Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Plaza ¿1?
Análisis de la temporada en Las Ventas

Plaza ¿1?

Darío Juárez

«Sé perfectamente que el toro de Valencia no es el toro de Nimes y que el toro de Zaragoza no es el toro de Madrid». El 11 de noviembre del año pasado, Simón Casas hacía su primera comparecencia en público después de la adjudicación de la plaza de Las Ventas, en la sede de la Asociación del Toro de Madrid, donde oraba convencido en tono imperativo y con la chapa en la solapa, que la Tauromaquia es el arte de la vida y de la muerte. Dentro de ese mundo fabulista y de colores, el fondo de lo que representaban sus palabras fue acertado, pero no la forma y el contenido. Y eso, al cabo de los primeros meses, quedó claro. A mí, personalmente, me convenció por completo. Lo reconozco. Sin embargo, El Rosco se rascaba la oreja muy templado y dubitativo antes de preguntarle por el famoso baile de corrales cuando vienen las figuras a esta plaza.

Sin quitarle razón a esas premisas, de seguido abrió un abanico de promesas dirigidas a los asistentes que llenaban el ‘teatro’ de Casa Patas. Plaza 1 echaría a andar con un plato fuerte como fue la corrida del Domingo de Ramos con la divisa de Victorino Martín. Siendo a su vez la primera de las tres últimas tardes de Fandiño en la monumental de la calle Alcalá. Antes de encarrilar el prólogo de San Isidro, el productor contrataba dos primeras novilladas con los hierros de Fuente Ymbro y La Quinta, que salieron bastante buenas, destacando casi al completo el encierro que trajo Ricardo Gallardo y el encastado quinto de La Quinta que derrochó clase y sobriedad aérea para embestir por ese pitón izquierdo de tanto crédito. Lo aprovechó la mano de los billetes de un notable Ángel Sánchez. Durante los primeros festejos las ganas de ver toros se intensificaban. Días en los que ciertos medios de prensa se agolpaban a las puertas del patio de arrastre solicitando un pase de temporada que para muchos no llegó casi hasta San Isidro y que para otros, con razón o no, fue un espejismo.

El productor seguía desglosando los olores que se comen. Es decir, cuando pides un plato de cocina minimalista, y te traen una pieza de lo que sea en tamaño goma Milán, para que la huelas y te des por satisfecho. Luego la indigestión viene cuando pides la cuenta... De tal palo, anunciaba una Feria de San Isidro con 34 festejos, no sé cuantas puertas grandes y otros tantos «No hay billetes» y algo que por encima de todo le quitaba el sueño: volver a ver a José Tomás en Las Ventas nueve años después. Así lo hizo público en la presentación de los carteles diciendo que le había preparado la «cama» para que la Corrida de la Cultura girara en torno al de Galapagar. Pese a todo llegaba abril con rumores, más fechas, Juan Mora y el charlatán, el «soy torista pero no populista» y una larga lista de etcéteras que reprodujo en la Sala Antonio Bienvenida.

Mayo entraba con ganas de toros, y la Feria de la Comunidad traería el segundo mano a mano de la temporada tras el de Resurrección, donde actuaron los triunfadores del Otoño anterior: Curro Díaz y José Garrido. Paco Ureña estaba dispuesto a matar una corrida de Adolfo Martín en solitario como así se lo hizo saber a su apoderado y al ganadero, el cuál reculó en la decisión tras la negativa de la Comunidad a que hubiera un único espada, poniendo a Diego Urdiales con el de Lorca en la tradicional Goyesca.

A partir de ese momento la suerte ya estaba echada y los carteles terminados, por supuesto. José Tomás no venía, otros sobraban, y en la mente del aficionado los nombres de aquellos que desde casa lo verían por la televisión, cuando con méritos no se les quiso reconocer con una llamada para entrar en un cartel.

