Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Una tortura china
Con la firma de Alejandro Martínez

Una tortura china

Alejandro Martínez

A veces uno se pregunta cuál puede ser el peor castigo, esa tortura que por nada del mundo podrías soportar. Por la cabeza se te pueden pasar muchas cosas, todas ellas horribles. Y, aunque solemos imaginar cosas lejanas, exóticas, la mayoría de veces esos castigos se presentan de la forma más trivial. Hoy, en Las Ventas, se dio uno de estos casos. Los locos que acudimos a presenciar la duodécima de San Isidro tuvimos que soportar la peor de nuestras pesadillas. Bueno, todos no, muchos de los presentes parecían divertirse por momentos con lo que sucedía en el ruedo. Imagínense si se lo pasaron bien que hasta le pidieron una oreja a Juan Bautista en el quinto. Lo raro fue, que tal y como está el nivel este año, el presidente no la concediera.

Y es que, para aquellos pocos que aún concebimos la Tauromaquia como un espectáculo, una disciplina artística fundamentada en una serie de cánones y reglas establecidas hace mucho tiempo, lo acontecido esta tarde en la plaza de Madrid es la enésima demostración de hasta que punto la fiesta de los toros está en decadencia. Para resumir, la corrida de hoy fue un espectáculo dantesco. De esos tan insufribles que quitan la afición. Porque es que hasta la climatología se puso a la contra. Como si el cartel estuviera maldito o condenado desde su elaboración, al petardo de los tres toreros hubo que sumar un frío y un viento terrorífico. Vamos, para salir corriendo.

Y, ojo que pudo ser peor. Afortunadamente, al ruedo saltó una corrida de toros de lo más interesante. Casi toda ella sirvió y ofreció embestidas para ser aprovechadas y poder triunfar. Es verdad que el conjunto del encierro fue manso en el caballo, pero la mayoría de los seis astados de Alcurrucén valieron en el último tercio. ¿Entonces? Pues muy fácil, los tres matadores los dejaron escapar. Y recalco lo de matadores porque no es lo mismo ser torero que matador de toros. Podríamos decir que el de matador de toros es un oficio, una profesión que puedes desempeñar de forma brillante o no; en cambio, un torero es alguien que torea. Y hoy, señores, en la Monumental de Las Ventas no se toreó. Se dieron pases, cientos y miles de pases, pero no se toreó.

Y es que ya sabemos la grandeza que puede llegar a tener el toreo, pero igualmente debemos ser conscientes de que esa grandeza se puede convertir de forma inmediata en miseria. Cuando acudimos a una plaza y nos sentamos en un tendido esperamos ser testigos de algo bello y emocionante. Ilusionados acudimos para ver a unos hombres que son capaces de jugarse la vida e, incluso, convertir su lucha con el toro en una obra artística. Lo que no he encontrado nunca ha sido a alguien que va a la plaza a ver algo parecido a lo de hoy en Madrid. Porque ni Antonio Ferrera, ni Juan Bautista, ni mucho menos El Capea fueron capaces de aprovechar las virtudes de la corrida de Alcurrucén. Los tres se dedicaron a pegar pases, sin arte, valentía, ni convicción. Y dentro del horror, del aburrimiento más absoluto, al menos Ferrera y Bautista se taparon con su más que demostrado oficio. En cambio, su compañero no. El Capea volvió a poner de manifiesto su infinita mediocridad, su falta total de condiciones para ser torero. Pero ya saben, quién tiene padrino se bautiza. Así que, así, sin despeinarse, el "ahijado" no solo ocupó un sitio en la feria más importante del mundo, sino que nos deleitó con toda una lección de destoreo.

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