Si bien la última corrida de toros lidiada en esta plaza, herrada con el hierro de Moreno Silva, trajo consigo la emoción y la exigencia que da la casta; la de este domingo, última del ciclo -absurdamente denominado- de encastes minoritarios, fue una oda a la mansedumbre y a la falta de casta. Los toros de Fraile Mazas, de imponentes hechuras, se dedicaron a buscar las tablas una y otra vez, a pasar con la cara a la altura del pecho e, incluso, varios ejemplares evidenciaron que andaban muy justos de fuerza. Dicha condición convirtió la corrida de toros que cerraba el mes de septiembre en Las Ventas en un verdadero sopor. Quien, por momentos, nos hizo despertar fue Miguel Ángel Delgado. Sus dos tandas al natural frente al tercero, canela fina. También mostró buen concepto el confirmante Fabián Barba. A pesar de bailar con la más fea, solventó tal empresa con oficio y dignidad. Completaba el cartel el gaditano Pérez Mota, que no supo tocar las teclas de su primer oponente y tuvo que abreviar ante la falta de fuerzas del espectacular sobrero que hizo quinto. Sí, tomó dos puyazos en la paletilla, en los que el pica se cebó de forma desmesurada con el de Pallarés. Y luego queréis que embista…
La salida de Madrilero fue el preludio de lo que nos iba a esperar a lo largo de toda la tarde. Recorrió las tablas mientras Fabián Barba buscaba la forma de lucir con el capote ante la mansedumbre mostrada por el de Fraile. Tomó dos puyazos traseros, de los cuales salió mostrando evidentes signos de falta de fuerzas. El presidente cambió el tercio y con él, la bronca del respetable. Tras la ceremonia de confirmación, brindó el primer toro de su carrera en Madrid a los tendidos del coso venteño, para comenzar toreando por alto con la muleta en la mano derecha. Las dos primeras tandas en redondo fueron un espejismo, pues a partir de ese momento, Madrilero se mostró descastado, desfondado y muy protestón. Al ver que la faena tampoco tomaba vuelo al natural, decidió con buen criterio irse a por la espada, de la cual se fue detrás en el encuentro para salir volteado de tan arriesgado compromiso. Fue aplaudido. Desde que recibió al cuarto a la verónica, los presentes se percataron de que aquella historia no iba, ni mucho menos, por buen camino. No humilló nunca, ni en el jaco, ni en el variado percal que le presentó el mexicano. La única vez que echó la cara abajo fue en el tercio de banderillas, y lo hizo para buscar, en el suelo, a David Saugar “Pirri”, al que volteó cuando intentaba parearle. No le importó esta situación a Barba, que se puso una y otra vez por ambos pitones, aguantando los derrotes y las paradas del descastado cornúpeta, que acabó cerrado en tablas. Se justificó el confirmante en una labor tesonera finiquitada de una estocada entera.
El abanto segundo, primero del lote de Pérez Mota, fue devuelto a los corrales a causa de lesionarse la mano derecha en el primer tercio. Así, el gaditano corrió turno y salió el animal que estaba reseñado en quinto lugar. Este, salió de najas en el primer encuentro con el piquero, al cual iba a acabar descabalgando en la segunda entrada. La caída pareció deberse más a la defectuosa forma que tuvo de agarrarse Francisco Vallejo que a la propia fuerza del astado, pues precisamente este no anduvo nada sobrado de ella. Manuel, que había brindado su trasteo al público, no consiguió que el trasteo tomase vuelo, fundamentalmente debido a la poca transmisión de Pretencioso, que terminó por apagarse tras dos tandas en redondo, en las que el andaluz corrió bien la mano sin adoptar mayores compromisos. Poca historia al natural. Se atascó con los aceros y fue silenciado. El sobrero que hizo quinto, de la ganadería de Pallarés, se ganó la ovación de una plaza que, puesta en pie, se rendía ante su imponente estampa. Un torazo, se mirase por donde se mirase. Tanto le miraron que le dieron de lo lindo en el caballo. Y además de pegarle duro, le pegaron mal. Dos varas traseras y caídas fueron suficientes para que Nomeveas perdiese todo su poder. Lo intentó con la pañosa Pérez Mota, pero por aquel entonces y después del citado tercio de varas, ya era tarde. El cornúpeta perdió las manos en numerosas ocasiones y el gaditano apostó por abreviar. Tampoco anduvo fino con la espada y volvió a ser silenciado.
El tercero de la tarde fue el mejor de los jugados con el hierro de Fraile Mazas, y eso que no fue nada del otro mundo. Simplemente, no perdió las manos ni tampoco manseó en exceso. Ya saben ustedes que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Lo que sí le faltó fue clase para responder con mayor franqueza a los vuelos de un valiente y decidido Miguel Ángel Delgado, que no se lo pensó dos veces para brindar al público y comenzar su trasteo en los medios con sendos cambiados por la espalda. Sí estuvo correcto en el toreo en redondo, mejor anduvo cuando se echó la muleta a la zocata, pues extrajo tandas sinceras, en las que se encajó para torear al natural de manera notable. Sin embargo, el toro perdió el gas que llevaba dentro en cuanto se le obligó un poco. Por ello, el de Écija se fue a por la espada de forma inmediata para acabar con él de estocada en buen sitio. La petición no tornó mayoritaria y, de ahí, que el sevillano, en un gesto de honradez, saludase una ovación desde el tercio sin la más mínima intención de dar la vuelta al ruedo. El que cerraba la función, de seria estampa por delante, tampoco fue un dechado de clase en las telas que siempre presentó con pureza Miguel Ángel. Aunque no hubo demasiado lucimiento durante los primeros tercios, el poder y la sinceridad del astigitano acabaron por imponerse a la falta de clase y entrega que Pretencoso mostró a lo largo de toda la lidia. Expuso mucho en el arrimón final, virtud que le valió para saludar la última ovación de la tarde tras pasaportar al Fraile Mazas de pinchazo y media estocada arriba.