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'¿Es el enemigo? Que se ponga'
CRÓNICA FALLAS | por Darío Juárez

'¿Es el enemigo? Que se ponga'

Darío Juárez | Valencia

Miré al palco, vi asomar el segundo pañuelo y automáticamente pensé en Ureña y en la desgracia que lleva a cuestas: la desgracia del bien torear. Esa que no vale para cortarle dos orejas a un toro en Valencia habiendo estado hecho un tío, por tener encima un palco que hasta el miércoles parecía un tribunal. Pero llegó el jueves, la jarana, las figuras, las orejas, el cataclismo del rigor. Porque si el chiste de las dos de Manzanares de ayer con su primero de Garcigrande se cuenta solo, con el de las dos de Roca de este viernes del medio 5° bis de Victoriano, Gila no hubiera tenido ni para empezar. 

¿Es el enemigo? Que se ponga, que me voy a entregar. Qué más da, la guerra ya está perdida; la afición a los toros ha desaparecido. Las plazas, para bien y/o para mal, sólo las llena Roca Rey y su público verbenero que se conforma con tan poco para poder decir al salir que han asistido a un acontecimiento catedralicio. Como pasó esta tarde en Valencia y ese medio toro que hizo de sobrero al inválido 5°, que el generoso presidente tuvo a bien echar para atrás. Un hermano del mismo nombre apareció por la manga: largo, ensillado, feo como él solo. El peruano, como había hecho con el otro, lo dejó a su aire. ¿Qué necesidad hay de sujetar a un toro suelto en un burladero para que no vaya de caballo a caballo? ¿Que las lidias parezcan capeas de la Castilla profunda? Sí, ¿pero y qué?   

Por arriba lo quiso sobar Roca para salirse con el sobrero hacia los medios donde ligó la primera tanda por abajo. El solo de trompeta de Nerva ayudaba a romper el primer olé de esos naturales, que ayudados hacían irse una cuarta más allá al feote victoriano, pues le costaba Dios y ayuda salirse de la muleta. Además no tenía un gramo de fijeza. Aquello se desfondaba enseguida y llevarlo largo no era la mejor opción. Pero Roca no dejó de intentarlo y, finalmente, en las postrimerías de la faena, dos series en corto de redondos en un palmo y los largos de pecho hicieron volar la emoción del público hasta límites sospechados. Porque que le iban a dar las dos si le metía la espada, lo sabían en Honolulu. Y así fue. Dicho y hecho, acción - reacción. Roca Rey había estado bastante bien con ese medio toro, pero nunca para el tan excesivo premio de las dos orejas. Y todo esto, sin habérselo pasado una sola vez por la espalda. Si le da tres, posiblemente estaríamos hablando de algo más gordo, en el sentido que cada cual lo quiera entender. 

Complicado fue el largo y lavadito segundo que se le acabó rajando a Roca en la cuarta tanda cuando se sintió podido del todo. Porque le pudo enseguida a ese genio efímero de perro ladrador que sacó el de Victoriano.   

Muy descastado y despachando pena se mostró el 6°, con el que Pablo Aguado no pudo hacer nada más que el saludo a la verónica -además de amorcillarse en tablas y pasar un quinario para entrarle a matar-. Una suerte en la que se suele prodigar el sevillano y la que sirvió para responder con la contrarréplica por Chicuelo a Emilio de Justo, después de que este último respondiera al quite entre varas por verónicas del sevillano. El toro bajito y recto de viga de Victoriano, con hechuras de dandy de sierra, se había ido muy largo con el capote de Juan Sierra por los dos pitones y Aguado lo vio enseguida: primero para brindar y segundo, para sacárselo a los medios con esa media altura torera que gasta y que trajo aquel cambio de mano más torero todavía. Pablo se confió, empezó a abusar de las inercias que origina el embroque desde el pico, y el toro no dijo nada en esa segunda serie, antes de verse perdido el matador y tener que cambiarle los terrenos al lado opuesto a donde había iniciado la faena. Allí lo desarmó y aquello no volvió a coger vuelo. Metió la mano y todavía le pidieron la oreja... 

Un conato de tibia ovación hacia Emilio de Justo después del paseíllo, por el regreso a Valencia tras la cogida del Domingo de Ramos de Madrid del pasado año, se quedó en eso. No cuajaron esas palmas de un reducto de los tendidos de sombra, ni tampoco la tarde del extremeño, que acabaría dejando mucho que desear. Por un solo motivo: la vulgaridad. Y Emilio de Justo no es un torero vulgar. Pero hoy, francamente, así lo pareció con ese 4° insípido y noblote del hierro de la Y, cuando se dedicó a tirar líneas de muletazos de mitad de faena en adelante, cuando le acababa de enseñar a embestir al toro veinte segundos antes poniéndose en el sitio en la primera tanda en la que llegó a descolgar los hombros para torear de verdad. El ambiente estaba frío y Emilio no tenía la necesidad de darle cuatro manoletinas. Pero se las dio.   

Como cuatro varas le dieron al 1° por no sujetarlo en el burladero de toriles después de sacarlo de la tercera -antes fue imposible-. De peto a peto y ni un capote por medio. Se le había parado de salida en el capote y Valencia pitaba al toro... ¡Qué cruz! En la muleta el animal era otro, muy gazapón, sin venir nunca en la muleta. Cómo lo vería de negro Emilio, que no es que no le diese tan solo uno con la izquierda, sino que directamente ni se puso. 

Ficha del festejo:

Plaza de toros de Valencia. 6ª de la Feria de Fallas. Lleno de no hay billetes en tarde ventosa. Se lidiaron 6 toros de Victoriano del Río: desiguales y descastados en líneas generales.   

Emilio de Justo, de sangre de toro y oro. Media estocada caída y ligeramente atravesada (silencio). En el 4°, pinchazo, media estocada y dos descabellos (ovación con saludos tras aviso).   

Roca Rey, de habano y oro. Pinchazo y estocada caída (silencio). En el 5°, estocada desprendida (dos orejas). Salió a hombros por la puerta grande. 

Pablo Aguado, de azul soraya y oro. Estocada ligeramente caída (ovación con saludos tras petición). En el 6°, pinchazo, pinchazo hondo y un descabello (silencio).

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