Por el piton derecho
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La que rió y lloró a Joselito
La que rió y lloró a Joselito
La que rió y lloró a Joselito
La que rió y lloró a Joselito
Con la vida por montera

La que rió y lloró a Joselito

Javier Fernández-Caballero

Tenía que ser asombroso ver pasar a aquel ángel por la Sevilla de principios del siglo XX. Tenía que oler a torero; tenía que defender la Fiesta como no sabemos hacerlo hoy en día; vestía como nadie lo hacía y toreaba como nadie lo había hecho hasta el momento; tenía que dar coraje verle rezar a su Macarena; verlo andar con ese señorío de acomodado, pero con la humildad de un pobre que llegó a ser grande; tenía que ser torero de pies a cabeza. Tenía que ser Gallo y Joselito.

Últimamente parece que se nos ha olvidado en la Fiesta que tenemos historia y que somos algo gracias a ella, que hay grandes figurones eternos del toreo y que gracias a ellos somos lo que somos, tenemos el toreo que tenemos y podemos jactarnos de tener fuertes pilares sobre los que agarrarnos en los malos tiempos. Por eso llegó a ser grande Joselito: porque hizo de la Fiesta lo que no era hasta su momento y llevó su toreo revolucionario al patrón del toreo en sus años. Tuvo personalidad, quizá lo que le falta a algunos hoy día para decir sin miedo que van a los toros, que se emocionan viendo a Morante, que pasan miedo con JT o que tienen el chiriviri de que arranque la temporada.

Y ese amor por el toreo lo materializó en su amor por la Señora de Sevilla, la Esperanza Macarena. Cada Madrugá lo reitera la Virgen de todos los sevillanos cuando porta en su saya la pluma ¡de gallo! que el pueblo le regaló a la Reina de San Gil tras la trágica muerte del torero en 1920. No era para menos, pues los festivales organizados por él mismo para adquirir la célebre “camaronera” que la imagen luce en su Estación de Penitencia; sus inseparables mariquillas con las que deslumbra a todo su barrio, y que el torero trajo de París; y su atuendo de gloria que Joselito le traía de América cada invierno como si de su Madre física se tratara, dan fe de la gran devoción del torero a su Virgen. Lo dio todo por su Fiesta y por su Macarena, y su Esperanza lo entregó todo por su torero: la única ocasión en que la imagen ha sido ataviada de luto fue por la muerte del Maestro en mayo de 1920. Por esto recibió numerosísimas críticas por parte de la ciudad de Sevilla.

Y es que la talla que ríe y llora su pena lloró a Joselito porque sabía que se había ido un grande, porque había dejado Sevilla un héroe y porque la Fiesta había quedado huérfana para siempre del toreo eterno de Joselito. ¡Qué poco nos acordamos de los grandes de la Fiesta cuando todo va mal! Agarrémonos no al G-10, sino al testimonio que, como Joselito, dieron tantos genios que repartieron su magia por toda España. Me quedo con los versos que López Alarcón escribió a estos dos grandes de la historia, Joselito y su Esperanza Macarena:

Ven, pasajero, dobla la rodilla,

que en la Semana Santa de Sevilla,

porque ha muerto José, este año estrena

lágrimas de verdad la Macarena.

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