Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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No casta, no party
Opinión. La 2ª de Albacete, por Leo Cortijo

No casta, no party

Leo Cortijo

En dos días hemos pasado del blanco al negro. Del interés y la emoción, a la falta de ésta y el aburrimiento total. Hemos pasado de la casta de los toros de La Quinta, al descaste supino de los novillos de Juan Pedro Domecq. ¿Conocen esa sensación de levantarse de un sueño muy placentero y ver que todo había quedado en nada? Ese fue el sentir de un público que venía enchufado de la primera de abono y que se estrelló contra el muro de la indiferencia, el desinterés y lo insustancial de un tarde de toros con muchísimas más sombras que luces. Y es que así fue la segunda cita del serial albaceteño, fundamentalmente por el desfile de animales descastados, flojos y blandos hasta la extenuación (algunos de ellos rozando la invalidez, y que si hubiesen visto el verde no hubiese pasado nada) y tremendamente sosos, que no generaron más que bostezo tras bostezo en una afición que antes de que doblase el sexto ya se había levantado del tendido buscando la salida.

El bendito ingrediente de la casta es básico y primordial en la Fiesta de los toros. Lo ha sido toda la vida, lo es ahora, y lo deberá seguir siendo el día de mañana si queremos que este tinglado dure por muchos años. De no ser así, tarde o temprano, morirá por inanición. Y es que el que sufraga todo esto dejará de dar alimento a un espectáculo que no transmite más que aburrimiento.

Y dicho todo esto, el que no fuese a la plaza y solo haya visto la foto de la puerta grande, pensará que vivo en una realidad paralela, como en Matrix. Sinceramente, creo que no. Pregúnteselo al que sí estuvo en La Chata. Y es que sí, hubo dos salidas a hombros, la de Álvaro Lorenzo y la de Ginés Marín. Ambas con la tibia fórmula del oreja + oreja. En el caso del primero, algo más merecida que la del segundo, sobre todo por entrega y disposición, pues se recompuso de un susto inicial para poner sobre la mesa mucho corazón (a veces más que cabeza). La de Marín fue más discreta, pues aunque anduvo voluntarioso no se le atisbó el paso al frente que sí dio el toledano. Y de vacío se marchó Varea, que pechó con un lote de muy pocas opciones (como los otros dos), pero que se lio como ninguno con los aceros. Ofuscado en ese capítulo, sí se le vio más variado y atinado con el capote, pero su tarde resultó insuficiente.

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