Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Ponce pese a todo
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Crónica Valencia. 8ª de la Feria de Fallas

Ponce pese a todo

Darío Juárez

Me ha costado saber por dónde empezar a escribir porque, sinceramente y sin delicadezas, el culmen de lo más execrable, funesto e infame que puede ocurrir en una plaza de toros ha ocurrido hoy en Valencia. Sin despotismos. Jugando con la Fiesta en el filo. Al otro lado, el abismo de su desaparición. Profesionales de plazas y a sueldo, impulsados y promovidos por la Ley Cero de Pacma. Cónclaves ensombrecedores de veterinarios, donde se oculta y se viola el criterio de aprobación para una plaza de primera, dejando salir al ruedo deshechos de segundas remesas –o terceras– y con una vulnerabilidad a la mansedumbre ciertamente al alza. Si el rigor veterinario en esta feria está siendo usurero, tirano y vejatorio hacia el aficionado, el que ha adquirido hoy el palco no se ha quedado atrás. El presidente concedió a Ponce las dos orejas a modo de deuda tras negarle una del primero. Ureña colmaba de raza otra tarde estoica y sin divergencias a lo que nos tiene acostumbrados, mientras que un Talavante frío, obtuso y con un planteamiento contrario a lo que le pidió su manso lote, se iba silenciado y con sólo tres naturales considerables a destacar.

De nuevo, cómo no, baile de corrales para no variar. De seis titulares se devolvieron cinco, teniendo que mandar otros ocho el ganadero. Por su parte, el encierro de Domingo Hernández y Garcigrande fue desigual, manso casi al completo, desclasado, con cierta movilidad alguno de ellos y decrepitosamente mal presentado.

Enrique Ponce volvía a casa. Ayer se cumplían 28 años desde que Joselito y Litri le doctoraran en el coso de Monleón y hoy, como si no hubiera pasado el tiempo, emprendió el paseíllo con alegoría de novillero. Cuchillo entre los dientes y a por otra de oro que ésta es mía. De salida se las vio con el vareado primero, manso, gazapón y muy parado en el capote del de Chiva. Abanto de puyas, se quiso quedar en el capote que Talavante ofreció en un quite por chicuelinas que fue replicado por el mismo palo. Pareció definirse en los saludos genuflexos del inicio de faena, pero era agua de borrajas. Simplón y sin transmisión, Ponce se encimó con él dejando el pico puesto en la cara tras cada muletazo para ligarlo en redondo y así darle color y tecnicismos sin exigencias a su obra. Dulce y tontorrón, acometió a dos poncinas que hacían de epílogo, antes de una estocada trasera y caída tras la que se pidió el trofeo que no fue concedido. Vuelta y bronca al palco.

El cuarto fue el animal con más cuajo del sorteo. Suelto en los percales y sin definirse tras cortar a los peones en banderillas, llegó a la muleta enigmático y con buen tranco. Ponce lo empezó a trastear a media altura, sin obligarlo como siempre hace y con la búsqueda de una única constante vital que fuera la ligazón. Se pudieron ver muletazos muy toreados e imantados a la cintura, como también ventajismo, desapego a las distancias y los terrenos, y un claro abuso del pico. Faena que iba tomando cotas más altas por el tesón del matador, su poder de convencimiento y la capacidad de un magisterio de casi tres décadas. Poncinas de nuevo y unos remates por bajo como punto y final que fue lo más destacado en cuanto a torería, pulso y despaciosidad. Pinchazo y estocada caída. El presidente agachó las orejas en un acto de protagonismo deleznable y le concedió las dos al valenciano.

Tras el paseíllo, los tendidos sacaron a saludar a Ponce, invitando éste a sus compañeros de terna. Esa ovación también llevaba el nombre de Paco Ureña. Tras el triunfo a sangre y fuego de la pasada Feria de Julio, el de Lorca, vestido de igual manera, vino al coso de la capital del Turia entre méritos y grandes expectativas. Estoicidad, coraje, verdad y vorágine de pureza. El tercero fue un animal pequeño, tanto que al verlo nos preguntamos cómo serían sus hermanos echados para atrás. Fue un manso encastadito con un pelín de picante cuando le avisó mientras se rebrincaba embistiendo o tendía a quedarse corto en el trazo de algún muletazo. Firmeza y sometimiento para convencerle a humillar con franqueza por el derecho, dejando tres de ellos de alto voltaje y por abajo hasta poderlo por completo. La vergüenza más absoluta y bochornosa llegó cuando apareció el sexto. Una morralla sin cuajo, impropio para de plaza de primera y excesivamente cerrado de cara. Su comportamiento no fue nada fácil, pero delante estaba Ureña. Impávido, sin dudar y de valor seco. Tomó los vuelos a media altura levantando la cara por desagradecimiento. Por el pitón izquierdo venía más acostado y el murciano tuvo que imponer su ley, hasta que en un hachazo le cogió para después ensañarse con él en la arena.  Ya en pie, el recuerdo estremecedor que congelaba esa imagen del mes de julio sobrevolaba Valencia. El vestido se convirtió en un sangre de toro y oro de verdad. Volvió a mirarlo a la cara, y lo mató. Estocada y oreja de ley.

Tras un inicio de temporada flagrante, con la puertas grandes de Olivenza y Castellón en el retrovisor, Alejandro Talavante hacía escala en Valencia. Una tarde confusa y fría del extremeño, al que no se le vio cómodo y con las ganas de intentar levantar una plaza a través de su improvisada tauromaquia. El segundo fue un animal escurrido y cornidelantero, al que se le pegó bien en la primera vara y que llegó a la muleta tras un largo quite de Ureña por limpísimas gaoneras, aplomado y sin un ápice de transmisión. Lo probó por uno, por otro y abrevió sin darle otra opción de lidia. El quinto lo brindó desde los medios como no hizo con el anterior, pero era otra clarividencia absoluta de mansedumbre y falta de casta. Cuatro naturales de gran belleza, siendo el izquierdo el pitón por el que el enmorrillado colorado se sintió más cómodo. Cambió de mano y todo a pique. Noblón, sin fijeza por ese otro flanco y con clara tendencia a mansear. Todo volvió a quedar en nada.

 

  • Plaza de toros de Valencia. 8ª de la Feria de Fallas. Lleno aparente en los tendidos en tarde fría y ventosa. Se lidiaron dos toros de Domingo Hernández (1° y 2°) y cuatro de Garcigrande (3°, 4°, 5° y 6°), de irregular y muy mala presentación. Vareado y descastado el 1°, aplomado y vacío el 2°, escurrido y con teclas de manso encastado 3°, con movilidad el 4°, sin cara y manso el 5° y birrioso, con peligro y desechable el 6º.
  • Enrique Ponce (tabaco y oro): vuelta al ruedo tras fuerte petición y aviso y dos orejas tras aviso.
  • Alejandro Talavante (grana y oro): silencio y silencio tras aviso.
  • Paco Ureña (blanco y oro): ovación con saludos tras aviso y oreja.
  • El diestro murciano entró por su propio pie en la enfermería al terminar el festejo y fue diagnosticado de una contusión cervical por lo que fue trasladado. Pendiente de estudio radiológico.

 

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