Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Muchos kilos, poca casta
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Muchos kilos, poca casta
Muchos kilos, poca casta
Muchos kilos, poca casta
Muchos kilos, poca casta
Muchos kilos, poca casta
Madrid. Crónica 21ª de la Feria de San Isidro

Muchos kilos, poca casta

Alejandro Martínez

Probablemente para desquitarse de algunas de las gatadas que ha lidiado en esta plaza –casi siempre para las figuras–, Juan Pedro Domecq se trajo del campo un corridón de toros con su segundo hierro, Parladé. Y lo del corridón es por lo grande que fue, enorme, no por lo que llevó dentro. Y es que algunos parecen confundir el tamaño con el trapío. Cada toro debe tener el trapío y la seriedad acorde a su encaste, a su procedencia. Y hoy, varios de los ejemplares de Parladé, estuvieron notoriamente sacados de tipo. Un encierro grandón, alto, y con muchos pitones, que pesó más de seiscientos kilos de media. Una barbaridad. Porque el toro de Domecq, dentro de la seriedad que se exige en Madrid, es un animal más armónico, mejor hecho. Sólo había que ver a ese primero que salió por chiqueros, un mastodonte con pinta de limousin. Pero ahí se quedaron todos, en la fachada, en los muchos kilos que pesaron. Después, todos demostraron una total falta de casta. Pese a las virtudes que mostraron los tres últimos en los primeros tercios –se movieron con alegría–, después se vinieron muy abajo y duraron un suspiro.

Fue el caso del sexto –alto y serio–, un animal que acudió largo y pronto al caballo y empujó al principio, pero que después se aburrió y salió suelto. Esa muestra de mansedumbre la confirmó después doliéndose en banderillas. Alegre y pronto se arrancó a los primeros cites de José Garrido, pero fue una rabieta. Tenía calidad y nobleza, pero tan escaso fondo de casta que se apagó muy rápido y se paró. Frente a él, uno de los jóvenes valores del toreo: José Garrido. Y digo yo: “¡Pues vaya con el futuro!”. El extremeño, que en su estelar carrera como novillero y en algunas de sus primeras actuaciones como matador, mostró tener personalidad y buen concepto, hoy se limitó a hacer como que quería, pero sin ponerse en el sitio para torear. Ese último, que embistió con movilidad y transmisión en las primeras dos series, ofreció más de lo que Garrido fue capaz de sacar. Voluntarioso, dio derechazos sin la profundidad y el alma que requería la ocasión. En determinados momentos, algunos aficionados del tendido 7 le recriminaron la colocación. Y se preguntará porqué. Es que, si ya con veinti pocos años y una carrera incipiente pretendes citar con la pierna retrasada... Hombre, chaval. Pero es que, además, e imitando lo peor de la tauromaquia julista, corrió la mano retorcido, sin la verticalidad y naturalidad del toreo eterno. Luego, como no podía ser de otra forma, se pegó el arrimón de turno con el de Parladé ya moribundo. Y aún, en otro arrebato de originalidad, ¡concluyó la labor con bernadinas! ¡Pero qué me dices! Imposible... Ante su primero, al que apenas picaron, y que fue tan noble como soso y descastado, se justificó de sobra y dio muchos muletazos, poniéndose pesado al final. Más colocadito, lo intentó todo, pero no hubo emoción.

Emoción sí hubo en el tercio de banderillas del que abrió plaza. Juan José Padilla, que esta vez sí que se la jugó, quiso asomarse al balcón y se quedó en la cara, siendo encunado por el gigante de Parladé y sufriendo una paliza terrible. Se repuso, y volvió a exponer en los posteriores dos pares. Antes, había recibido al animal toreando, muy templado, a la verónica. Ya con la muleta, el jerezano anduvo digno y ofreció una de sus mejores versiones. Sin bajar la mano, logró momentos reposados con la mano izquierda. Eso sí, el circular invertido y los demás numeritos del final, sobraron. La faena no terminó de romper y tras una estocada baja, tendida y atravesada, saludó una ovación. Lo mismo haría tras pasaportar al muy noble, pero flojo y descastado cuarto. Padilla intentó aprovechar la calidad de su oponente y dio muchos pases –a veces descolocado– en un trasteo sin emoción.

Con un público exageradamente festivo –sería por aquello del Corpus– y pachanguero, al que sí se midió fue a un Iván Fandiño que sigue sin verlo claro y que no consigue salir del bache en el que anda sumido. Injusto estuvo el público a la hora de valorar su esfuerzo frente al mentiroso segundo, un astado que iba humillado antes del muletazo, pero que después echaba la cara arriba y derrotaba. ¡Y cómo reponía! Fandiño lo intentó, pero no tuvo opción y tuvo que aguantar el peligro sordo de un toro que le esperó y tapó la salida en cada una de las ocasiones en las que el de Orduña intentó entrar a matar. Dos pinchazos, medio bajonazo y cuatro golpes de descabello necesitó para quitarse de encima al regalito. Mejor pintaba el flojo quinto, al que dejaron sin picar, y que tuvo gran calidad y ritmo. Perdiendo pasos y llevando la mano a media altura, Fandiño intentó no exigir demasiado a un animal sin fuerzas que se consumió muy pronto. Con el toro ya parado, acortó distancias pero la obra ya estaba condenada.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 21ª de la Feria de San Isidro. Más de tres cuartos. Se lidiaron seis toros de Parladé, grandes y serios, pero descastados. Los tres últimos tuvieron nobleza y calidad, pero poca fuerza y fondo.
  • Juan José Padilla: ovación con saludos tras aviso y ovación con saludos.
  • Iván Fandiño: silencio tras aviso y división de opiniones.
  • José Garrido: silencio tras aviso en ambos.

 

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