Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Ligones y pagafantas
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Madrid. Crónica 14ª de la Feria de San Isidro

Ligones y pagafantas

Leo Cortijo

De toda la vida del Señor, los hombres se han diferenciado en cuanto a las artes de conquistar a una mujer entre ligones y pagafantas. Los primeros son aquellos que encuentran una facilidad enorme para entablar relación con el sexo opuesto, ya sea por cuestión física o destreza personal. A los segundos, por el contrario, menos duchos en la materia, le resulta casi imposible el pasar más allá del cortejo y lo único que hacen es ir pagando copas a las chicas. Unos triunfan y se llevan todos los piropos, y otros se tienen que conformar con las tristes migajas. ¿Cuál es el problema? Que muchas veces el fondo humano de esos ligones no es del todo bueno y esconde muchas sombras, mientras que los pagafantas tienen unas cualidades interiores extraordinarias que no se llegan a conocer. Algo parecido pasó en la 14ª de San Isidro con Urdiales y Castella.

El francés cortó una oreja y se llevó todos los parabienes ligando, es decir, uniendo muletazos. Toreó más templado y hondo que nunca lo ha hecho, es cierto, pero también lo es que sin la pureza del riojano, al que muchos afearon por no ligar, es decir, por torear de uno en uno. Urdiales buscó imprimir la mayor verdad posible a su toreo, enfrontilándose y cargando la suerte, con la rectitud y la quietud por bandera. Y así llegaron destellos de un toreo de altos vuelos, sobre todo, al natural. Con algunos se encogió el alma. Pero… ¡ah, amigo! Este no liga, y eso, para algunos, se ve que es condición indispensable para emocionarse. Cuestión de gustos. Castella sí ligó y lo hizo de forma notable y por eso paseó una merecida oreja (junto con la de Adame, las únicas de peso) del extraordinario en la muleta de El Torero. Ahora bien, el animal fue de dos. Porque sí, tuvo que ser un sobrero el que vino al rescate de la tarde. La de Cuvillo, impresentable y fea, fue una pasarela de mansedumbre, descaste y falta total de fortaleza.

El cinqueño Vinatero perdió de salida las manos en varias ocasiones y las protestas se hicieron muy evidentes tras el tercio de varas, del que salió muy mermado para protestar después las banderillas. Se debió ir para atrás, pero el presidente no lo entendió así. Mal. Diego Urdiales comenzó tanteando el terreno nada más brindar al rey Juan Carlos, y pronto comprobó que delante tenía un animal cogido con alfileres, sin ningún poder ni fortaleza. En varias ocasiones volvió a perder las manos en un trasteo basado únicamente en llevar entre algodones y sin exigir nada al paupérrimo cuvillo. Ante eso, y antes de que le recriminasen alargar con semejante oponente, optó de forma correcta por la brevedad. Su segundo, Guerrita, sin trapío ni presencia, fue protestado de salida antes de que Óscar Bernal anduviese fino con la vara. Y si el primero se lo brindó al rey emérito, éste a don Curro Romero, faraón de Camas. Olé. Sin apenas probaturas, el arnedano firmó una primera serie encajada, sentida y muy torera de derechazos, que hizo vibrar al respetable. Después vinieron otras dos, de uno en uno, pero más atropelladas y sin lucimiento. Pasó a la zurda y con esa llegó lo mejor, pues dispuso otras dos series en las que buscó la pureza enfrontilándose con quietud, ajuste y cargando la suerte. Dejó un natural por abajo extraordinario, y además apuntó otros detalles notables. Pero, insistimos, detalles. Solo eso. Por su cuenta se apuntó una vuelta al ruedo algo protestada después de fallar con el descabello.

El feísimo y justo de presentación Oropéndolo no dijo nada en el percal de Sebastián Castella, sin encelarse y topando sin humillar, y menos todavía en varas, donde solo se le señaló la suerte. A pies juntillas y por arriba comenzó el francés, que nada más bajar la mano en la primera tanta vio como el toro se arrastraba por la arena. Optó, por tanto, por la media altura para subsanar su falta de fortaleza, pero entonces sobrevino la brusquedad de un animal que quiso tomar el engaño sin ninguna entrega y a base de tornillazos. Se le pidió brevedad, pues el espectáculo daba pena, pero Castella siguió dale que te pego para desesperación y aburrimiento de todos. Su segundo, Asturino, descoordinado de salida, vio el pañuelo verde y en su lugar salió uno de El Torero, Lenguadito, otro feo y sin trapío. Blandeó en varas y las sensaciones iniciales que dejó no fueron buenas, pero… ¡vaya sorpresa! Como tantas veces, inició trasteo en los medios con un pase cambiado por la espalda sumando un gran cambio de mano. Citó de lejos en las cuatro series que instrumentó por el derecho, a las que el sobrero correspondió arrancándose de lejos para tomar la pañosa con enorme calidad, pero con la fuerza medida. Templó y ligó con hondura y ritmo para llegar con fuerza arriba. Bajó la intensidad por el izquierdo, por el que no encontró el mismo acople que por el opuesto, sin ajustarse. Remató con detalles pintureros por abajo y una estocada caída suficiente para hacer rodar al animal. Oreja de peso.

Alejandro Talavante se estiró con gusto a la verónica para saludar a Gavilán, que embistió con enorme calidad por el pitón derecho. El tercio de varas fue vergonzoso, de lo peor que se recuerda en años, pues el animal apenas dio sangre como para una analítica. Muy bien Juan José Trujillo con las banderillas antes de que el extremeño comenzase faena entre las dos rayas y por estatuarios. Dio tiempo y espacio al burel, con más pujanza que sus hermanos, consecuencia de no haberlo picado. Mimándolo y con mucha suavidad, alternó los dos pitones del cuvillo, que se movió, pero sin entregarse en rotundo, y con una falta de emoción y transmisión que hicieron imposible cualquier intento del Tala. Con todo, apuntó un natural extraordinario. Y eso, hasta que se rajó definitivamente, momento en el que el torero desistió y no prolongó más el trance. Aunque, eso sí, se atascó con la tizona. Cerró festejo Arrojado, nombre que tan buen recuerdo trae al hierro desde aquel célebre y controvertido indulto maestrante. Sin embargo, este discípulo de Cuvillo no pasará a la historia por aportar gloria a la ganadería. Después de pasar con pena por los primeros tercios, llegó a la muleta desfondado y pidiendo clemencia. Talavante no quiso perder el tiempo, tiró por la calle del medio y no le dio ni un minuto. Así, como suena. A otra cosa, mariposa.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 14ª de la Feria de San Isidro. Lleno de ‘No Hay Billetes’ (23.798 espectadores) en tarde soleada y calurosa. Se han lidiado cinco toros de Núñez del Cuvillo, feos, sin trapío y muy justos de presentación, sin fortaleza, ni casta, ni poder en su conjunto. Y uno de El Torero (5º bis), de justa presentación, excepcional en la muleta, de enorme calidad.
  • Diego Urdiales (sangre de toro y oro): silencio y vuelta al ruedo tras dos avisos.
  • Sebastián Castella (grana y oro): silencio tras aviso y oreja tras aviso.
  • Alejandro Talavante (nazareno y oro): silencio tras aviso y pitos.

 

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