Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Las figuras, los 'isidros' y las rebajas
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Madrid. Crónica 8ª de la Feria de San Isidro

Las figuras, los 'isidros' y las rebajas

Alejandro Martínez

Con las figuritas llegaron los isidros. Ya se les echaba de menos. Tras una semana de mal tiempo y medias entradas, la plaza de toros de Las Ventas se llenó de un público todavía más facilón que el que puebla todos los días los tendidos. Espectadores de ocasión que acuden a la llamada de los nombres más conocidos del escalafón y que parecen tener un único objetivo: pedir orejas. Si no hay orejas no son felices. Y, como son muchos, antes o después imponen su ley. Pese a que los borreguitos de Cuvillo casi les aguan la fiesta, al final se salieron con la suya. A Talavante le dieron una oreja del quinto; mientras que, ni cortos ni perezosos, tras su faena al sexto sacaron por la puerta grande a Roca Rey. Sí, como lo oyen. No importó que este jovencísimo torero, de impertérrito valor, no ejecutara prácticamente ni un muletazo bueno en toda la tarde. Ni tampoco que acabara con ese último de una estocada muy tendida; la tarde debía acabar en triunfo, sí o sí.

Hay que ver cómo se corearon, jalearon y aplaudieron los escasos momentos de interés de un festejo, que hasta el quinto, había supuesto una auténtica tomadura de pelo. Y es que, una vez más, Núñez del Cuvillo envió a la primera plaza del mundo una novillada indecente. Aprobaron sólo cuatro –seguramente para que no hubiera derecho a devolución– y aún así, no salió ni un toro decente de la ganadería titular. Animalillos sin hacer, sin remate ni por delante ni por detrás, con expresiones de novillo que generaban de todo menos miedo. Y, encima, los tres primeros fueron unos borregos. Sin bravura, casta, ni fuerza, deambularon por el ruedo como almas en pena y eso que no se les picó. Como siempre, incompetencia y desfachatez –a partes iguales– de la presidencia en su labor matinal y vespertina. Pero el comportamiento doméstico de las reses no fue el único motivo de escándalo. Además, los tres toreros dieron un recital de destoreo. Especialmente Sebastián Castella, que anduvo toda la tarde tirando líneas y fuera cacho. Siempre despegado, aburrió al personal hasta lo humanamente aguantable y nunca rectificó. ¡Qué descaro señor Castella! Y eso que le tocaron dos benditos... Primero un zapatito de Cuvillo tan blando como noble y luego uno de los remiendos de Conde de Mayalde, correctamente presentado, pero igualmente manso y flojo. Luego, como remate, dio un mitin con la espada. Pero no desesperen, el francés tendrá ocasión de redimir su honor porque ¡le quedan tres tardes más en el abono! Bendito sea Dios.

Alejandro Talavante tampoco dijo nada con el precioso torito que hizo tercero. Acapachado y astifino, el animal no habría desentonado en Sevilla, pero ¿en Madrid? El extremeño dio muchos pases pero aquello no interesó ni a los isidros. Todo cambió frente al quinto, un jabonero sucio de Cuvillo que pareció venido de otra galaxia. Descompuesto, bronco y desclasado, el bicho se salía de la norma. Seguramente debido a un error en la selección de los borregos, a Álvaro Núñez Benjumea se le escapó un animal que puso en aprietos al torero. Y, como de la mansedumbre y las complicaciones también puede surgir la emoción, el tedio y aburrimiento en el que se había sumido la tarde, desaparecieron en cuestión de segundos. Tras varias series de muletazos poco lucidos e incompletos, Alejandro Talavante se echó la muleta a la mano izquierda y firmó dos series muy notables al natural. Aguantando los cabezazos, así como las inciertas y ásperas embestidas del astado, el extremeño, muy enfrontilado y vertical, logró algunos naturales de gran mando y pureza que tuvieron mucho mérito. Y así, de un plumazo, los tendidos estaban de pie rompiéndose las manos a aplaudir. ¿No ven?, ¿aún no se han enterado? Cuando hay emoción, sea cual sea su naturaleza, este espectáculo cobra sentido. Bien Talavante, pero la oreja fue excesiva teniendo en cuenta que la espada no cayó en el sitio adecuado.

Andrés Roca Rey confirmaba la alternativa y acabó tan señalada tarde marchándose en volandas camino de la calle de Alcalá. Un honor que pareció ganarse “simplemente” por un incuestionable alarde de valor. Y digo simplemente porque, no sólo esta virtud se la presupone a los toreros, sino porque para abrir la puerta grande de Madrid, por lo menos antes, era indispensable el torear. Porque este peruano llamado a conquistar la cima del toreo, torear, lo que se dice torear, toreó poco. Muy dispuesto en todo momento –no perdonó un quite–, se metió a la gente en el bolsillo con su quietud, firmeza y valor. Dejándose llegar los pitones hasta más allá de lo imposible, recurrió a los cambiados por la espalda, los pases de pecho y las arrucinas para suplir una evidente falta de toreo fundamental. Primero ante un manso, nobilísimo e inválido ejemplar de Cuvillo, y luego frente a un remiendo de Mayalde que se tapaba por la cara y que llegó al último tercio con peligro, las series en redondo se sucedieron atropelladas, en línea y descargando la suerte. Una ovación –protestada– saludó tras matar al primero de un estocada desprendida. Y dos orejas le dieron –también entre protestas– tras jugarse el tipo con el sexto. Pese a que el toro no iba metido nunca en el engaño, medía y echaba la cara arriba, Roca Rey aguantó como pudo las acometidas y volvió loca a la plaza pisando unos terrenos inverosímiles. Pero, más allá de un par de series en las que consiguió ligar un puñado de derechazos de desigual factura, ni hubo toreo a derechas, ni tampoco naturales de mérito y enjundia. A la hora de la verdad, en la suerte suprema, se tiró muy recto y dejó una estocada tendida. ¿Las dos orejas? Obra y gracia de unos “isidros” que parecieron haber visto la faena del siglo.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 8ª de la Feria de San Isidro. Lleno. Se lidiaron cuatro toros de Núñez del Cuvillo, mal presentados, mansos, flojos y nobles los tres primeros; y manso, bronco y exigente el 5º; y dos (4º y 6º) de Conde de Mayalde, con más cara que trapío, manso y flojo el 4º, y complicado y sin humillar el 6º.
  • Sebastián Castella: silencio tras aviso en ambos.
  • Alejandro Talavante: silencio y oreja.
  • Roca Rey (que confirmaba la alternativa): ovación con saludos tras aviso y dos orejas.

 

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