Si de algo debe servir una feria como la de Valdemorillo es para -además de quitarnos el mono de toros- apuntar los primeros nombres que pueden decir algo a lo largo de la temporada. Por eso, Martín Escudero honró a Valdemorillo. Aprovechó y de qué manera las circunstancias e idiosincrasia de esta plaza. A pesar de que el triunfo numérico no fuera para él, debido exclusivamente al mal uso de los aceros (capítulo que debe mejorar ostensiblemente), fue el triunfador moral. Dejó en la memoria del aficionado el mejor toreo de la tarde e ilusionó para un futuro prometedor. Es un torero que no se toma ventajas, no conoce los atajos ni las precauciones, apuesta al máximo y además de eso, tiene un concepto del toreo, por firmeza, valor, pureza y verdad, esperanzador. Ojalá no se salga de la línea recta y lo podamos disfrutar de la misma manera. En lo numérico ganó Paulita, que cortó dos inmerecidas y excesivas orejas al mejor lote de la tarde. El desajuste y la falta de ceñimiento destaparon al aragonés. El que no pudo repetir el éxito del año pasado fue Víctor Barrio, que fue corazón y ganas, pero eso le hizo caer en el atropello y el amontono. Y todo, ante un encierro bien presentado de Monte La Ermita, tan inoperante en varas como bueno en la muleta.
Con susto comenzó Paulita su tarde, pues tras dos largas de rodillas a Calendario perdió el equilibrio y se quedó a su merced. Menos mal que el animal era tardo y noblón y no hizo por él. Se vino arriba el aragonés y le recetó un precioso saludo por delantales, que a la postre fue lo único que valió. Muy trasero lo cogió el varilarguero, que se fue al suelo de forma violenta golpeando contra el olivo en el primer encuentro, y tampoco ajustó la puntería en el segundo. Fundamentó a derechas la faena muleteril tras brindar a un respetable que nunca terminó de entrar en sintonía por lo destemplado y desajustado del toreo puesto en escena. El toro, aunque tardeó, acudió al engaño con codicia y entrega cuando las cosas se le hicieron bien. El maño fue tomando cada vez más precauciones y perdiendo confianza sin terminar de apostar ni entrar de lleno en lo que le exigía su contrincante, por lo que acabó naufragando en un trasteo insustancial. Impetuosa salida de su segundo, Licenciado, que se comió literalmente el burladero y pareció dañarse en un principio. Como en el primer capítulo, lo mejor de Paulita vino con el percal, en esta ocasión, en forma de dos verónicas. Tras el brindis al hijo del ganadero, el zaragozano llevó templado con la diestra la buena calidad del toro, que embistió con prontitud, humillación y recorrido. Eso en lo positivo; en lo negativo, la clamorosa falta de ajuste y ceñimiento del torero, demasiado cantoso. Además de eso, faltó ligazón, profundidad y consistencia. Cómo sería aquello que para, posiblemente, el mejor toro de la tarde, no se escucharan apenas palmas tras cada serie. Solo en las postrimerías y casi sobre la bocina logró una serie hilvanada que prendió en el público. Pero más allá de eso… nuevo naufragio. Efectiva fue la estocada, tanto como para granjearle las dos orejas. Excesivas.
En los medios del redondel esperó Víctor Barrio a su primero, bajo como un zapato y al que el saludo capotero resultó algo frío. Distraído y sin encelarse con nada, le costó acudir al peto un mundo. Tanto que el pica debió pensar: “Si no vienes, voy yo a por ti”, y así lo persiguió sobrepasando rayas para acabar señalando la suerte. Las complicaciones en la lidia siguieron en banderillas, con aprietos para la cuadrilla. El segoviano inició labor de rodillas entre las dos rayas después de brindar al público para firmar una primera parte sin lucimiento debido a la descompuesta embestida del burel. Subió unos puntos en intensidad de mitad para adelante con un serio y firme Barrio, sin perder pasos y muy metido en faena. El problema es que al animal le faltó transmisión, y eso que repitió en la franela todo lo que el torero quiso. Multitud de muletazos, alternando aseados con otros más atropellados, pero excediéndose en el tiempo de labor y haciendo que lo expuesto pesase como una losa en el aficionado. El segundo de su lote, Nerja, se mostró demasiado frío de salida, sin emplearse en el ramillete de verónicas que recetó como saludo. Dos cambiados por la espalada en los medios como pistoletazo de salida a su testimonio, en el que con altibajos aprovechó la buena condición del quinto en la muleta, confirmando así el buen juego del encierro. El de Grajera alternó ambos pitones con el mismo aplomo y seguridad que en su primer capítulo. De nuevo, multitud de muletazos, de distinto calado, pero faltos en general de rotundidad y hondura. En definitiva, una copia muy similar a su primera faena. Con todo y con eso y a pesar del fallo a espadas, el público pidió la oreja, y se le concedió.
Aseado saludo con la capa de Martín Escudero al feúco 3º, que porfió lo justo en varas antes del ajustado quite por gaoneras. Muy buenas sensaciones de inicio por el pitón derecho, en dos tandas notables por templado, firme y en el sitio. De largo, lo mejor de la tarde. Con calidad y transmisión acudió a la llamada el de Monte La Ermita, que sumó su parte correspondiente para que el parlamento del madrileño llegara arriba. No bajó de revoluciones la faena por el pitón izquierdo, por el que Escudero se gustó y gustó. Colocación, trazo de muletazo, temple… y además, demostrando una firmeza, un valor y una capacidad admirable para su precocidad y sus pocas oportunidades. Buena conjunción entre un torero que sabe torear y puede demostrarlo y un toro bueno en el último tercio. Afeó algo su interesante labor el mal uso de la espada y el puntillero, pero con todo y con eso, cortó una oreja de peso. Cerró la tarde Charro, un tío bien armado que levantó las palmas de salida por su buena presentación. Cumplidora pelea en varas, y eso que el dejarlo en suerte se hizo peor que mal. Enmendaron la honra de la cuadrilla Javier Rodríguez y Víctor Pérez, que saludaron una ovación tras parear de forma notable. Nada más tomar la pañosa y comenzar a derechas, Martín Escudero empezó a cincelar una faena maciza y consistente. Buena colocación, rectitud y temple para armonizar la entregada acometividad del burel, al que como pero se le pudo poner la falta de humillación. Buenos retazos de toreo también a izquierdas, enfrontilándose, con la zapatillas mirando a los pitones y pasándose el toro muy cerquita. El astado fue a menos demasiado pronto y acabó rajándose, pero el joven torero ya había apuntado su disposición y su buen hacer. Como en su primero, su talón de Aquiles, la espada, le volvió a pasar factura y perdió así el triunfo de la puerta grande. Pero su toreo y sus formas, quedan.