Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Un toro para el Torero
Con la firma de Alejandro Martínez

Un toro para el Torero

Alejandro Martínez

Volvía a lidiar en Madrid Núñez del Cuvillo. Sí, esa misma ganadería que la pasada Feria de Otoño pegó un petardo en toda regla. Fue aquel un encierro impresentable, manso, descastado e inválido, en el que tuvieron que saltar al ruedo varios sobreros para paliar el desastre. Pero no pasa nada. Siete meses después, la de Cuvillo volvía a aparecer anunciada en la tablilla. Y no se vayan ustedes a creer que el ganadero quiso resarcirse de tan escandaloso acontecimiento. Al contrario. Cuvillo envió a Madrid una corrida de las suyas, de esas que generan problemas en los corrales para lograr que se lidie completa. Se rechazaron algunos toros pero vinieron otros del campo. ¿Y para qué? Pues para que al ruedo de Las Ventas saltaran algunos animales tan feos como impresentables. Una vez más Cuvillo había colado una gatada en Madrid. Mi más sincera enhorabuena ganadero.

Pero la nueva tomadura de pelo de ese señor que dice criar toros simplemente para que los toreros triunfen, no quedó ahí. Si bien en la pasada Feria de Abril de Sevilla, la de Cuvillo embistió, no fue ese el caso de la corrida de hoy. Y es que no sólo escaseó el trapío. Las reses lidiadas adolecieron de una total falta de casta. Además fueron unos completos inválidos. ¿Quién da más? El señor presidente, ese que se supone que se sienta en el palco para velar por el cumplimiento del reglamento, para defender al aficionado, tan sólo creyó conveniente devolver uno de los cuvillos pese a que fueron varios los que debieron emprender el camino de vuelta a chiqueros. Y miren por donde, al final, el sobrero era el que tenía premio.

Como quinto bis apareció Lenguadito, un toro negro de capa, cinqueño y de 539 kilos de peso. Pertenecía al hierro de El Torero. Serio y armado por delante, lucía un morrillo prominente, pero por detrás no tenía nada. Sin culata ni remate, se tapaba por la cara. Lenguadito no hizo concebir demasiadas esperanzas al principio. Como si quisiera seguir la línea marcada por los de Cuvillo, perdió las manos en alguna ocasión y dio muestras de no estar sobrado de fuerzas. Como al resto de la corrida, a Lenguadito casi no le picaron. Una tarde más el tercio de varas se simuló de forma escandalosa con la vergonzosa complicidad de la autoridad. Sin duda, una batalla perdida. Sin embargo, el de El Torero embistió en el último tercio. Fue el toro soñado por cualquiera que se viste de luces. Lo malo es que hoy en día este tipo de toro también es el soñado por el público o los nuevos aficionados. Lenguadito fue todo nobleza y calidad. Siempre fijo, repitió y repitió con la cara abajo y sin hacer un sólo extraño al torero. Llegó a parecer un toro mexicano pues embestía con una lentitud inusitada. Y, claro, Castella se explayó toreando. El francés estaba feliz, delante tenía un carretón. Y la gente se volvió loca de ver a ese toro embestir como una monjita de la caridad. Y es respetable. Cada uno tiene sus gustos. A mí, por ejemplo, me gustaría haber sido testigo de un combate como el que libraron César Rincón y el legendario Bastonito de Baltasar Ibán en el San Isidro de 1994. Ese es mi toro ideal. Quiero un animal bravo, fiero, encastado, un toro que ponga en aprietos al torero y que venda cara su muerte. Pero como yo, esos pocos aficionados que acuden a la plaza a emocionarse, se han equivocado de tiempo. Este es el tiempo de la fiesta de los toreros. La exigencia pasó a la Historia y ahora sólo cuenta que los que se visten de luces disfruten y puedan torear (o pegar pases) a placer, sin preocuparse de salir indemnes del aprieto.

Hoy en Madrid fuimos testigos de la lidia de San Lenguadito, el arquetipo de toro moderno, de toro artista, de toro del futuro. Y, vaya por Dios, la casualidad hizo que San Lenguadito, un toro para el torero, llevara la divisa de El Torero. Que esperábamos...

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