Los habrá que se alegren (trasnochados), pero personalmente me preocupa muchísimo el bache, cada vez más largo en el tiempo, por el que pasa la ganadería de Adolfo Martín. Petardo sin paliativos en Pamplona. La corrida “antes de” no tenía un pero, sensacionalmente presentada, de descomunales y llamativas defensas, pero por dentro… vacía de contenido. Salvo el que abrió plaza, brusco y con algo de picante, el encierro fue soso y descastado a más no poder, por no hablar de la mansedumbre de algunos ejemplares. Me jode (con perdón) escribir esto como al que más, pero la divisa verde y roja se encuentra ahora mismo en encefalograma plano. Con semejante material tuvieron que vérselas Diego Urdiales, torero de corte clásico al que da gusto ver; Manuel Escribano, un ciclón; y Alberto Aguilar, castigado en los despachos, pero pedido por el aficionado.
Imponente de cara fue Peluquero, que abrió el muy serio encierro de Adolfo Martín, y que amagó con saltar al callejón en un par de ocasiones para la (casi) alegría del sol. Se empleó en el caballo, sobre todo en la primera. Bien el varilarguero Óscar Bernal. Qué bonito es el tercio de varas cuando se hace como Dios manda. Comenzó Diego Urdiales por el pitón derecho después de brindar al púbico, pero el toro no tenía más que medios muletazos, reservón, al que le costó un mundo pasar y cuando lo hacía, lo hacía con violencia. Demasiada brusquedad a la que no se acopló el arnedano. Desistió pues el coleta por ese lado, y parecía que lo iba a intentar por el izquierdo, pero tras un pronto desarme creyó que lo mejor era finiquitar... El problema es que no anduvo acertado con la espada. El cornipaso Sevillano no se entregó en el percal de Urdilaes en el saludo capotero antes de acudir al jaco con menos gracia que nada. La mansedumbre que cantó en varas, la ratificó a todas luces en banderillas. A su aire, mirando siempre por dónde estaba la puerta de salida, medio se dejó. Sí, solo medio. Lo poco positivo lo puso Urdiales, que pegó un derechazo excepcional. La papeleta venía a la hora de matar. Le costó perfilarse porque el mansurrón no paró quieto ni un segundo, poniéndole las cosas realmente difíciles. Lo solventó dignamente.
A portagayola recibió Manuel Escribano a Sevillano (otro), que a punto estuvo de causar un mal mayor cuando el otro sevillano (el torero) se dispuso para una larga cambiada de rodillas y se le escapó el capote de la mano. Por suerte el toro fue a la capa. Deslucido en el recibo, cumplió en varas y pasó sin pena ni gloria por banderillas. Muy bien Escribano en este capítulo. Después de brindar a Manolo Cortés, inició el trasteo con un par de cambiados por la espalda en los medios, en los que tuvo que hacerse una C para no ser cogido. Alargó en exceso el torero de Gerena una faena de muy poquita transmisión por lo soso descastado del adolfo. Se justificó por un pitón y por otro, pero dijo más bien poco. Marró con los aceros. Repitió guión Escribano con Madroño, yéndose a la puerta de toriles para recibirlo. El toro saltó al callejón tras una larga cambiada de rodillas, ahora sí, para alegría del sol. Duró poco, pues el empleado encargado le abrió raudo y veloz la puerta para que volviese al ruedo. De salida, en el capote, en varas y en banderillas apuntó muchas mejores cosas que sus hermanos. La ovación a Escribano fue unánime tras rehiletear (El último par al quiebro, sentado en el estribo y por adentro fue espectacular). Pero al llegar a la muleta… las expectativas originadas se derrumbaron como un castillo de naipes. Ni toro ni torero dijeron nada sustancial, y la interpretación de estos dos actores aburrió a diestro y siniestro.
Aviador empujó en el primer puyazo, pero hizo sonar el estribo en el segundo, dejando ver una condición que no iba a ser la más propicia para que Alberto Aguilar pudiese dibujar muletazos de triunfo. Gazapón y mirón, la tomó andando y base de tornillazos, como si la cosa no fuese con él. Porfió por ambos lados el torero de Madrid, firme y asentado, intentando sacar lo poco o nada que tenía el toro de Adolfo. Por el izquierdo vino lo más potable… eso sí, lo poco dentro de la nada. Muy por encima Aguilar de Aviador, que no dignificó su nombre, ese que otros hermanos suyos llevaron a lo más alto. Bonito, su segundo, fue bonito, pero como el resto de hermanos, estaba vacío. Ya en el sexto, la esperanza de que alguno cumpliese como se espera de Adolfo se desvaneció completamente. Otro para completar una corrida descastadísima y sosa sin paliativos. Nada permitió y nada vimos.