Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Parecidos razonables
Con la firma de Alejandro Martínez

Parecidos razonables

Alejandro Martínez

Para funcionar en el toreo se necesita (o mejor dicho, se necesitaba) algo imprescindible: personalidad. Desgraciadamente, en los últimos años esta condición fundamental se ha ido perdiendo. Y es que si hay algo que abunda hoy en día en el mundo del toro es gente sin personalidad. Empresarios, ganaderos... y también toreros. Una auténtica lacra de pegapases sin personalidad alguna que se han hecho un hueco gracias a la decadencia de este espectáculo y la falta de afición y exigencia. Hoy todos los que empiezan se parecen (o lo pretenden) a alguien, a alguna de las llamadas figuras del toreo actual. En cambio, casi ninguno es diferente, pocos te transmiten sensaciones únicas.  Atrás quedaron los tiempos en los que prácticamente todos los que ocupaban las primeras filas del escalafón eran diferentes. Mejores o peores, pero diferentes. Y precisamente, esa personalidad, es la que aportaba variedad y frescura a la Tauromaquia. Ahora, por esta y otras causas, la fiesta de los toros es de lo más aburrido y previsible.

Afortunadamente esto no es siempre así, y de vez en cuando nos llevamos alguna que otra sorpresa. Por ejemplo, estas últimas temporadas, han aparecido varios novilleros que han desencadenado una ola de ilusión por los que empiezan. Y por eso, esta Feria de San Isidro era tan importante para los novilleros. Pese a la ausencia de nombres como Ginés Marín, Varea o Álvaro Lorenzo, en Madrid se iban a medir varios de los novilleros más importantes del momento. Uno de ellos, además, llegaba con enorme expectación tras conseguir abrir la puerta grande en el mes de abril. Su nombre: Roca Rey. Este joven torero de Perú alcanzó su sueño en una tarde en la que dio toda una lección de disposición y valor. "Así hay que venir a Madrid", decían los que tuvieron la oportunidad de verlo esa tarde en Las Ventas. Y es que el chaval acabó saliendo a hombros con varias cornadas incluidas. En el mismo día, Roca Rey cruzó las dos puertas clave del toreo: la puerta grande y la puerta de la enfermería de Madrid. Por todo ello, su comparecencia esta tarde en San Isidro era tan importante. Y si bien Roca Rey no decepcionó, su actuación generó algunas dudas, al menos, en el que escribe.

Valor le sobra, eso está claro. Un valor seco que muchos quisieran tener. Pero, y aquí llega la duda, cuanto más le ves, más te recuerda a Sebastián Castella. Sí, Roca Rey parece una fotocopia del Castella de los inicios, de ese torero que sorprendió por ese valor tan frío que hacía enmudecer hasta al más pintado. Y, casualidad o no, como a Castella entonces, a Roca Rey le apodera José Antonio Campuzano. ¿Y por qué cuento todo esto? Pues precisamente por el asunto de la personalidad. Está bien tener un referente, alguien en el que fijarte, pero al final debes ser tú mismo. Por eso, pese a sus indudables condiciones, genera dudas. Su forma de andar, de colocarse, de citar, de correr la mano... todo se parece demasiado a lo que hace, tarde tras tarde, Sebastián Castella. Y señores, una vez visto... Ese concepto lineal transmite poco, al menos estéticamente. La actuación de Roca Rey estuvo cimentada sobre dos pilares muy claros: el valor y el querer. Muy metido en la tarde, gustó, pero los que podían pensar que el peruano viene a revolucionar el toreo... deben tener paciencia. Tiempo.

Y tiempo, mucho tiempo para pensar ha tenido Posada de Maravillas. Casi desde la lesión que sufrió el año pasado en la Feria de San Fermín de Pamplona, el extremeño había estado en el dique seco. Por eso hoy tenía una papeleta en Madrid. A Posada no le quedaba otra que hacer que su nombre volviera a sonar. Y lo consiguió. Cortó una oreja del notable cuarto, el mejor novillo del decepcionante encierro de Conde de Mayalde. Y algo bueno que tiene Posada es precisamente personalidad. Lo demostró toreando con pureza y hondura sobre la mano izquierda. Encajado, a veces con el compás muy abierto y otras a pies juntos, bajó la mano y toreó en redondo. Sí oigan, en círculo. Por momentos desmayado, la suya fue una faena plástica, sentida, que llegó mucho a los tendidos. Y todo tras haber sufrido una tremenda voltereta durante el primer tercio. Lo malo de Posada es que es un torero inconsistente. Parece que le falta cabeza. A veces su formas se antojan falsas. Demasiada sonrisa lo esté haciendo bien o esté pegando un petardo. Y, ya saben, para ser torero hay que serlo y parecerlo. Hoy estuvo bien con ese excelente cuarto, pero da la sensación de que no habrá continuidad. Entre otras cosas, porque el valor (al contrario que Roca Rey), no le sobra. Tiempo.

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