Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Los más listos, mis vecinos
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Los más listos, mis vecinos
Madrid. Crónica 14ª de la Feria de San Isidro

Los más listos, mis vecinos

Alejandro Martínez

Las nueve y media de la noche marcaba el reloj mientras se desarrollaban los primeros tercios del sexto de la tarde. Y, tras dos horas y media de festejo, yo me preguntaba de dónde sacamos los aficionados a los toros la paciencia para soportar tarde tras tarde tan infumable espectáculo. Es algo asombroso. ¿Qué fuerza interior nos sigue arrastrando a la plaza? Por lo menos, el caso de algunos “isidros” sí tiene una explicación lógica: el alcohol. Me gustaría saber la cantidad de bebidas alcohólicas que se consumen en cada festejo de la Feria de San Isidro. Especialmente los días de las figuras y el clavel. Y este es uno de los principales problemas de la fiesta actual: los aficionados son minoría frente a un público ocasional que sólo va a la plaza a divertirse y que ni se le pasa por la mente exigir. La corrida es lo de menos; lo importante es el ambiente, la compañía y el gintonic. Gintonic, ron, o cerveza, lo mismo da que da lo mismo. Como mis vecinos de localidad, que se pasaron la tarde reclamando –a voces– al joven vendedor de la parte alta del tendido. “Eh chaval, ¡mis cervezas!”. Delante, detrás, a izquierda y a derecha; los vasos, latas y botellines sobrevolaban mi cabeza. Qué importaba lo que estuviera sucediendo en el ruedo; qué más da que en vez de toros bravos, en el ruedo no hubiera más que mansos e inválidos. Porque mis vecinos, los “isidros”, con el semblante cada vez más enrojecido, reían a carcajadas. Y al final lo entendí. La única explicación era el alcohol. Sobrio era imposible no consumirse en el aburrimiento.

Y es que había que ser muy valiente para tragarse a palo seco un nuevo petardo de El Puerto de San Lorenzo. ¡Qué moral la nuestra! Otra vez tuvimos que soportar los mansos sin casta y los inválidos de trote cochinero que deambulan por el ruedo como almas en pena. Y algunos defenderán a este sucedáneo de toro de lidia porque hubo algunos que metieron la carita y tuvieron clase. Sí, la condición más importante para los “taurinos”. Pero no, a mí al menos no me vale. La fiesta de los toros sin emoción no es nada, no pasa de un simple simulacro, una comparsa o danza en la que el peligro no se percibe. ¿Dónde están los toros bravos con poder y fiereza? Imagino que en el campo, porque en Las Ventas na de na. Y si esos flojos, nobles y mansos animales como los de hoy al menos sirvieran para el lucimiento... Pero es que tampoco. Tan sólo el segundo del Puerto, grandón, tocadito y muy estrecho de sienes, sirvió para que uno de los tres matadores pudiera dejar atisbos de toreo. Le tocó a un Enrique Ponce que volvía a Madrid y que anduvo a buen nivel (dentro de su concepto). Bueno fue el recibo a la verónica a ese su primero; y luego, a media altura, estuvo templadísimo y dejó pasajes de calidad y belleza. Toreando vertical, casi desmayado, fue construyendo una labor larga en la que sobresalieron dos series con la diestra y, sobre todo, el toreo que ejecutó doblándose con el toro por bajo. Elegante y torero, tanto el inicio como el epílogo fueron para enmarcar. Conocedor del toro como pocos, el valenciano aprovechó la clase, prontitud y fijeza de un mansito con las fuerzas justas, que fue de más a menos. Habría cortado Ponce al menos una oreja, pero tras un pinchazo, una estocada casi entera trasera, y dos descabellos, el público reconoció la obra ovacionándole con fuerza. En el cuarto, los cabestros de Florito tuvieron que trabajar por partida doble. Al inválido que salió primeramente por chiqueros le siguió un sobrero manso igual de inválido que apenas permaneció unos segundos en el ruedo. Y ya, como cuarto tris, por el portón de toriles apareció un muy serio astado de Valdefresno que lucía dos imponentes y astifinas perchas por delante. Le dieron duro en el caballo y llegó al último tercio con la cara por las nubes y sin ninguna clase ni recorrido. Ponce lo intentó con oficio, pero entre el toro y el viento, el lucimiento fue imposible.

La tarde no pudo empezar peor para Román. Este joven valenciano, que confirmó la alternativa de manos de su paisano torero más ilustre, se tuvo que marchar inmediatamente a por la espada pues el que abrió plaza se partió la mano izquierda en el inicio por estatuarios. Casi dos horas y media después, se encontró con el sexto, un toro tan serio como sus hermanos, que al menos tuvo movilidad y cierta casta. Aunque se quedaba corto y a veces se metía por dentro, por lo menos transmitió un ápice de emoción. Román, firme y valiente, hizo un esfuerzo, se puso en el sitio, y logró algunos muletazos de mérito y quietud. Después, pinchó con la espada. También de vacío se marchó Daniel Luque. En pegapases anduvo con el manso e inválido tercero, que se movió cojeando y con medio metro de lengua fuera; y muy pesado se puso con el también manso y borrego quinto, que se arrancaba en la distancia, para posteriormente ir andando sin transmisión. Salvo algún detalle con la mano izquierda, el interminable trasteo fue para olvidar. Luego, encima, se le fue la mano con la espada y despachó al del Puerto con un bajonazo.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 14ª de la Feria de San Isidro. Casi lleno. Se lidiaron cinco toros de El Puerto de San Lorenzo, y uno (4º tris) sobrero de Valdefresno; bien presentados, mansos, nobles y flojos. Mejor el 2º, que humilló con clase.
  • Enrique Ponce: ovación con saludos tras aviso en ambos.
  • Daniel Luque: silencio y silencio tras aviso.
  • Román (que confirmaba la alternativa): silencio y ovación con saludos tras aviso.

 

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