Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Ureña, valor y pureza bajo el diluvio
Ureña, valor y pureza bajo el diluvio
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Ureña, valor y pureza bajo el diluvio
Ureña, valor y pureza bajo el diluvio
Ureña, valor y pureza bajo el diluvio
Ureña, valor y pureza bajo el diluvio
Ureña, valor y pureza bajo el diluvio
Ureña, valor y pureza bajo el diluvio
Madrid. Crónica 6ª de la Feria de San Isidro

Ureña, valor y pureza bajo el diluvio

Alejandro Martínez

Con el ruedo ya convertido en un auténtico fangal tras el diluvio, Paco Ureña no se lo pensó dos veces y se puso a torear. No a pegar pases, a torear. Ya lo había hecho en el tercero, un animal que se movió sin clase, que nunca fue metido en el engaño y que echaba siempre la cara arriba a la hora del embroque. Y lo volvió a hacer con el sexto, un toro de El Torero que producía pavor. Con dos impresionantes leños por delante, que eran dos agujas y que encima estaban muy abiertos, el bicho tenía un trapío monumental. Pero a Ureña no le importó. Como tampoco le importó ni el pésimo estado del ruedo, ni las cosas –nada buenas– que hizo el astado en los primeros tercios. Únicamente armado con su muleta, se marchó a los bajos del tendido diez a plantarle cara a su oponente. Y así, sin que casi nadie lo esperara, sin probatura alguna, le pegó dos redondos inmensos con la mano derecha. Rematados muy atrás, se enroscó al toro en un inicio que puso la plaza boca abajo. Después, otra serie buena con la diestra. Como ya había hecho antes, ante su primero, Paco Ureña se metió a la gente en el bolsillo al reivindicar el toreo más puro y auténtico. Siempre colocado en la rectitud, vertical, encajado; su toreo recuerda a otra época en la que se respetaban los cánones y la verdad. En una fiesta dominada por los pegapases y por el toreo de mentira, ese despegado y de pierna retrasada, el concepto de Ureña es toda una esperanza. No todo está perdido señores.

Es verdad que su trasteo fue muy intermitente, que intercaló grandes muletazos con otros enganchados, pero los buenos fueron muy buenos. Ante ese terrorífico astado, que embistió con casta y exigencia en el último tercio, el murciano no se dio ni una ventaja. En la faena, en la que predominó el toreo a derechas, también hubo espacio para dos naturales y un pase de pecho que fueron carteles de toros. Con la suerte cargada, recogió la embestida adelante para llevarla muy templada hasta detrás de la cadera. Templanza, pureza y cadencia. Valor y torería al fin y al cabo. A esa altura el bendito público ya se había olvidado de la lluvia y el frío, y estaban inmersos en la inspirada obra de Ureña. Pero se equivocó el torero y alargó el trasteo de forma innecesaria. Bajó la intensidad, pero volvió a subir en un torerísimo cierre en el que de las muñecas de Paco surgieron un puñado de trincherazos, pases de desprecio y detalles por bajo de sobresaliente belleza. Pero aún había que tirarse a matar. Y aquello no era asunto menor. A ver quién era capaz de pasar por allí, de superar esa cuna de inmensidad oceánica. Ureña se tiró y pinchó. Sin embargo, al segundo intentó, logró un estocadón que tumbó patas arriba a su enemigo. La oreja, indiscutible.

Muy diferente, en todo, fue el tercero, un ejemplar tan feo como impresentable. Hecho cuesta arriba, no tenía seriedad por delante, ni tampoco remate por detrás. Tras cantar la gallina después del primer puyazo, el toro llegó al tercio final con movilidad desclasada y con la cara muy suelta. Ureña, que lo recibió bien a la verónica, demostró un valor sincero justo cuando arreciaba el temporal. Muy torero en todo momento, acertó en los toques fuertes y abajo, así como en la colocación y asentamiento. Tampoco fueron completas ni perfectas las tandas, pero hubo muletazos de gran verdad. Tres naturales con el compás cerrado y totalmente de frente, de lo mejor. Antes de pinchar y dejar una estocada caída, volvió a doblarse por abajo con mucha torería. Gran ovación.

La actuación de Paco Ureña fue el oasis de una tarde que parecía condenada desde el principio. Al baile de corrales hubo que sumar, otra vez, la lluvia. Agua y más agua que acabó dejando el ruedo impracticable y que tuvieron que soportar, como pudieron, los espectadores. Eso, por no hablar de Manuel Escribano e Iván Fandiño. El primero de ellos, al que le correspondió un soso pero buen lote, anduvo despegado y tirando líneas toda la tarde. Pese a que un sector del público le recriminó de forma incesante su colocación, el sevillano no rectificó. El primero y el cuarto, ambos de la ganadería titular, mostraron mansedumbre en el caballo, pero acabaron embistiendo mucho con nobleza y buena condición. Es verdad que faltó transmisión, pero eso también es cosa del torero. Mal con banderillas y muleta, a Escribano también se le fue la mano con la espada. Por su parte, a Fandiño le correspondió en primer lugar un toro de El Torero también mal presentado, y luego un remiendo de Torrealta, de aparatosas defensas pero fuera de tipo, que fue un morucho. Frente al manso segundo, que se rajó a la primera de cambio, Fandiño lo intentó con voluntad pero escaso lucimiento ante la indiferencia de los tendidos. Incapaz y desdibujado, con el otro, abrevió.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 6ª de la Feria de San Isidro. Menos de tres cuartos de entrada. Se lidiaron cinco toros de El Torero, muy desiguales de presentación con algunos impresentables y otros muy serios; mansos en general, aunque con opciones los nobles 1º y 4º, así como el encastado y exigente 6º; y uno (5º) de Torrealta, serio y muy deslucido.
  • Manuel Escribano: silencio y silencio
  • Iván Fandiño: silencio y pitos.
  • Paco Ureña: ovación con saludos tras aviso y oreja.

 

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