Verticalidad, aplomo, despaciosidad, temple, firmeza y, fundamentalmente, naturalidad. Esa bendita condición del toreo caro que consiste en burlar a la muerte vestida de negro y con dos astas de la forma más sencilla, franca y confiada posible. Como si no pasase nada. Qué difícil de conseguir y qué fácil de admirar. Así toreó López Simón al gran sobrero de José Vázquez en la muleta. Un toro así no se le podía escapar, y no lo hizo. Y menos mal que apareció ese tercero bis, porque lo de Apolinar Soriano salió peor que mal. El descaste, la falta de fortaleza y la sosería por bandera. Una oreja cortó El Fandi, que no pudo enfandilar como en otras ocasiones a la afición conquense. Y tampoco pudo apuntar nada Castella ante un lote imposible.
El serio y guapo Rinconcito que abrió tarde, además de ser uno de los toros mejor presentados de la feria (si no el que más), tomó bien el percal de El Fandi en las dos largas cambiadas de rodillas que recetó como saludo. Por chicuelinas al paso y con solvencia, lo llevó a la jurisdicción del varilarguero, donde no se le picó. Variado en el quite por chicuelinas, tafallera y serpentina. No hizo el toro por el torero en banderillas, y anduvo como buscando algo por el callejón, mirando sin parar. Eso propició que el efectista tercio del granadino se alargase demasiado, lo que no impidió la ovación del respetable, rendido al torero. Tras brindarles, inició de rodillas al cobijo de las tablas una labor que basó en la diestra de inicio citando de lejos al noblón de Apolinar, que adoleció de humillación y repetición. Obedeció a los toques y se dejó a media altura, pero blandeando. Efímero y sin sabor a nada el trasteo a izquierdas; y carente de emoción a derechas. Como la cosa no levantaba ni a la de tres, se lo llevó a los terrenos del lorenzo para incitar a un público muy predispuesto a través de adornos y toreo accesorio. Se hizo un lío con la espada y el toro acabó echándose. Como sus hermanos, Correlindes corrió por todo el ruedo barbeando las tablas y haciendo caso omiso a los primeros capotazos que le mostraron. Blandeó en varas dejándose pegar sin pena ni gloria antes del vistoso quite por navarras con revolera de remate. Puso empeño con los garapullos Fandila, pero su tercio no resultó todo lo lucido que quiso por la reservona condición del antagonista. En los terrenos del tres fundamentó una labor de medio vuelo, sin demasiada comunión con el tendido. O al menos, menos de la que cabía esperar por parte del cariñoso público. Entre que el muleteo de David no dijo gran cosa y que el de Apolinar Soriano transmitía entre poco y nada, lo dispuesto por el coleta no pasó de lo lineal y aburrido. Y así fue hasta que el toro echó la persiana y terminó por rajarse descaradamente.
Salida abanta, distraída y buscando la puerta de Delaturo, al que Sebastián Castella le costó encelarlo en el capote, dejando sin apenas lucimiento dos delantales aseados. Inyección trasera para no castigar mucho al justito animal. En banderillas estuvo a todo menos a lo que tenía que estar, resultando la obra insustancial e inconclusa. No sometió de inicio al burel, tanteando a media altura, pero éste aun así perdió en varias ocasiones las manos. Se movió a la defensiva y protestando, sin querer pelea y pidiendo clemencia. Ante semejante oponente, el francés poco pudo apuntar más que voluntad y empeño por agradar ante una empresa prácticamente imposible. En su debe habría que apuntarle que debió abreviar antes de ponerse pesado. Serio, enseñando las palas y con los pitones mirando al cielo. Bonita presentación la de Equivocadiño, aunque estuvo un poco escurrido de atrás (siendo puntillosos), pero esa cara fue imponente. Aseado y sin lucimiento el saludo capotero del de Beziers. Por cierto, qué manía de los picadores de si fallan no rectificar..., y así pasó, que se fue al sótano el puyazo y allí quedó. Parado como un marmolillo, se puso imposible para rehiletear antes de que Castella brindase al público. Se dobló de inicio entre las dos rayas y eso fue lo más potable de un capítulo para olvidar, pues lo descastado, flojo y vacío de su oponente imposibilitó cualquier posibilidad de lucimiento. Alternó ambos pitones para justificarse, pero bien pudo haber abreviado, pues se aburrió él, se aburrió el toro y se aburrió el público. Infame, también hay que apuntarlo, el bajonazo que dio para pasaportar a su antagonista.
Estraído, tras una rara caída a la arena, resultó inválido para la lidia a juicio del palco, por lo que vio el pañuelo verde que le marcó el camino de vuelta a los corrales. Por él salió Harinero, de José Vázquez, al que López Simón dejó dos verónicas, otras tantas chicuelinas y una media para rematar tremenda. Empujó con un pitón y con la cara por las nubes en su encuentro con el peto. Tras la emoción de los rehiletes, con susto incluido para el banderillero César del Puerto (clave, por cierto, el quite de Castella), brindó a José Luis Maganto, con el que empezó a andar este camino que ansía terminar en lo más alto. Inicio torero alternando remates por abajo notables y pasajes por alto. Con buena nota y apuntando alto comenzó a derechas sin poder ceñirse más ni torear más natural ni tampoco más erguido. Dio el pecho y expuso toda la verdad cuando cogió la izquierda, en pasajes soberbios por templados y acompasados naturales a la buena embestida del sobrero, que con toda la calidad del mundo, se los tragó uno tras otro, con fijeza, humillación y repetición. Además de toreo fundamental de mucho peso por ambos pitones, hubo valor y arrestos en cantidades industriales, y es que en algunas series la quietud y la firmeza fueron aplastantes. Se notó que este joven y emergente quiere entrar en el circuito, quiere crecer como torero y quiere llegar a lo más alto. Que así siga.
Equivocado no se equivocó y siguió los mismos derroteros que sus compañeros de camada, distraído y suelto, se pegó dos vueltas al anillo conquense. En varas dio las mismas muestras de falta de fortaleza que sus hermanos, y en banderillas tres cuartos de lo mismo. Bien con los rehiletes, muy en torero, Fernando Sánchez, antes del brindis al público del torero de Barajas. Fue montar la muleta y subir exponencialmente el ánimo del público, muy con el joven, al que se le quedó pequeño el reservón y descastado burel de Apolinar. Se dejó lo suficiente para que el madrileño dejase, -valga la redundancia-, algunos destellos por el pitón derecho. Fue efímero porque pronto dijo el cornúpeta que hasta aquí me toreas, amigo. Le robó alguno más dándole todas las ventajas pegado a tablas, llegando arriba con circulares. Eso y el arrimón final al aplomado animal terminaron de calentar a un público que bajó de temperatura por el fallo a espadas del torero. Con todo, y de forma justa y merecida, le despidió con una sincera ovación. Hoy sí que sí, es una puerta ganada a pulso y de peso.
Se vuelve a confirmar la regla que dice que las sustituciones tienen muy buen bajío -que diría un andaluz- en nuestra castellana Cuenca. Las ha habido muchas, pero en su mayoría, con un denominador común, y ese es el triunfo del sustituto. Apunten, pues, el nombre de este López Simón, que ha entrado de lleno y sale como triunfador.