Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Pedraza tropieza en Madrid
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Pedraza tropieza en Madrid
Pedraza tropieza en Madrid
Pedraza tropieza en Madrid
Pedraza tropieza en Madrid
Madrid. Crónica 12ª de la Feria de San Isidro

Pedraza tropieza en Madrid

Alejandro Martínez

Se esperaba con mucho interés la corrida de Pedraza de Yeltes en esta Feria de San Isidro. Bueno, la esperaban aquellos aficionados que siguen toda la temporada desde Valencia hasta Zaragoza y que son conocedores de la corta, pero impresionante trayectoria de esta ganadería. Con muy pocos años de vida, esta de Pedraza se ha convertido en una divisa infalible allí donde ha lidiado, especialmente en Francia. Plazas como Dax o Azpeitia han disfrutado, año tras año, de corridas serias y bravas que han brindado el triunfo a numerosos toreros. Con una camada muy corta, sus criadores lidiaban por tercera vez (con corrida de toros) en Las Ventas y, de nuevo, la expectación se tornó en decepción. Si bien es verdad que los dos encierros lidiados en años anteriores no fueron ningún petardo y tuvieron interés; igualmente cierto es que se esperaba mucho más de ellos. Siempre se habían quedado a las puertas de esa gran corrida que muchos predecían. Y, por eso hoy, algunos entonaron aquello de “a la tercera va la vencida”. Pero no. Una vez más, Pedraza tropezó en Madrid con una corrida descastada y deslucida en líneas generales. Un encierro que dio muy poco juego y del que se salvó el buen tercero, un animal que no sólo desentonó por fuera, sino también por dentro. En los corrales esperaban cinco toros negros y uno colorado; y miren por donde, el coloraito llevaba premio.

Premio que se llevó un Juan del Álamo que cortó una orejita muy barata. Le sonrió –otra vez– la suerte al salmantino y éste la aprovechó a medias. Ante un público que apenas distingue entre la verdad y la trampa, Del Álamo ligó con facilidad y se metió a la gente en el bolsillo en un par de series con la diestra en las que bajó la mano y llevó larga la embestida, pero siempre rematando los muletazos hacia afuera y retrasando la pierna con la consiguiente pérdida de pureza. Sin el reposo y la calidad que exigía el toro de Pedraza, tras ese toreo a derechas, se pasó la muleta a la izquierda y bajó la intensidad. Luego, tras coger la espada de verdad, firmó la única tanda rotunda del trasteo. Más encajado y ceñido, los “bien” se tornaron en “olé”. Antes de tirarse a matar, dio rienda suelta a su infinita imaginación y concluyó la labor con –adivinen– bernadinas. El público a esas alturas ya estaba lanzado y tras la estocada caída, lo que cayó fue una oreja. Trofeo de irrelevante peso teniendo en cuenta la clase, humillación  y recorrido de ese blandito tercero. Con la puerta grande entreabierta, Juan del Álamo recibió al quinto, un astado de impresionante trapío que pese a sus 630 kilos, estaba suelto de carnes. Alto, serio, ensillado y largo como un tren, su presencia imponía pavor. Tan grande fue como manso y descastado. Siempre con la cara a media altura, tendía a meterse por dentro y a derrotar al final de los muletazos. El torero, ante la imposibilidad de lucimiento, superó como pudo la frenada y deslucida embestida y lo mató de una estocada algo trasera y atravesada.

Al contrario que su compañero, ni Manuel Escribano ni Juan Leal tuvieron opción alguna. Ambos se estrellaron con sendos lotes de enorme volumen, pero ínfima casta brava. Escribano, al igual que en su primera tarde, se afanó en tirar líneas siempre fuera cacho y, además, estuvo más que discreto con las banderillas. Primero ante un ejemplar noble de escaso fondo, y luego frente a otro manso de movilidad engañosa que se acabó parando; al menos anduvo fácil con la espada. Por su parte, el joven Leal, que volvía a Madrid para confirmar la alternativa que tomara en Nimes en 2013, demostró valor y frialdad a partes iguales. El toro de su confirmación, muy descastado y deslucido, se movió con la cara por las nubes; mientras que el que cerró plaza, tuvo nobleza pero muy poca casta y transmisión. Ante este último, el francés se pasó de encimista y acabó metido entre los pitones en un gesto tan valiente como efectista. Muy cruzado, de uno en uno, y en la misma cara del toro; logró algunos pases limpios, sin que el animal se moviera un ápice. Y es que la gente le da mucho mérito a estos arrimones actuales. Pero yo pregunto: ¿acaso no son la señal inequívoca de la falta de casta y emoción en la que está sumida la cabaña brava de nuestro tiempo? Si el toro de lidia fuera realmente bravo, ¿permitiría a los toreros ponerse encima sin que volaran por los aires y cayeran heridos cada tarde? Pues eso.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 12ª de la Feria de San Isidro (Corrida de la Prensa). Dos tercios de entrada. Se lidiaron seis toros de Pedraza de Yeltes, correctamente presentados en general, largos, altos y grandes; mansos, nobles, descastados y deslucidos, salvo el buen 3º.
  • Manuel Escribano: silencio y silencio.
  • Juan del Álamo: oreja tras aviso y silencio.
  • Juan Leal: silencio tras aviso y ovación con saludos.

 

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