Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
Volver
Un viaje al pasado
Un viaje al pasado
Un viaje al pasado
Un viaje al pasado
Un viaje al pasado
Un viaje al pasado
Un viaje al pasado
Un viaje al pasado
Un viaje al pasado
Un viaje al pasado
Un viaje al pasado
Madrid. Crónica 26ª de la Feria de San Isidro

Un viaje al pasado

Alejandro Martínez

31 de mayo de 2016, plaza de Las Ventas, Madrid. En el cartel se anuncia la lidia y muerte de seis toros de Saltillo, estirpe mítica del campo bravo. A las siete de la tarde comienza el festejo. El festejo y el viaje. Al toque de clarines y timbales, se activa el túnel del tiempo. De pleno siglo XXI viajamos a finales del XIX. Sí, es verdad que en esos años la plaza de Las Ventas no estaba aún construida, pero da igual. Qué mejor escenario que el coso de Madrid para acoger una corrida de otro tiempo. El público y los toreros del festejo son hijos de la modernidad; los toros de Saltillo, no. Según van saliendo los seis ejemplares criados en Palma del Río (Córdoba) por Moreno Silva, el pánico se va apoderando de la plaza. ¿Dónde está el toro noble de nuestros días, ese que se deja torear y que sale rendido de chiqueros? Ni rastro. Allí, en el ruedo de Las Ventas, hay fieras, toros de una dureza y complejidad inimaginables. El toro es el amo de la plaza, y los toreros, de oro y de plata, hacen lo que pueden por salir indemnes del trance. Todos salieron por su propio pie, y pueden dar gracias. Porque ¡qué corrida! Pocos recordaban algo parecido. La leyenda del héroe, del hombre valiente qué es capaz de acabar con la fiera, volvió a cobrar sentido. Aquel fue un espectáculo desconocido para casi todos. Algo de lo que sólo se tiene constancia a través de los libros de Historia. Hoy la fiesta es distinta. La tauromaquia ha evolucionado, es verdad; pero nunca debió perder ese carácter mítico. La emoción debe ser dueña de toda corrida de toros; y hoy, la emoción, estuvo siempre presente. El riesgo se percibía en cada embestida, en cada lance; allí nadie pestañeaba, todo el mundo era consciente del esfuerzo e infinito mérito de aquellos que se ponían delante. Por todo ello, y por mucho que la mayoría ponga el grito en el cielo y quiera mandar al paredón al ganadero, esto también es parte de la fiesta. Porque, ¿qué prefieren? ¿El toro bobo y descastado, o el duro y peligroso?

Sí, la corrida de Moreno Silva-Saltillo fue una mansada. Todos, los seis astados, protestaron y huyeron de los caballos. Sí, es verdad; pero también lo es que ninguno dobló una mano. Esta vez el toro no daba lástima, producía pavor. Y allí pasó de todo. Desde un toro tan duro que se fue vivito y coleando de vuelta a los corrales tras los tres avisos escuchados por su matador; otro animal condenado a banderillas negras y que, pese a todo, fue imposible; decenas de desarmes de capotes y muletas; un picador derribado; grandes y valentísimos pares de banderillas; y hasta muletazos de mérito conseguidos por esos tres toreros que se jugaron la vida literalmente. Por eso, yo pregunto: ¿alguien se aburrió? Algunos dirán que esto es un asesinato, una encerrona para disfrute de unos pocos perturbados con mentalidad de otro siglo. Me da igual. La fiesta de los toros siempre ha sido dura, cosa de valientes. Hoy nadie de los que se sentaban en los tendidos tuvo la oportunidad de pensar aquello de “yo también soy capaz”. No, esta vez no. Había que tenerlos muy bien puestos para hacer frente a esas fuerzas de la naturaleza. Especialmente a los lidiados en tercer y cuarto lugar, dos demonios de capa cárdena. A cada cual más peligroso y difícil.

El tercero, anovillado, sin morrillo, playerón de cuerna, manseó como todos en el primer tercio y sembró el pánico con sus terroríficos arreones. A la velocidad del rayo se arrancaba Luvino a por su presa. Impresionante. Pero ahí estaba un torerazo llamado David Adalid. El peón de José Carlos Venegas puso la plaza en pie tras dos pares de infarto. Con el toro en galope, fijo en el hombre descubierto, Adalid fue a su encuentro, reunió, se asomó al balcón y clavó en todo lo alto de forma espectacular. Dos veces. Un héroe vestido de plata. Después, el joven Venegas, que apenas torea y que ya se encontró el pasado mes de septiembre con un bravísimo ejemplar de Moreno Silva, se fue a por su primer enemigo. Con una pequeña muletita como única armadura, aún tuvo los arrestos de echarse la pañosa a la mano izquierda, ponerse vertical y citar de frente a la fiera. Pese a que el lucimiento fue imposible porque el animal estaba rajadísimo y rehuía la pelea, el jienense lo persiguió, se puso y aguantó. Un valor y pundonor que no fue suficiente para acabar con el bicho. Con espada y descabello lo intentó Venegas, pero el tiempo fue corriendo y el presidente no tuvo más remedio que dar los tres avisos. Algo más relajado pudo ponerse frente al también manso sexto, que acudía pronto pero que echaba siempre la cara arriba en el embroque. De nuevo, anduvo digno.

El otro animal prácticamente ilidiable fue el cuarto, más hecho, muy serio y veleto de cara. Tan manso como poderoso en varas, y a pesar del castigo recibido en las distintas entradas al peto, hubo que ponerle banderillas negras. Y no vayan a creerse que Cazarrata –que así se llamaba la prenda– se vino abajo. No paró en su empeño de cazar a todo lo que por allí se moviera. Manso pregonado, durísimo, orientado, listo, con la cara por las nubes... Imposible. A Sánchez Vara le correspondió y éste anduvo con oficio y se lo quitó de encima rápido y con habilidad. Tampoco tuvo opción con el manso, descastado y muy deslucido primero, el más pacífico del sexteto. Algo mejor fue el lote de Alberto Aguilar. Sus dos oponentes, mansos encastados, tuvieron mucho que torear y repitieron con enorme transmisión y fiereza en el último tercio. El madrileño, decoroso y encajado, puso voluntad y llegó a conseguir muletazos de gran emoción.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 26ª de la Feria de San Isidro. Más de media plaza. Se lidiaron seis toros de Moreno Silva, muy justos de presentación, mansos y muy complicados.
  • Sánchez Vara: silencio y palmas.
  • Alberto Aguilar: silencio tras dos avisos y ovación con saludos.
  • José Carlos Venegas palmas tras tres avisos y silencio.

 

Sigueme en Twitter Sígueme en Twitter @AlexMartinezzz
Comparte y comenta esta noticia: