Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Vuelta al mundo de los mansos
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SEVILLA. CRÓNICA 12ª DE LA FERIA DE ABRIL

Vuelta al mundo de los mansos

Alejandro Martínez

Hay que ver que poco dura la alegría en la casa del pobre. Ni veinticuatro horas nos duró a los aficionados el éxtasis de la corrida de Victorino. Otro ganadero muy diferente, Álvaro Núñez Benjumea, nos devolvió de golpe a la triste realidad. A esa en la que los toros van y vienen con gran nobleza y dulzura, pero sin transmisión alguna; a esa en la que el picador sale a darse un paseíto porque picar, lo que se dice picar, no pica nada; a esa en la que se regalan orejas por hacer el destoreo; a esa presidida por la mansedumbre y la falta de casta. Cuvillo y sus pupilos nos bajaron del cielo para volver a sufrir el tedio más absoluto.

Sentimiento, de todas formas, que parecieron no compartir los guapos y guapas que se dieron cita en la Maestranza. Aunque claro, seguro que la mayoría, no asistieron a la auténtica corrida de toros del miércoles. Y es que ni Manuel Escribano, ni Morenito de Aranda, ni Paco Ureña tenían glamour ni fama. «¿Y esos quiénes son?», pensarán los del traje de gitana y el rebujito. En cambio, sí que vinieron como locos para complacerse con el destoreo y la mentira de su gran ídolo: José María Manzanares. «Ese sí que es guapo y famoso». Así que, gracias a los que confunden la estética con la autenticidad, el envoltorio con la esencia, Manzanares se marchó de Sevilla con dos orejas. Y casi sin pegar un muletazo. Bueno, entiéndanme, muletazos pegó muchos… Un trofeo le dieron tras “torear” a placer al inválido segundo, un animal que se derrumbó media docena de veces durante la lidia, pero que el presidente mantuvo en el ruedo. Sí, señor. Ya en el último tercio, el novillejo de Cuvillo se movió con exquisita clase y nobleza, pero sin un ápice de casta, poder o transmisión. «Eso, los victorinos…» Un animalillo que transmitía verdadera lástima, pero al que el alicantino entendió a la perfección. Con la muleta –gigante, por cierto– a media altura, templó mucho la bondadosa embestida del animalito y lo adornó todo con su indudable empaque y elegancia. Dejando constantes tiempos muertos para que el toro –y él– respirara, fue metiéndose otra vez en el bolsillo a aquellos que lo ascendieron a los altares hace unas cuantas temporadas. De toda la labor, tan despaciosa como aliviada, sobresalieron un par de cambios excelentes en los que sí se enroscó a su oponente. Después, tras un espadazo contundente, aunque algo contrario, le dieron el primer trofeo. Otro obtuvo tras estoquear al quinto, el mejor ejemplar del muy desigual y anovillado encierro que envió a Sevilla el criador gaditano. Ese astado, melocotón de capa, tampoco anduvo sobrado de fuerza ni fondo, pero al menos llegó a la última fase de la lidia con más movilidad y recorrido. Un toro que valió mucho y que se merendó a un Manzanares descolocado que pegó muchos pases, algunos de ellos auténticos trapazos. Siempre en línea, citando desde la periferia y despidiendo más allá, sin ajustarse ni una sola vez con el de Cuvillo, enardeció igualmente a los tendidos. Tras una estocada tan efectiva como baja le llegaron a pedir las dos orejas, aunque finalmente sólo paseó una. ¡Qué exigentes!

El único que puso un poquito de seriedad y torería en ese simulacro taurómaco fue José Garrido. El extremeño, que regresaba a la plaza en la que se convirtió en matador de toros hace un año, se pasó media tarde en la enfermería tras sufrir una terrible voltereta cuando intentaba acabar con su primero. Ese tercero, de más corto recorrido y del que tuvo que tirar mucho Garrido durante el trasteo de muleta, lo prendió cuando entraba a matar por segunda vez y le zarandeó por los aires, aunque afortunadamente sin consecuencias. Con la taleguilla hecha trizas, volvió a precipitarse sobre el morrillo y dejó un espadazo muy tendido y superficial que retiró rápidamente su cuadrilla. Después, ya con el descabello, consiguió finiquitar al bicho. Una merecida ovación escuchó de un público que acogió con frialdad una labor de mucha entrega y voluntad en la que hubo de todo. Buscando alargar la embestida del animal, Garrido toreó por momentos en línea, aunque en otras ocasiones sí anduvo más ceñido rematando atrás los muletazos. Le buscó mucho las vueltas al toro, logró algún pase de pecho notable, y terminó ejecutando unas bernadinas en las que se jugó el tipo. Nada o casi nada, en cambio, pudo hacer con el sexto, un manso de solemnidad que buscó descaradamente la querencia y que no tuvo posibilidad alguna. Por cierto, que ese animal que cerró plaza, dijeron era el primer hijo que se lidiaba del famoso Arrojado, toro indultado en La Maestranza en 2011, por Manzanares precisamente. Teniendo en cuenta el comportamiento que tuvo aquel, tampoco fue extraño lo que acabó haciendo su descendiente…

Por allí, de telonero, también anduvo Sebastián Castella.  

 

  • Real Maestranza de Sevilla. 12ª de la Feria de Abril. Casi lleno. Se lidiaron seis toros de Núñez del Cuvillo, muy desiguales y mal presentados en conjunto (algunos muy terciados), mansos, nobles, blandos y descastados. Destacó el 5º por su movilidad.
  • Sebastián Castella: silencio y silencio.
  • José María Manzanares: oreja y oreja.
  • José Garrido: ovación con saludos tras dos avisos y silencio tras aviso.
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