Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Un trago insufrible
Crónica Pamplona. 8ª de la Feria de San Fermín

Un trago insufrible

Leo Cortijo

Dicen que no le hacía falta. Que anda sobrado en este sentido y que el dinero no es la razón. Que Pepín Liria no ha reaparecido este año por otra cosa que por amor a su profesión. Añoranza y anhelo de lo que un día fue. Aún con esas, podía haberse aliviado y hacer el tour por cinco placitas cómodas con el toro a modo. Pero no, quería volver a Pamplona, su feudo, y vérselas con dos que son cuatro si los comparamos con otras plazas de temporada. Y además venía a triunfar como fuese, no a pasearse. Y con esa mentalidad y dejando de lado el toreo, que no hubo ninguno, solo le quedó una vía: lo temerario. Poco menos que entregar su cuerpo a la suerte de lo que quisiese el toro. Algo que recordó a trágicas y cercanas reminiscencias que no queremos, ni de lejos, volver a padecer. Afortunadamente, salió sano y salvo, pero el trago fue muy difícil de pasar. Insufrible e innecesario. Pero ahí queda su valor y sus cojines. Todo, en una lamentable y a menos corrida de Victoriano del Río –que menuda racha, por cierto–. Otro desfilar de soporíferos animales y tediosas faenas. El Juli, en figura, inventándoselas; y Ginés, camino de ello, sin opciones.

Dos largas cambiadas de rodillas fueron la carta de presentación, o de reencuentro, mejor dicho, de Pepín Liria con Pamplona. También quiso iniciar de rodillas su faena muleteril, y así hizo pegado a las tablas de los tendidos de sol, con un susto que quedó en nada porque Jabaleño no llegó a prenderlo, aunque lo tuvo a merced. La impetuosa y codiciosa embestida del victoriano, por momentos, desbordó al de Cehegín, que no terminó de encontrarle el aire en muchos pasajes de su trasteo. Lógicamente, la inactividad y la falta de fondo físico se dejó notar con un animal con un fondo, valga la redundancia, encastado, interesante y con mucha transmisión. Salvó la papeleta, pero la emborronó con una estocada que hizo guardia.

Su segundo se lo brindó al hijo de Espartaco y, por extensión, a toda la familia del diestro de Espartinas. El toro, que apuntó mejores maneras en los prolegómenos de la faena, fue drásticamente a menos, no sacó el fondo encastado de su primero y el calor de los primeros compases –azuzados por la raza de Pepín– quedó en nada. Ahora bien, había que ir a por todas. Como fuese. Y como toreando era imposible, el murciano se entregó por completo de otra manera. Al querer iniciar una serie de rodillas se confió en exceso y recibió una voltereta tremenda. Con los gritos de «¡Pe-pín, Pe-pín!» resonando en la plaza, el torero se recompuso y, del mismo palo, volvió a intentarlo para –otra vez– hacer pasar miedo a todo el mundo justo antes de matar. Ahí llegó otro momento de tensión increíble: al hundir el acero, el animal hizo hilo y apunto estuvo de alcanzarlo en su carrera. ¡Madre mía! Qué tensión. Qué manera de jugárselo solo a eso. Se pidieron con fuerza las dos orejas, pero, muy correctamente, solo se concedió una. Hay que recordar que la emoción vino por los sustos y por la voltereta, no por el toreo que hubo con el descastado y deslucido victoriano. Y ese es un matiz importante a tener en cuenta para los que cargan contra la presidencia.

Ebanista, primero del lote de El Juli, puso la cara por las nubes en la vara y media que tomó, y tres cuartos de lo mismo hizo en banderillas, lanzando derrotes a diestro y siniestro. Poco apuntó en los primeros tercios y no cambió en el último. Un movimiento descompuesto y deslucido, acortando el viaje a media altura con calamocheo incluido. Ese fue el material con el que el torero madrileño no tuvo otra que justificarse antes de pasarportarlo. Su segundo tampoco ofreció buenas sensaciones. Un animal con la fuerza justa al que no someter, que desordenó su embestida y que, en otras manos, hubiera durado un suspiro. Tras una primera mitad de modelaje, Julián lo fue haciendo a modo hasta acercarse a lo que iba buscando, para entonces dejar un ramillete de muletazos meritorios, eso sí, con su particular concepto. El espadazo, en mal sitio, menguó la petición.

El zancudo y feúco Soleares, impresentable para esta plaza, levantó muchas suspicacias. Ginés Marín muleteó de menos a más dulcificando a base de porfía lo que acabó siendo una embestida con transmisión. No fue una entrega total desde el primer muletazo, pero el toro de la divisa madrileña fue desarrollando un fondo encastado y acometió con fijeza y repetición. El trasteo del extremeño alternó pasajes más pulcros y notables en el trazo con otros más deslucidos y carentes de ajuste. Mucho diente de sierra que no terminó de llegar a buen puerto y menos después de marrar con la tizona. El Beato que iba a cerrar festejo resultó inválido tras lesionarse y volvió a los corrales, de los que salió el sobrero, con el segundo hierro de la casa, y que ofreció una lamentable imagen en la pañosa extremeña. Totalmente desentendido, no paró de buscar la salida y huyó después de pasar las pocas veces que pasó. Un imposible.

 

  • Plaza de toros de Pamplona. 8ª de la Feria de San Fermín. Casi lleno en tarde soleada y calurosa. Se lidiaron seis toros de Victoriano del Río, uno de ellos como sobrero (6º bis), desiguales de presentación y algunos sin el trapío necesario para esta plaza. Con fondo encastado y de embestida codiciosa 1º y 3º; con un movimiento descompuesto y protestón a media altura el deslucido 2º; descastados, blandos y deslucidos 4º y 5º; huidizo el rajado y desentendido 6º.
  • Pepín Liria (blanco y oro): silencio tras aviso y oreja con fuerte petición de la segunda.
  • El Juli (azul marino y oro): silencio y ovación con saludos tras aviso.
  • Ginés Marín (gris y oro): silencio tras aviso y silencio.
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