Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
Volver
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
Reverencias a Juan Pedro
ALBACETE. 2ª de la FERIA DE LA VIRGEN DE LOS LLANOS

Reverencias a Juan Pedro

Alejandro Martínez

La novillada de “lujo” fue un fiasco. Bueno, lo fue para aquellos que acudimos a una plaza a emocionarnos. Decepcionó a los que esperamos el toro bravo y encastado, y soñamos con el toreo puro y de verdad. Para todos los demás, esos que van a la plaza a escuchar música y pedir orejas, seguro que la primera novillada del abono albaceteño resultó un gran espectáculo. Y si atendemos al balance de trofeos, así fue. Cuatro orejas –que pudieron ser más si Varea no marra con los aceros– se cortaron. ¡Qué gran tarde de toros!, ¡qué grande es la fiesta! Pues no; no se engañen. Porque una mentira mil veces repetida no se convierte en verdad. La Tauromaquia tiene una esencia, unos pilares sobre los que se asienta, y si estos no se cumplen, la fiesta se convierte en una farsa. En una farsa o en una charlotada como la de hoy; un espectáculo insufrible que, con la complicidad del palco, se intentó maquillar, una vez más, con triunfalismo.

Y es que, ¡qué poco dura la alegría en la casa del pobre! O, mejor dicho: ¡qué poco dura la alegría y la emoción en la casa del aficionado! Tras la interesantísima y variada corrida de toros de La Quinta que abrió el ciclo, volvimos a la normalidad. De una bofetada nos devolvieron al mundo real. De la casta y la emoción, regresamos al descaste, la invalidez y el sopor. Y todo gracias a la novillada de Juan Pedro Domecq. Sí, una de esas ganaderías que embisten, de las de garantías. Fíjense ustedes si será un lujo esta divisa, que con todo el amor de su corazón, la empresa la eligió para dar una oportunidad a las figuras de la novillería. Y como su generosidad no tiene límites, también nos dio una gran oportunidad a los aficionados: la de aburrirnos hasta el ronquido. Porque así, entre bostezos y ronquidos, pasamos la tarde.

Juan Pedro Domecq cumplió con el guión: un encierro noble con la fuerza y la casta bajo mínimos. Y eso, siendo generosos. Porque, por ejemplo, el segundo, tercero y quinto, directamente fueron inválidos. Tres novillos que deberían haber sido devueltos, pero que continuaron en el ruedo gracias al buen hacer de ese exigente y sabio presidente que es Joaquín Coy. Un presidente de curiosas reacciones y comportamientos. Me explico: en uno de los tercios de banderillas, el señor Coy hizo que uno de los subalternos volviera a pasar porque sobre el lomo del toro solo había tres palos. Entendemos que decidió esto porque el reglamento señala que no se puede cambiar el segundo tercio si sobre el toro no hay un mínimo de cuatro rehiletes. En cambio, tan reglamentario él, después si permitió lidiar a inválidos manifiestos y regaló orejas sin petición mayoritaria. Hombre, seamos coherentes, puestos a incumplir el reglamento, ¡incúmplalo siempre!

Tampoco anduvo muy exigente el usía en el reconocimiento matinal. La novillada del hierro sevillano, muy desigual, sorteó varios ejemplares impresentables. Fue el caso del abecerrado segundo, o del tercero, una miniatura. Los demás, sin exageraciones ni pavorosas defensas, estuvieron correctamente presentados. Eso por fuera; por dentro, ni un ápice de casta y fortaleza. Tullidos la mayoría, uno tras otro fueron claudicando y perdiendo las manos. Pero –y aquí está la noticia– descubrimos el porqué de este comportamiento. La prodigiosa selección de Juan Pedro Domecq, su total dominio de la genética, y su asombrosa depuración de la bravura han llegado a tal extremo que ya, al salir al ruedo, sus animales le rinden pleitesía con una reverencia. La plaza de toros de Albacete pareció convertirse en el Palacio Real y, en vez de una novillada, se celebró un besamanos. ¡Los juampedros no luchaban por su vida!, ¡los juampedros se arrodillaban para cumplir con el protocolo! Increíble pero cierto.

Y así, con semejantes fieras indómitas, los tres novilleros se dedicaron a pegar pases y a cortar orejas. El más entonado de la terna fue Álvaro Lorenzo. El toledano, demostró primero soltura y gusto en el manejo del capote, y luego templanza y buen concepto con la muleta. Y eso que se llevó una paliza considerable. Cuando se abría de capote para saludar a su primero, el de Parladé le cogió de lleno y lo zarandeó por los aires. Dramática cogida que afortunadamente quedó en un susto. Ese primero, noble y con calidad, pero de poca fuerza y transmisión, le sirvió para firmar una labor aseada y correcta en la que hizo valer las clásicas formas que posee. Dejó detalles toreros en una labor sin apreturas que remató con una estocada desprendida. Primera oreja. Con el cuarto, que gastó lo poco que tenía en el caballo, volvió a echar mano de oficio e hilvanó una faena meritoria en la que tuvo que tirar mucho de su oponente. Muy solvente concluyó por luquesinas antes de dejar otro espadazo trasero y caído. Segunda oreja.

Otras dos se llevó un Ginés Marín que se presentaba en Albacete sustituyendo al herido Roca Rey. El extremeño, ante un lote inválido de nula transmisión y peligro, también anduvo fácil y templado en dos faenas interminables. Ante el segundo –juguete de nombre y juguete de comportamiento– se pasó diez minutos toreando al hilo y ya al final, encajado, dejó algunos naturales notables. A pesar de la absoluta ausencia de emoción, tras una buena estocada, le dieron una orejita. Bueno, el que se la dio –esta vez literalmente– fue el señor Coy. Aunque no había petición mayoritaria, echó mano de su consabido rigor y sacó el pañuelo. Y lo mismo ocurrió en el quinto, otro moribundo insufrible. Aquí, Ginés se ganó una nominación al Oscar tras una actuación memorable. Aunque estaba delante de un muerto en vida, el chaval quiso convencer al público de que se estaba jugando la vida. Dejándose llegar mucho al de Juan Pedro, se dejó tocar la taleguilla en un arrimón absurdo y terminó arrojando muleta y ayuda para desplantarse ante el bichejo. Después, un espadazo caído y fulminante, y la oreja.  

Cerrando el cartel actuó un Varea que sigue sin convencer y que además dio un auténtico mitin con los aceros. Con el inválido tercero –que se pasó más tiempo derrumbado que de pie– tuvo que abreviar; mientras que con el sexto –el de más cuajo– comenzó toreando muy de verdad, pero rápidamente se perdió en la versión pegapases. Así que, pese a la voluntad del público orejero y del nefasto presidente, su fallo con espada y descabello le dejó sin trofeos y no pudo unirse a la fiesta de sus compañeros.

 

  • Plaza de toros de Albacete. 2ª de la Feria de la Virgen de los Llanos. Más de media plaza. Se lidiaron cinco novillos de Juan Pedro Domecq y uno (1º) de Parladé, desiguales de presentación con algunos muy justos o impresentables como 2º y 3º; nobles, flojos y descastados.
  • Álvaro Lorenzo: oreja y oreja con leve petición de la segunda.
  • Ginés Marín: oreja en ambos.
  • Varea: silencio y silencio tras aviso.
Sigueme en Twitter Sígueme en Twitter @AlexMartinezzz
Comparte y comenta esta noticia: