Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
Volver
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Un gran miura y un antológico par de banderillas
Madrid. Crónica 31ª de la Feria de San Isidro

Un gran miura y un antológico par de banderillas

Alejandro Martínez

La última tarde de la Feria de San Isidro llevaba, un año más, la seña de Miura. El hierro sevillano y su leyenda. Y ante tal reclamo acudió la gente y llenó la plaza. Pero la cosa no pudo empezar peor. El primero, muy blando, fue devuelto a los corrales y provocó que la corrida ya no se lidiara completa. Pero Rafaelillo corrió turno y saltó al ruedo el que se había sorteado y enchiquerado como cuarto. Se llamaba Tabernero, pesaba 605 kilos y estaba marcado con el número 17. El toro, muy largo, serio, astifino y agresivo, poseía una estampa inconfundible. En el caballo cumplió en dos puyazos fuertes que no mermaron su fondo de casta. Ya en el tercio de banderillas, tras el último par, el subalterno José Mora se quedó al abrigo de tablas sin resguardarse, llamó la atención del toro, y este se le arrancó y a punto estuvo de ensartarlo contra las tablas. Verdaderamente, le perdonó la vida. Ya muleta en mano, Rafaelillo comenzó la faena y rápidamente quedaron confirmadas las grandes virtudes que había mostrado el toro en los primeros tercios.

Si en banderillas se había arrancado alegre y pronto, mantuvo este comportamiento en un trasteo que alcanzó su punto álgido con el murciano toreando al natural. Con la zurda, y tras alguna serie buena pero no rotunda, firmó tres naturales espléndidos. Encajado, bien colocado y muy asentado, corrió la mano con templanza y remató los muletazos atrás. El milagro, una vez más, se había consumado. Un toro de Miura metiendo la cara abajo y un torero sintiéndose y toreando a placer. Pero el trasteo no fue un paseo para Rafaelillo. El astado, tan encastado como exigente, repetía con muchísimo poder y reponía con enorme codicia. Ni un respiro concedió el bicho. Pero Rafael, como buen torero macho, aguantó y aún hubo tiempo para un par de series más en las que ligó pases largos y profundos. Agotado, se marchó a por la espada, mientras Tabernero no le quitaba el ojo de encima. ¡Qué fijeza! La sensación: que el toro tenía aún otra faena por hacer. Con un trofeo ganado a ley, se tiró a matar pero no entró el acero. Tras pinchar tres veces, dejó una estocada y todo quedó en ovación. Menos opciones tuvo con el sobrero que hizo cuarto. Un ejemplar de Valdefresno –manda narices poner eso en una corrida de Miura– redondo como una pelota y con aspecto de buey que se movió con vulgaridad y sin decir nada en el último tercio.

El otro gran protagonista del festejo fue Fernando Sánchez. Un día más, un torero de plata se llevó la ovación más fuerte de la tarde. El peón de Javier Castaño, que ya había destacado en el par que le correspondió ante el segundo; puso la plaza en pie tras una actuación memorable en el tercio de banderillas del quinto. Como tercero dejó un buen segundo par, pero tras el fallo de su compañero con los rehiletes en el último, la gente pidió que volviera a entrar en acción y no se lo pensó dos veces. Con los palos se dirigió al centro del ruedo y comenzó el espectáculo. Gustándose, y con los palitroques abajo, dejó que el toro se arrancara, fue andando a su encuentro, cuadró en la cara, se asomó al balcón y dejó el par en todo lo alto. Después, salió también andando, con suprema torería. Impresionante. Antológico. ¡Qué momento! Ese toro, al que le pegaron en el caballo muy trasero, pareció afligirse y apenas pudo embestir en la muleta. Castaño, al que el público recibió con una cariñosa ovación, aprovechó el escaso poder del animal y sacó a relucir sus recursos y su tauromaquia de cercanías. Valeroso, anduvo templado y le robó algunos muletazos limpios. Frente al segundo, más moruchón, noblón, pero no claro, la labor careció de lucimiento.

El miura más complicado del sexteto le tocó al más joven de la terna. Pérez Mota, que apenas torea, tuvo que lidiar con el listo tercero, un ejemplar de gran viveza, que repuso una barbaridad y que nunca humilló. Superado, tuvo que abreviar tras intentarlo por ambos pitones. Lo peor, lo mal que se tiró a matar y el bajonazo que dejó. El sexto, Ojeador de nombre y último toro de la feria, protagonizó un primer tercio de gran intensidad cuando se arrancó con alegría –y desde casi el centro del ruedo– tres veces al caballo. Más espectacular que bravo, hubo momentos en los que empujó y llegó a recargar, pero también otros en los que se aburrió y se dejó pegar sin más. Después, en el último tercio, no terminó de entregarse y se movió sin clase lanzando tornillazos.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 31ª y última de la Feria de San Isidro. Lleno. Se lidiaron cinco toros de Miura, de características caras y tipos, descastados y deslucidos salvo el encastado, bueno y completo 1º; y uno (4º) sobrero de Valdefresno, correcto de presentación, noble y desclasado.
  • Rafaelillo: ovación con saludos tras aviso y silencio.
  • Javier Castaño: silencio tras aviso y ovación con saludos.
  • Pérez Mota: silencio y silencio.

 

Sigueme en Twitter Sígueme en Twitter @AlexMartinezzz
Comparte y comenta esta noticia: