculo hoy. Pocas corridas de Miura se recuerdan en Madrid por esa acusadísima falta de trapío y remate. Animales altos de manos, vareados y en algunos casos sospechosamente tocados de cara. Ganaderos como Fernando Cuadri –que debe volver– siempre defendieron no venir a Madrid si en los cercados no había toros para que salieran en esta plaza. Sin embargo, parece que los tiempos han cambiado, incluso para los defensores de la seriedad y la presencia en tiempos del cólera. Es el segundo año consecutivo que este histórico hierro fracasa en Las Ventas. Si el año pasado las razones principales fueron la invalidez y el descaste, este año se suma además la vergonzosa presentación de una corrida que se quedó a nada de colgar otro «No hay billetes». No creo que sea bueno hacer leña del árbol caído cuando éste cae por su propio peso de la poca vida que le queda. Sin embargo, cuando lo tala una asociación taurina como fue la ADAC, sacando a la luz la manipulación de pitones en Ceret tras el análisis post mortem, el aficionado empieza a no creer en casualidades sino en causalidades. La incuria, la indolencia y la falta de cuidados de un nombre tan histórico como decadente en los últimos tiempos, ha hecho quemar los últimos fueros que quedaban donde siempre primó el respeto, la seriedad y la presencia de y para este tipo de toro. Como datos relevantes, añadir otra tarde lamentable de la autoridad por aprobar algo así y ensalzar el buen hacer de casi todos los peones de plata, como los tercios de varas protagonizados por Pedro Iturralde y Pedro Morales Chocolate.

El petardo ganadero también correspondió al comportamiento, con animales descastados, sin entrega, algún manso y un sexto mejor presentado y con más gen Miura que el resto de sus hermanos, con el que Román se la jugó pese a estar por debajo de lo que su tarde le ofreció. Pepe Moral nos regaló temple (con)sentido y muy torero ante el noble y mansito segundo. Mientras que Rafelillo, ante el lote más difícil y deslucido, no dijo absolutamente nada, siendo uno de los coletas con más experiencia en tipos de lidias y toros distintos. Eso no quita el descubrirse ante él al jugarse el tipo y el cuello al entrar a matar al que abrió plaza.

Venía Pepe con la obligación moral de reventar Madrid. Su pasada temporada y el gran comienzo de ésta con esas dos orejas con Miura en Sevilla, le hacían valeroso torero de garantías y expectación. No tardó mucho en sacarlo a la luz, pues sólo hubo que esperar al segundo acto. Por toriles apareció un torete, de viva mirada y muy observador. Junto con la nobleza, esas fueron las características que cabrían en su ficha interior, ya que ni la casta ni la entrega eran buenas compañeras de baile. Muy digno fue el tercio de garapullos encabezado por Juan Sierra, dejando pares arriba mientras arriba le ponía la cara el burel. Había transmisión y torero para ello. Templado, genuflexo y muy vistoso inicio de faena sacándolo a los medios. De entrantes, dos tandas por el pitón derecho perdiendo dos pasitos, llevando largo y limpio el trazo sin brusquedades, aunque en la segunda perdía la ligazón con el matador. Donde no la encontró Pepe Moral fue por el izquierdo, obrando de uno en uno, más una a diestras provocando la embestida antes de ir a por la espada. Antes de cuadrarse quiso rubricar una última serie de naturales, destacando dos y en redondo, con los que se rompió Madrid. Quizás nos hubiera gustado ver a un torero más ajustado, pero se agradece ver templar embestidas a un tipo de toro que por norma general no se suele ver. Recogió una ovación en el tercio. El quinto fue imposible. Alto y muy escurrido, perdió las manos de salida y recibió la primera puya en la paletilla derecha. Malo, sin obedecer en ningún momento al trasteo de muleta, saliendo corto y con la cara por las nubes. El de Los Palacios abrevió para necesidad de todos.

Uno de los nombres propios de este San Isidro es Román. Y lo es por su compromiso de anunciarse tres tardes con hierros de sangres distintas. No por la feria que ha echado, en la que se esperaba mucho más del joven valenciano. Después de soñar –a medias– con Hechizo-93 de Fuente Ymbro y ver pasar de largo la tarde de Juan Pedro, alcanzaba el último puerto de montaña: Miura. El primero de su lote fue un anovillado y bonito de estampa cárdena clara, complicado tras una salida traumática. Como una bala se dirigió nada más ver luz al burladero del 6, donde se estampó y partió las tablas. Momento en que alguien se dedicó a aplaudir no sé el qué, al igual que cuando el sexto saltó al callejón. Madrid y sus decisiones esotéricas y enigmáticas... Pedro Iturralde echó el palo por partida doble de manera fantástica, saliendo merecidamente ovacionado. Tiznaolla daba la sensación de tener miopía y no ver con nitidez absoluta hasta que los de luces no estaban encima para dejarle los rehiletes. Parado en la muleta, Román quiso cogerle el aire por el izquierdo dejando muerta la pañosa, pero éste reaccionó poniéndole el pitón en el entrecejo. El valenciano se mostró dudoso y contrariado –no es para menos– con este animal, que le quitó hasta la sonrisa cuando cayó después de no matarlo por arriba por no querer verlo más.

Tuvimos que ver cinco para ver un toro de Miura. El sexto, cual plusmarquista mundial, saltó al callejón de manera limpia, volvió al ruedo rápidamente y a punto estuvo de cornear a un hombre trajeado que en ese momento volvía a saltar hacia el callejón. Empujó con brío y con un sólo pitón en el caballo de Chocolate, que obró condecoroso como así lo hicieron los peones de a pie, especialmente la lidia de Raúl Martí. Muy embraguetado se vio al matador ché delante de este cierraplaza, aunque por debajo. Le aguantó parones a mitad del trazo que adjetivaba de firme el estar del torero, pero el poco entendimiento de los terrenos y el no saber poder a una embestida encastada y que reponía desmedidamente, fue el hándicap que acusó Román.

Por su parte, Rafelillo sorteó al peor lote, que fue masacrado en los caballos desmedidamente sin que a posteriori sacaran otro fondo distinto. El primero fue un animal andarín, gazapón, sin humillar y casi descuartizado por Agustín Collado con cuatro puyazos muy mal ejecutados. En la muleta pasaba a atragantones, con los pitones escobillados y defendiéndose en todo momento. Lo peor fue al entrar a matar, cuando el murciano se tiró a matar o morir, con el milagro de que el pitón derecho no le rebanó el cuello en el momento o a posteriori cuando le tuvo a su merced en el suelo. La estocada, aún cayendo arriba, hizo guardia. El cuarto también fue huidizo de salida y muy peligroso. Demostró habilidad en el recibo con el capote con una larga afarolada y queriendo componer la figura por verónicas. Esquivel picaba de manera bochornosa a este animal que llegó a la muleta con mucho riesgo, donde el murciano no supo qué hacer ni por dónde meterle mano. El viento dificultó muchos los trasteos pero, en definitiva, no estuvo en la tarde.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 27ª de la Feria de San Isidro. Casi lleno (22.597 espectadores) en tarde soleada y con rachas de viento. Se lidiaron seis toros de Miura, de vergonzosa presentación a excepción del 6º. Descastado y peligroso el 1º, noble y potable el 2º, complicado y malentendido el 3º, malo y midiendo el 4º, imposible el 5º y encastado el 6º.
  • Rafaelillo (azul pavo y oro): silencio tras aviso y silencio.
  • Pepe Moral (negro y plata): ovación con saludos tras aviso y silencio.
  • Román (grana y oro): silencio tras aviso y silencio.

 

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