Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Qué bueno que volviste
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Qué bueno que volviste
Qué bueno que volviste
Qué bueno que volviste
Qué bueno que volviste
Qué bueno que volviste
Qué bueno que volviste
Crónica Madrid. 11ª Feria de San Isidro

Qué bueno que volviste

Alberto Bautista

En la feria de los inválidos, Don Antonio Ferrera brilló con luz propia ante una corrida tan pobre como equidistante, y es que el envío de Las Ramblas a Madrid, retrata a la perfección el estado de la cabaña brava, aterrado por el descalabro de la bravura y la casta. Nada por ningún sitio hubo en la undécima en un recital de vulgaridad por parte de la terna de banderilleros que se empeñaron hasta el aburrimiento con un saldo ganadero de proporciones. Once tardes y ni un encierro parejo de hechuras. No iba a ser menos hoy. Salieron ejemplares impresentables, y vulgares. Y el mérito de ello es de un palco que ningunea a los aficionados, manteniendo a los inválidos en el ruedo y mirando hacia otro lado con las peticiones de un público soberano, que pidió con fuerza las dos... sí señores, las dos orejas a un Antonio Ferrera que hizo el toreo, aunque desgraciadamente sin atisbo de toro bravo.

Nadie se sabe de dónde pero se inventó una faena que nadie vio. Con lo mínimo, lo máximo. Deleitó frente a un mulo sin casta. Los albores en los medios, con un toro sin humillar y de escaso sometimiento, dieron fuerza para que el extremeño encandilara al público más fiel, gracias al temple. Bendito recurso. He ahí el secreto de poder meter en la muleta a un toro descaradamente feo andándole en la misma cara. Fluyó el toreo de mano baja, los naturales cadenciosos y un tanda para el recuerdo enroscándose al toro y que puso al público de pie con tres naturales de trazo largo y por abajo. Tremendo Ferrera. Dimensión de figura, sin mácula. Fuera de los estereotipos más superfluos, es hoy por hoy el absoluto gladiador de la cabaña brava. En su primer acto se empeñó, defendiéndose de las embestidas del nulo burel. Nada debe empañar el nivel demostrado una vez más por un diestro que regresaba a Madrid tras dos temporadas en el dique seco, y que tras la enorme tarde sevillana de hace unos días y la de hoy en Las Ventas, hacen mayor si cabe el reconocimiento unánime de profesionales y aficionados en una temporada clave para un joven veterano. ¡Antonio, qué bueno que volviste!

Nada se le podrá reprochar a un Juan José Padilla en su línea de torero bullidor colocando banderillas a toro pasado y rozando una vez más la mediocridad con la muleta. No le vamos a pedir que toree como los ángeles. A su favor, bastan estas líneas para subrayar que él no tuvo la culpa del bobalicón primero, ni del parado cuarto. Con el abreplaza, puso corazón frente a un toro de escasa transmisión. Nada nuevo bajo el sol. Fue en el cuarto cuando sacó todo su arsenal a relucir con cinco largas afaroladas de rodillas encendiendo el festival, volviendo a dar el recital de vulgaridad que nos tiene acostumbrados. Demasiado circo y poco toreo.

Sin pena ni gloria pasó Manuel Escribano en su primera comparecencia del abono. Con el síndrome de la portagayola quiso pero no pudo arrancarle un apéndice del que cerraba función. Y es que su erróneo planteamiento sucumbió frente a un toro que rehuía la pelea. Esa idea anacrónica de alargar la faena, y que tantas tardes asistimos estupefactos con tal de agradar, tuvo una vez más el epílogo de un Escribano que se apaga poco a poco. El tercero, serio por delante y un amasijo de esqueleto por detrás, fue un regalito reivindicando un recital de vulgaridad hasta el aburrimiento.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 11ª de la Feria de San Isidro. Algo más de tres cuartos (20.159 espectadores) en tarde plomiza. Se lidiaron seis toros de Las Ramblas, de desigual de presentación y de decepcionante juego. Inválido el 1º, parado el 2º, deslucido el 3º, manso el 4º y nobles 5º y 6º.
  • Juan José Padilla (corinto y oro): silencio y ovación con saludos.
  • Antonio Ferrera (verde esmeralda y oro): silencio y oreja con petición de la segunda.
  • Manuel Escribano (nazareno y oro): silencio y ovación con saludos tras aviso.

 

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