Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Un esperpéntico simulacro
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Un esperpéntico simulacro
Madrid. Crónica 10ª de la Feria de San Isidro

Un esperpéntico simulacro

Alejandro Martínez

“Por la calle de Alcalá con la falda almidoná y los nardos apoyaos a la cadera. La florista viene y va y sonríe descará  por la acera de la calle de Alcalá”. Con los cabestros de Florito en el ruedo –en plena faena para devolver a los corrales al quinto de la tarde–, la banda de música de la plaza de toros de Las Ventas tocaba “Los nardos”, un chotis popularmente conocido con el nombre de “Por la puerta de Alcalá”. Y, mientras tanto, los “isidros” bailaban, tocaban las palmas, y cantaban en gran parte de los tendidos del coso madrileño. Hasta qué punto ha llegado el nivel verbenero de estos “isidros”... ¡Qué esperpento! Y es que los “isidros” abarrotaban la plaza, como siempre, ante la llamada de las figuras. Bueno, de la figura, de Alejandro Talavante; porque los otros dos matadores del cartel no son más que aspirantes a esa posición de privilegio. Pero uno de ellos ya casi ha alcanzado la meta. Roca Rey, como torero de moda que ya es, también suscitó la atención de los del clavel, sobre todo tras la puerta chica que le regalaron el pasado viernes. Volvía el jovencísimo torero peruano y, de nuevo, junto a Talavante. Y, como acompañante, el llamado Posada de Maravillas que confirmaba la alternativa. Y seguro que el extremeño no olvidará tarde tan señalada. Una tarde que acabó convertida en un esperpento, no sólo por el comportamiento de los “isidros” del clavel y el gintonic, sino por el desastre ganadero de Juan Pedro Domecq. Ni uno solo de los toros que lidió el criador sevillano se salvó de la quema. Un encierro manso, descastado y muy flojo, que encima no se lidió completo pues dos de los ejemplares enlotados –más otro sobrero–  acabaron devueltos debido a su manifiesta y vergonzante falta de fuerzas.

Tras descubrir por la mañana el azulejo que reconoce a la de Juan Pedro como la mejor ganadería del pasado San Isidro, la vacada referencia de las figuras y de los amantes del toro artista, pegó un petardo sin paliativos en el ruedo de Las Ventas. ¡Qué falta de casta!, ¡qué invalidez! Y eso que no se picó en condiciones ni a uno... Ya saben, una tarde más, y para no perder la costumbre, se simuló el tercio de varas. Sí, los caballitos y piqueros salieron a escena, pero ¿para qué? Pues para pasearse; para simular que picaban cuando en realidad no lo hacían. Casi antes de que los astados llegaran a su jurisdicción, los del castoreño levantaban el palo con descaro entre la indignación de parte del respetable. Una parte mínima, eso sí, pues eso de picar ya pasó de moda. Ahora se lleva aplaudir el no castigar; el simular una de las suertes, uno de los tercios más importantes de la lidia. “¡Qué tontos esos del 7!” Debían pensar los “isidros” cuando algunos aficionados protestaban ferozmente por el citado simulacro del primer tercio. Pero es que, si por lo menos luego embistieran en la muleta... Pues tampoco. Tras el ínfimo castigo recibido, los pupilos de Juan Pedro –además de los sobreros de José Luis Marca y Conde de Mayalde– llegaban a la última fase de la lidia padeciendo una borreguez insoportable. Como fumados, deambulaban ante sus respectivos matadores sin la más mínima emoción. ¿Y los de luces? Pues a hacer como que toreaban. Pero no, para torear, delante debe estar presente un toro bravo. Lo otro, un simulacro.

Ni un muletazo en condiciones se dio en la décima de San Isidro. 15 de mayo, día del patrón de la capital, y ni un derechazo o natural de verdad; de esos de mando, belleza y enjundia. Si acaso Talavante frente al segundo pudo dejar alguno suelto. Pero no fue suficiente para levantar una faena muerta desde el principio. Ni para un análisis daba lo que sangró ese primero del extremeño, un toro serio, descastadísimo, y de embestida deslucida pues siempre salía desentendiéndose de la supuesta pelea. Gracias a Dios, el torero nos ahorró la cabezada de turno y abrevió. ¡Bendito seas Alejandro! Poco más pudo hacer con el nobilísimo cuarto, otro animal noble y que tuvo clase, pero tan descastado y flojo como sus hermanos. El trasteo de Talavante, un trámite aburridísimo.

