Segunda tarde con el triunfalismo por las nubes en Ciudad Real. Dos corridas consecutivas en las que los cuatro toreros y el ganadero/mayoral salen a hombros del coso manchego. Pero esta historia de la monstruo de las figuras tuvo dos principales protagonistas: El Juli y Golfo. ¿Saben lo que es la perfección absoluta en el último tercio? Pues eso fue el toro de Torrealta, una auténtica máquina de embestir, que si no hubiera sido porque había que poner fin, todavía estaba galopando de lejos hacia la muleta del madrileño. Le ofreció absolutamente todo a un torero que necesita mucho menos para indultar un toro, así que el pañuelo naranja estaba cantado. Y a todo esto, la afición ciudadrealeña dando palmas con las orejas; y su plaza, patas arriba. Acompañaron a El Juli un Ponce en su faceta de enfermero y el dúo extremeño formado por Perera y Talavante, con el mismo bagaje: dos orejas, aunque en ambos casos la segunda se antoja excesiva, por los altibajos de ambos… Y que no se nos olvide al mayoral, merecidamente, después de un encierro que allanó muchísimo el camino a los diestros.
Blandeó en el capote de Enrique Ponce el abrochadito Etiope, al que el picador hizo una escabechina antes de encontrar el sitio para señalar. Lo de Mariano de la Viña en la brega, superior, por cierto. A media altura y con el traje de enfermero, empezó a conducir el chivano la embestida del animal, que no iba sobrado de fuerza. Lo probó por el izquierdo, pero por ese faltó rotundidad. Volvió a los orígenes de faena, pero el toro dijo que hasta aquí. Todo un conjunto de sapiencia y torería del maestro de Chiva premiada con una oreja de ley. Se estiró a la verónica para recibir a su segundo, Esloveno, que no empujó para nada en varas. Quitó el valenciano por verónicas antes de brindar al público manchego. Por arriba y midiendo, condujo al astado al tercio cuando un sinvergüenza grito eso mismo desde el tendido, a lo que Ponce contestó con una mirada que cortó el aire. De menos a más fue embarcando al burel por el derecho, a base de dejársela en la cara. Templó a la perfección, eso sí, abusando de pico en algunos instantes, aunque en otros (pocos) pisó terrenos comprometidos. Por el izquierdo la temperatura de la faena bajó considerablemente y casi ni se le vio. Lo más torero, por abajo para abrochar la faena.
Barbeó las tablas el sardo Inconsciente antes de encelarse sin emplearse en el percal de El Juli. Haciendo caso omiso a los capotes de la cuadrilla, se fue al caballo que guardaba la puerta, -que para algo está-, y allí se le señaló la suerte. Doblándose con el toro comenzó el madrileño un trasteo en el que combinó la despaciosidad y la profundidad con la mano tocando el suelo, con el toreo periférico y retorcido. Por el derecho, cinco y el de pecho, pitón por el que el toro planeó. Convenció algo menos por el izquierdo, por eso El Juli solo se justificó. La faena estaba en la diestra, y con esa y con la tauromaquia de Julián, conquistó Ciudad Real. Molinetes a cámara lenta y manoletinas dando el medio pecho para cerrar trasteo. La espada, en mal sitio, no enfrió al público.
Lo gordo, gordo, -hablando en plata-, llegó en el segundo capítulo. Delantales y una media de manos bajas para saludar a Golfo, que antagónicamente no se cansaría de embestir. Se le dio muy poquito en el caballo, pero muy poco. Vaya eso por delante. Lopecinas por abajo y una media tremenda en el quite, jaleadas desde el tendido, que terminó de rendirse al torero en el brindis. Efectismo en el inicio de trasteo con cambiados por la espalda en los medios. Citó de largo, y el de Torrealta, que fue todo una máquina de embestir, se entregó por ese lado. Gran cambio de mano antes de pasar a la zurda, donde el toro se entregó de igual o mejor forma, y un caramelo así en manos de El Juli... es para darle la vuelta a la plaza. Por un lado y por otro galopó cuando el madrileño le citó de largo, para después poner la plaza en pie con seis y el de pecho, con ese toreo despacioso y profundo en series que parecían no acabar nunca. ¡Vaya toro, dios mío! Un 10 para el último tercio. Con una rodilla en tierra y entregado a más no poder, -igual que el público-, El Juli terminó de confirmar el indulto de Golfo. La imagen del mayoral acompañando al Juli en la vuelta el ruedo puso la guinda.
Hubo poco lucimiento en el saludo capotero de Miguel Ángel Perera a Opalino, que blandeó antes del puyazo y en banderillas. Demoró el pascense el inicio de obra al tener que volver a echar agua en la muleta. Una muleta que en cuanto bajó un poquito hizo que el cornúpeta perdiese las manos y fuese a la arena. La nula transmisión del de Torrealta hizo que la faena de Perera no alzase el vuelo, y el trasteo por ambos pitones careció de cosas relevantes. Terminó de condenarse marrando con la espada. Después de la borrachera del indulto, la resaca... y es que la plaza recibió fría al extremeño en su segundo, el excesivamente terciado Ropavieja. Comenzó a derechas, pasándoselo cerca, pero el toro se le coló en un par de ocasiones. Por el izquierdo, a base de mando y largura, terminó metiéndose en el bolsillo al público ciudadrrealeño y por ahí lo exprimió hasta sacarle la última gota de buena condición del animal. De nota alta fue la serie con la diestra que puso fin a una buena faena... eso sí, ante un torete. Circulares invertidos y cercanías made in Perera para acabar cortando el doble trofeo.
Variado y vistoso anduvo Alejandro Talavante con el capote en el recibo a Vinatero, mezclando verónicas, chicuelinas y remates por abajo con el envés. Lo quiso dejar crudo en el caballo antes de brindar al público sabedor de que no iba sobrado. Talavante, a por todas, y por ello comenzó en los medios y al natural, pechando con el animal, pasándoselo muy cerquita, pero tenía muy poca gasolina... Por el derecho apenas se le vio, y por el izquierdo, muy bien, pero muy poco. Como broche, un cambio de mano en el que se paró el tiempo. Todo lo bien que anduvo el extremeño con el flojo toro, lo echó por la borda con la espada. Friolerito, segundo de su lote, se empleó dignamente en varas. Ayudados a pies juntos y una trincherilla en el tercio como aperitivo de una faena que nunca alzó el vuelo, pues ni Talavante transmitió lo suficiente, sin terminar de acoplarse, ni el toro fue gran cosa, parado a medio muletazo y por encima del estaquillador.