Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Ureña redentor
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Ureña redentor
Madrid. Crónica 17ª de la Feria de San Isidro

Ureña redentor

Alejandro Martínez

El toreo es, o debería ser, emoción. Una emoción que puede aportar el toro, el torero, o ambos en comunión. Y cuando hay emoción, el toreo despliega toda su grandeza. Porque este espectáculo reúne muchos valores, sí; pero no siempre son reivindicados en el ruedo. El público no es tonto. Cuando la emoción se hace presente, la gente se levanta gozosa en los tendidos y vuelve al día siguiente; cuando ocurre lo contrario, abandona las plazas. Por tanto, la solución a los problemas de la fiesta, el fin de su actual decadencia, pasa, sencillamente, por recuperar la emoción. Devolver la casta y el poder al toro; y exigir verdad y pureza a los toreros. Y que no se nos diga que es una utopía, que los que defendemos esto somos unos ilusos y románticos. Que no nos engañen. Claro que es posible.

Si no, fíjense en Paco Ureña, el nuevo redentor de la afición y de la tauromaquia auténtica. Este murciano de Lorca, de rostro y caminar triste, se ha convertido en la nueva esperanza de los desilusionados e indignados taurinos. De todos aquellos hartos de que la mentira y el aburrimiento sean el pan nuestro de cada día. Y es que, frente a los pegapases, frente al toreo tramposo y lineal de suerte descargada; la pureza y el concepto de Paco Ureña suponen un soplo de aire fresco, un canto a la autenticidad y verdad del toreo eterno. Sí se puede, ¡claro que se puede! Se puede llegar a la plaza de Madrid y poner a todo el mundo de acuerdo; se puede apostar y entregar tu vida al toro y al destino en cada cite; se pueden ligar los muletazos y bajar la mano, sin perder un ápice de naturalidad y pureza. Hoy lo volvió a demostrar un torero al que Madrid ya ha cogido como propio. Siempre entregado, siempre de verdad, volvió a Las Ventas herido tras la cogida sufrida hace una semana en Vic-Fezensac, y no escatimó un esfuerzo. Ni una vez se alivió.

La faena al segundo de la tarde, un toro noble de Las Ramblas al que no le sobraba fondo y que dio muestras de acabarse pronto, la comenzó por estatuarios. Después, llegó una serie con la izquierda en la que hubo tres naturales espléndidos, muy ceñidos. Ya se había metido a la gente en el bolsillo. Después, otra por el mismo pitón menos rotunda. El animal comenzaba a venirse abajo. Entonces, Ureña se echó la muleta a la mano derecha y ejecutó una tanda en la que firmó dos redondos sobresalientes, muy largos, muy profundos. El remate, por abajo, con el torero mirando al tendido, sublime. Otra serie a derechas. Y otra más, de nuevo con muletazos de mano muy baja, llevando al toro hasta el final, con el mentón hundido, pegado al pecho. Lo concluyó todo con un pase de pecho rematado en la hombrera contraria, totalmente cruzado. La gente no se lo creía; se frotaba los ojos. Claro que se puede torear así de bien, con tanta naturalidad y verdad. Porque Ureña lo hace todo colocado en el sitio, siempre encajado de riñones, las zapatillas hundidas en la arena, la figura vertical, abandonada... El toreo. En sus manos tenía una oreja de las que pesan, de esas que se recuerdan; pero, pese a tirarse derecho y jugársela, la espada no quedó en buen sitio. Por si fuera poco, salió cogido de la suerte y el toro intentó hacer presa en el suelo. Se libró y tuvo que coger el descabello. Los tres golpes sobre el morrillo terminaron por dejar la obra sin premio. Pero qué más da. Las orejas son despojos; las sensaciones, en cambio, perduran.

Cómo perdurará la actitud y valor que mostró frente al quinto, un astado de Daniel Martínez que no le puso las cosas fáciles. Codicioso el de Las Ramblas, no humilló y se movió defendiéndose debido a su escasa fortaleza. Feo, sin cuello, muy abierto de cara; nunca fue metido en el engaño y a punto estuvo de herir al torero en un revolcón del que salió feamente prendido. Pero Ureña, que es un torero macho, no se arrugó. Siempre dando el pecho, de frente, se jugó la cornada en cada embestida. “Ahí tienes la muleta, elige”. El engaño o el bulto. No fue redondo ni lucido el trasteo, tan sólo hubo espacio para un puñado de muletazos largos y limpios, pero lo que sí hubo fue verdad y entrega a raudales. ¡Qué lección de sinceridad y valor! “¿Qué es eso de esconder la pierna, de citar desde fuera y despedir más allá?, ¿no es el toreo grandeza?, ¿no venimos a jugarnos la vida y a emocionar al público?”. Esta vez sí, gracias a Ureña. La oreja, pedida por aclamación, fue premio merecidísimo por el esfuerzo realizado ante ese quinto, pero también como reconocimiento al conjunto de su tarde, al momento de esplendor que vive, y a la ilusión –bendita ilusión– que ha generado en el aficionado.

El resto del festejo, en cambio, fue para olvidar. Manuel Jesús “El Cid” volvió a cumplir con su triste papel de los últimos años: el quiero y no puedo de una vieja gloria que desde hace tiempo no es ni sombra de lo que fue. En vez de marcharse a casa con honor, el sevillano continúa dando tumbos y dejando escapar toros de triunfo. Como el cuarto, un remiendo de Buenavista que lo tuvo todo para no irse con orejas al desolladero. Noble y de buena condición, embistió mucho y por abajo, pero “El Cid” lo aburrió a base de medios muletazos, con la figura arqueada y siempre fuera cacho. La espada, se le fue abajo. Todavía peor anduvo frente al manso y geniudo primero que comenzó moviéndose con emoción –rabieta producto de la mansedumbre–, pero que luego se limitó a ir y a venir, sin clase ni casta, hasta que acabó rajándose. Manuel Jesús, desconfiado y sin ajustarse nunca, se dedicó a pegar toques fuertes hacia afuera, así como trapazos acelerados.

Por su parte, y con un buen sobrero de Julio de la Puerta primero, y con un manso rajado y descastado después; Jiménez Fortes pasó inadvertido.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 17ª de la Feria de San Isidro. Casi lleno. Se lidiaron cuatro toros de Las Ramblas, correctos aunque desigualmente presentados, mansos, nobles y descastados (mejor el 2º); uno (3º bis) sobrero de Julio de la Puerta, justo de presentación, noble y bueno; y uno (4º) remiendo de Buenavista, correcto, cumplidor en el caballo, y también de buen juego.
  • El Cid: silencio y silencio tras aviso.
  • Paco Ureña: ovación con saludos y oreja.
  • Jiménez Fortes: silencio y silencio.

Parte médico de Paco Ureña: Puntazo corrido en la cara interna del tercio superior del muslo izquierdo y en escroto. Contusiones múltiples. Pronóstico leve salvo complicaciones.

 

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