Por el piton derecho
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Un solo Miura de pesadilla
Pamplona. Crónica 10ª de la Feria de San Fermín

Un solo Miura de pesadilla

Alejandro Martínez

Terminó la Feria del Toro 2015 y lo hizo con un solo Miura de pesadilla. Aunque bien es verdad que, de vez en cuando, algunos de los astados del legendario hierro sevillano se acuerdan de sus ancestros, cada vez son menos los miuras que hacen pasar un verdadero quinario a los toreros. Antes, Miura, era sinónimo de miedo, de carreras, de pavor; hoy, esta ganadería sigue conservando la morfología y tipo característico, pero no el duro y fiero comportamiento que tuvieron antaño. Como todo, Miura también ha evolucionado. Pero como decía, de tanto en tanto, en el sorteo, cae uno de esos temibles animales que forjaron la leyenda de esta divisa. Hoy, por ejemplo, en la última de San Fermín, la “suerte” deparó un Miura de pesadilla a Manuel Escribano. Rayito llevaba por nombre un torazo de 645 kilos de peso, tan alto como largo, y que salió en cuarto lugar. Lo picaron mal y llegó cortando al tercio de banderillas. Un tercio más voluntarioso que lucido que protagonizó el propio matador y que tuvo un momento de peligro. En el segundo par, Escribano se quedó en la cara del pavoroso ejemplar de Miura y a punto estuvo de ser cogido. Ya con la muleta en la mano, el sevillano dio toda una lección de pundonor y hombría y se la jugó ante Rayito. Éste, duro y complicado, reponía de lo lindo con más que dudosas intenciones. Buscó al torero y a punto estuvo de hacer presa en varias ocasiones, pero Escribano, muy firme y dispuesto, aguantó las tarascadas y no se dejó amedrentar. Lo mató como pudo y el gentío reconoció su esfuerzo con una ovación.

Mayor reconocimiento obtuvo tras acabar con el primero. Una oreja le dieron, premio excesivo pese al buen nivel que demostró. Templado y siempre queriendo, Manuel Escribano se puso en el sitio en una faena a la que le faltó emoción. Y es que el Miura que abrió plaza nada tuvo que ver con el que aún aguardaba en los chiqueros. Ese primero, largo, fino y abierto de cara como toda la corrida, mostró, ya de salida, buena condición. Cumplió en varas empujando en el primer encuentro y le pegaron fuerte. Después, recordando a los sospechosos garcigrandes del día anterior, el de Miura llegó al último tercio con los pitones escobillados y desbordando nobleza. Pese a que la faena nunca llegó a coger vuelo y que el toro acabó muy soso y parado, tras una estocada trasera y caída, Pamplona volvió a demostrar su nivel y concedió la orejita. Un rato antes, durante el tercio de banderillas, Escribano se había jugado el tipo en un tercer par que ejecutó por dentro, muy cerrado en tablas, y del que salió indemne de milagro. Arriesgó en exceso sin espacio físico para la huída y por poco acaba ensartado contra las tablas.

El resto de la tarde se movió entre la mediocridad y la decepción. Ni Luis Bolívar ni mucho menos Salvador Cortés justificaron su presencia en San Fermín y se marcharon tal y como habían llegado. El colombiano, que el pasado año sí que protagonizó una digna actuación ante la misma ganadería, anduvo incómodo toda la tarde y tomó exageradas precauciones. Además, estuvo por debajo del segundo, el mejor toro de la miurada encargada de cerrar el ciclo pamplonica. Zancudo, fino y largo como un tren, Ramero, justito de presencia por delante y al que apenas castigaron en el caballo, sacó fondo de casta en el último tercio y embistió con movilidad y transmisión. Un Miura para apostar y triunfar al que sin embargo no se acopló Bolívar. Además, lo mató muy mal. El quinto, otro ejemplar que superaba con mucho los 600 kilos; alto, largo y grande como él sólo, se estrelló de salida contra un burladero y se escobilló el pitón izquierdo. Eso y el duro castigo en varas –tercio en el que cumplió– seguro que influyeron en su comportamiento posterior. Descastado, deslucido y gazapón, embistió con la cara alta ante un Bolívar que lo aburrió a base de trapazos sobre las piernas.

El otro gran protagonista de la última de San Fermín –y no precisamente de forma positiva– fue Salvador Cortés. La Casa de la Misericordia quiso resucitarlo de la ultratumba y acabó siendo cómplice del sonoro petardo que pegó el sevillano. Tarde horrorosa la suya que tuvo su momento álgido a la hora de matar al tercero. Salvador Cortés a punto estuvo de escuchar los tres avisos tras protagonizar una de las escenas más antitaurinas que se recuerdan. Con el descabello y pegado a tablas, masacró a un animal que aguantaba en pie la muerte y que fue barbeando hasta que Salvador Cortés lo consiguió derribar. Sólo él sabe el número de golpes de verduguillo que le propinó entre la indignación popular. Ese fue el final de una primera labor tan bochornosa como la segunda. Sin sitio ni valor, se dedicó a pegar mantazos a diestro y siniestro y a distancia sideral de su oponente. Eso, sin olvidar que pasó más tiempo gesticulando de cara a la galería que delante de la cara del toro. El tercero, alto, largo, zancudo y muy vareado –una sardina– fue un animal codicioso pero blando que acabó muy venido a menos; por su parte, el sexto, un bendito que aguantó con asombrosa paciencia el vulgar y destemplado trato de su lidiador, se movió a media altura. A este también le mató desastrosamente mal. Es lo que tiene intentar resucitar a los muertos…

 

  • Plaza de toros de Pamplona. 10ª y última de la Feria del Toro. Lleno. Se lidiaron seis toros de Miura, desiguales de presentación y juego. 1º, noble y soso; 2º, con movilidad y fondo; 3º, codicioso pero blando; 4º, complicado y peligroso; 5º, descastado, deslucido y gazapón; y 6,º se movió a media altura con nobleza.
  • Manuel Escribano (de rioja y oro): oreja y ovación con saludos tras aviso.
  • Luis Bolívar (blanco y plata): silencio tras aviso y silencio.
  • Salvador Cortés (sangre de toro y oro): pitos tras dos aviso y silencio tras aviso.

 

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