También a Andrés Roca Rey le aguaron la fiesta los toritos de Juan Pedro. Volvía el peruano con la mirada puesta en la puerta grande por la que se marchó a hombros cuarenta y ocho horas antes, pero esta vez no pudo ser. Y eso que estaban los “isidros”... Pero mira que lo intentó. Otra vez, tanto con capote, como con muleta; Roca Rey demostró que anda sobrado de valor. Valor, voluntad y firmeza que, sin duda, es fundamental, pero que no es suficiente. Está muy bien eso de asustar al miedo, el quedarse quieto y vertical como una vela; pero también hay que torear. Más allá de las gaoneras, las chicuelinas, las tafalleras, las arrucinas, los cambiados por detrás... Es imprescindible instrumentar el toreo fundamental; las verónicas, derechazos, y, sobre todo, naturales ejecutados por derecho y respetando las normas y cánones clásicos de parar, templar y mandar. Sin olvidar cargar la suerte. Algo, esto de cargar la suerte, en peligro de extinción. Porque, en los escasos momentos en los que Roca Rey se plantó para torear en redondo, lo hizo en línea y descargando la suerte. Fue el caso de un par de series muy jaleadas ante el tercero, un novillo enano y sin cara, que comenzó embistiendo por abajo con buena condición y cierta codicia, pero que acabó totalmente desfondado. Tras dos tandas de tanteo, en esas dos series con la diestra en las que había que haber hecho el toreo de verdad, Roca Rey no dio la talla. Luego, cuando quiso torear al natural con la izquierda, el animal ya había consumido su escaso fondo de casta. Salió de nuevo a por todas en el quinto y lo recibió en el centro por tafalleras. Y casi le cuesta un disgusto. Al tercer lance, se tropezó y cayó en la cara, pero afortunadamente no pasó nada. En el impulso de humillar para querer coger al torero en el suelo, el animalito de Juan Pedro perdió las manos y se acabó derrumbando con las cuatro patas arriba. Al corral. Para sustituirle, por el portón de chiqueros apareció una raspa indecente también del mismo hierro, que también fue un inválido y que, también, fue mandado de vuelta a los corrales. ¡Qué maravilla! Al final, como quinto tris, se lidió un sobrero de José Luis Marca –divisa encastada donde las haya– tan podrido que ni Roca Rey se animó a aburrirnos con la interminable faena de turno.

¿Y Posada de Maravillas? Pues se fue como vino. Frente al serio y fuerte primero, un manso manejable que embistió a media altura, dio muchos pases sin ponerse nunca en el sitio. En lugar de muletazos lucidos, hubo demasiados enganchones. Para rematar, tuvo que entrar a matar hasta en cuatro ocasiones perdiendo en todas ellas la muleta. El sexto, también inválido, fue devuelto y sustituido por ¡otro igual de flojo! De Mayalde. ¡Récord! Voluntarioso, Posada demostró su buen corte, pero sus intentos por levantar la interminable e insoportable tarde cayeron en saco roto.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 10ª de la Feria de San Isidro. Lleno de “No hay billetes”. Se lidiaron cuatro toros de Juan Pedro Domecq, desiguales de presentación, bien presentados 1º y 2º, justo el 4º, e impresentable el 3º; mansos, nobles, flojos y descastados; 1 (5º tris) de José Luis Marca, que se tapaba por la cara, sin fuerza ni casta; y 1 (6º bis) de Conde de Mayalde, correcto, también flojo.
  • Alejandro Talavante: silencio y silencio.
  • Roca Rey: palmas tras aviso y silencio.
  • Posada de Maravillas (que confirmaba la alternativa): silencio tras aviso y silencio.

 

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