Una de dos: O el empresario no lo ve, o, lo que es peor, no lo quiere ver. En resumen, que es un ciego y su mentira. O como quieran llamarlo, pero acartelar a señores como Alejandro Amaya solo se puede calificar de lamentable. Lamentable porque este tipo, al que me niego a llamar torero, ha venido hoy a reírse de la plaza más importante del mundo. Dos severos petardos en sendos toros le hicieron valedor de dos merecidísimas señoras broncas. Con este tipo como protagonista del último festejo del año venteño, se lidiaron toros de Martín Lorca, muy desiguales de presentación y que no anduvieron sobrados de fuerza. A excepción del primero, ese sí. Gran toro. Al lado del mexicano hicieron el paseíllo Iván Vicente y Javier Jiménez, los dos grandes triunfadores del verano madrileño y, que sin alcanzar cotas más altas, dejaron su crédito intacto de cara al próximo año.
Las verónicas con las que Iván Vicente fue ganando terreno al que abría tarde parecieron ser la mejor forma de comenzar a afianzar la enclasada embestida que desde salida mostró Oculto. Este, apretó en las dos varas que tomó, empujando con los riñones en ambas y derribando al del castoreño en la primera. De estas virtudes se dio cuenta el colmenareño, que brindó al público para luego comenzar a torear por doblones con la muleta en la mano diestra. Supo entender, a la perfección, los tiempos y las teclas por tocar que requería el de Martín Lorca: Tiempo entre tanda y tanda, suavidad y total ausencia de toques bruscos. Así, hilvanó varias tandas en redondo que se jalearon por el temple y la torería de las que estuvieron dotadas. Cambió la historia al natural, puesto que por ese pitón, ni Oculto ni Iván fueron los mismos. Como tampoco lo fueron cuando volvió al pitón derecho, decidió, con buen criterio, tomar la espada. Lo pasaportó de pinchazo y estocada, lo que le hizo valedor de la primera ovación de la tarde. Con el cuarto, totalmente inválido, no pudo más que justificarse con dignidad y torería y es que, al mínimo intento de obligarle lo más mínimo, Guanteblanco perdía las manos. Lo mejor, el estoconazo. El cornúpeta dobló sin puntilla y el coleta volvió a saludar desde el tercio.
Poco o nada por contar acerca de Alejandro Amaya. Actuación lamentable de verdad la del mexicano. Medroso, sin sitio y, porque no decirlo, sin vergüenza. Esa vergüenza torera que siempre caracterizó a los toreros y que hemos echado muy en falta en el de Tijuana. Ante su primero, al cual mató en el caballo, se dobló alrededor de unas ocho veces, tomando en todas ellas muchísimas precauciones. Ni corto ni perezoso, se fue a por la espada y finiquitó a su enemigo de estocada y descabellos. Bronca gorda. Podemos repetir la historia si mentamos su segunda actuación: Volvió a mostrarse muy apático y medroso. Esta vez ligó dos tandas en redondo antes de irse a por la espada. Lamentable sin paliativos. Sufrió un susto al tirarse a matar y volvió a ser fuertemente abroncado. Y Fermín Rivera en casa…
La revolera con la que Javier Jiménez remató el ramillete de verónicas que habían hecho de saludo al tercero terminó por ser, a la postre, lo mejor de su parlamento. Poquísimas las esperanzas mostradas por el cornúpeta en los primeros tercios, pues salió de najas y buscando la puerta de toriles en ambos encuentros con el pica. Sin embargo, no rehuyó la pelea durante el último tercio. Ahí se quedó para embestir vibrante y con temperamento a los vuelos de un dispuesto Javier al que le faltó templar. De más a menos el trasteo, que voló más alto cuando toreó en redondo al comienzo de la faena. Poco a poco, se fue diluyendo todo. Cuando la tarde comenzaba a pesar, apareció el de Espartinas para poner al público en vilo con unas bernadinas de infarto. Milagro que saliese ileso del trance. Lo poco o mucho que ganó con los trastos lo perdió con los aceros y fue silenciado. Honrado llevaba por nombre el último toro de la temporada 2015 en Madrid. Fue este un toro frío y suelto de salida que llegó con la embestida descompuesta a la pañosa. Volvió a apostar, o al menos intentó hacerlo el sevillano, que apostó el todo por el todo en una labor que se fue difuminando poco a poco. Como a esas alturas ya comenzaba a difuminarse el año venteño. Acabó con el animal de pinchazo y media desprendida. Fue silenciado.
Sin más, fue un verdadero placer contaros la temporada venteña. Por delante, un invierno que debe servir para reflexionar y corregir muchas cosas. Si no, estamos perdidos. Hasta el año que viene…