Pistoletazo de salida y arrancaba San Isidro 2017. Un mes y un día, más otros dos adicionales sacando del ciclo la Beneficencia y la nueva y bautizada como Corrida de la Cultura. En el inicio del serial se vio una tímida –para ser San Isidro– afluencia de público. El que iba, en su mayoría, parecía que seguía con los rebujitos de abril a vueltas y a nada que pasara, oreja al canto. Las figuras aún no llegaban, el sayo no se leo quitaba ni el apuntador y eso repercutía en el aburrimiento de las tardes, que de interés, presentación y bravura iban muy justas. Por la manga de chiqueros se iba aquel cuarto de El Pilar, al que David Mora no pudo matar; El Fandi toreaba a su manera aquel ejemplar de Fuente Ymbro; y el bochorno más inaudito con la corrida –ni de Valencia– de Parladé, sin ninguna seriedad de presencia para Madrid: secos de riñones, con los ijares a modo de medias fuentes hacia dentro e inválidos. Sin conocer fecha para un referéndum donde se tuviera en cuenta la opinión del que paga, ciertos tendidos reclamaban con pancartas lejanas de ideologías, el retorno de la personalidad de esta plaza.

La escombrera de emoción y fuerza que vino de Salamanca para la Corrida de la Prensa hizo poner contra la pared el nombre de Puerto de San Lorenzo y su negro camino por la plaza de Madrid en los últimos tiempos. Buzanero de Conde de Mayalde y Talavante despertaban del letargo al que Madrid había quedado abocado. Aquí se seguía yendo a perdices y Cuvillo traía otra comedia de animales sin ningún tipo de requerimiento veterinario óptimo para una plaza de este tipo. Ginés Marín y Barberillo enjundiaban recíprocamente un manantial de emociones que parecían efímeras y acabaron siendo el de qué hablar de la tarde, con esa muy merecida salida a hombros. Poco después llegó la vergüenza ganadera de la feria en cuanto a presentación pareja se refiere, un encierro de El Torero que se había pegado supuestamente en los corrales y había tenido que ser reemplazado.

El maestro de Orduña hacía su último paseíllo como matador de toros con un azul eléctrico y oro, en una corrida de José Luis Pereda con la misma tónica que venía siendo habitual. Juan Pedro escurrido, Ponce a hombros, Madrid de fiesta y todos contentos. Qué congoja. La semana torista llegó espectacular de presentación y de seriedad sobre todo, destacando a Pastelero de Victorino Martín, el pulso que tiene Lamelas con estos encastes y la extraordinaria de juego y trapío corrida de Rehuelga. Entre tanto Juan del Álamo conseguiría la tercera puerta grande de a pie; no siendo la cuarta por negársela el presidente a Antonio Ferrera la tarde del 21 de mayo. Miura cerraba el ciclo isidril con una de las peores corridas que ha echado en esta plaza y a su vez la última que lidiaría este año, pese a que Simón Casas dejó la miel en los labios en esa comparecencia en Casa Patas con otro de los olores que se comen, al decir que vendría una segunda vez. No fue así.

Entre unas cosas y otras, llegaba el verano y la noticia de que el certamen de novilladas nocturnas de los sábados sustituiría a las corridas dominicales. A la afición no le hizo demasiada gracia. A todo ello se sumaban las críticas del empresario a la decisión o la necesidad para muchos de llevar pantalones cortos a los toros (¡Qué risas!). Algo que estuvo de más y sin ningún sentido. De esta manera se desarrollaban los acontecimientos entre mentideros que sopesan una posible ruptura entre Simón Casas y Nautalia. Román maquillaba con su puerta grande el día de la Paloma un escenario en el que no pintaban bien las cosas. Madrid pedía toros y al final acabaron entrando por el aro, al programar tres desafíos ganaderos antes de comenzar la Feria de Otoño, que sería de mayor duración por el formato acomodado a dos semanas seguidas de miércoles a domingo. La temporada la cerró el Día de la Hispanidad con una corrida sosona de Salvador Gavira, mientras que el final del capítulo en el primer año de Plaza 1 al frente de la mejor plaza del mundo fue el librillo de un ilusionista en paro, al que los trucos se le han descubierto.

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