Sigue Valencia siendo una tómbola de orejas, sin aparente posibilidad de reinserción. Siguen sus tendidos enarbolando la bandera del todo vale. Sigue el respetable sin ver un sólo toro bravo. Y sigue el tercio de varas en el más absoluto de los olvidos. En este panorama, y por si le quedaba al serial fallero alguna opción de salvarse del inminente fracaso, llegó la cuvillada con su amplia variedad ganadera. Menos casta, hubo de todo entre los seis feos cuvillos que saltaron al ruedo: desde el flojo hasta el desclasado pasando, como no, por el manso y el inválido. Una corrida infame, tanto por fuera como por dentro, en la que, por suerte, hizo el paseíllo un joven torero peruano que nos sacó del letargo. Roca Rey, que literalmente acababa de cambiar el pijama del hospital (donde se recuperaba del percance sufrido el pasado domingo en Andújar) por el vestido de torear, se impuso en medio de la mansedumbre a base de valor y firmeza.
El primero de la tarde, tras una deslucida suerte de varas, fue banderilleado por El Fandi en un tercio lleno de electricidad y extravagancias que, a pesar de la mala colocación de todos los pares, logró poner a los tendidos en pie. De rodillas y pegado a tablas inició el granadino una labor muletera en la que toro y torero empataron a menos uno. Sin fuelle y soltando la cara el astado, y vulgar y fuera sitio el matador, ambos firmaron una antítesis de la estética. Mató de estocada baja y fue silenciado. Luminoso, que no pudo tener destino más obscuro, recibió un puyazo caído y llegó sin picar a la suerte de banderillas. Allí lo esperaba El Fandi, dispuesto a clavarle cuatro pares a pesar de la falta de fuerza del animal y la lógica desaprobación de los tendidos. Finalizó el terció corriendo en la cara del astado en clara reivindicación del olimpismo, y se arrodilló en los medios para comenzar con el espanto muletero. No es que el burel, que metió la cara en la franela con clase y recorrido, fuera un toro de rabo, pero convencida estoy de que en otra muleta su epílogo hubiera, cuanto menos, más artístico. Tras un sinfín de pases vacíos, el diestro de Granada abrochó su labor con dos circulares invertidos sacados del museo de los horrores y dejó una estocada trasera y tendida que le valió una barata oreja. Sólo me dejó un interrogante: ¿se puede torear peor?
Tanto José María Manzanares como el resto de su cuadrilla hicieron una auténtica proeza para mantener en pie al segundo de la tarde, un inválido marca de la casa que fue señalado en el caballo y liado por alto en banderillas. Sin apretar a su oponente por abajo para que no perdiera las manos, Manzanares, en todo momento fuera de sitio, realizó una labor muletera de enfermero que fue silencia. También le cayó en suerte el segundo inválido del encierro, que fue devuelto a los corrales tras perder las manos en varias ocasiones. En su lugar, salió un novillo de Victoriano del Río de impresentables hechuras. De vez en cuando viene bien una limpieza en los cercados, aunque sea a costa del prestigio de una plaza, en teoría, de primera. Sin llegarse nunca a confiar, el alicantino embarcó la embestida desclasada del manso en el pico de la muleta y firmó una faena desestructurada que fue silenciada.
El tercero de la tarde, de nombre Asustadizo, se dolió en banderillas y llegó a la muleta de Roca Rey con media embestida y más que justo de fuerzas. Tras un buen inicio por estatuarios, el joven peruano volvió a los terrenos que días antes le mandaron al hospital para inventarse una inteligente faena que enloqueció Valencia. Tras torear a su oponente en las cercanías con suavidad, lo hizo rodar sin puntilla con una estocada caída que le valió una oreja. Ante el sexto y percal en mano, llegó lo mejor de su comparecencia y de la tarde. El torero del Perú se estiró con gusto y temple a la verónica en el recibo capotero, llevó al astado hasta el jaco galleando por gaoneras y, tras un deslucido tercio de varas, declaró sus intenciones toreando con el capote a una mano. Con quietud, temple y clase, movió el percal al natural hasta hacer crujir los tendidos en el que sin duda fue uno de los pasajes de mayor calidad artística de lo que va de Feria. Pero las bondades que apuntaba el astado duraron solo tres cambiados por la espalda y una ajustada arrucina. Las fuerzas del manso Novelero se apagaron sin dejar a Roca Rey más opción que la de volver a las cercanías. Aguantó los parones con estoicismo y logró trazar muletazos sueltos con suavidad. Mató de estocada baja y cortó la oreja que le abrió la puerta grande. Una salida a hombros que seguramente no se hubiera producido en una plaza con criterio, pero que, tras la ridícula puerta grande de la tarde anterior, casi hasta sabe a miel. Con apenas año y medio de alternativa, el peruano ha demostrado que también le vale el toro malo, que no le queman las plantas de los pies y que trae el temple puesto de casa. Cierto es que aún le queda un largo camino por recorrer. Pero, a día de hoy, Andrés es una Roca que, cuando termine de cincelarse, puede cobrar forma de Rey. Tiempo al tiempo.
Roca Rey, maravilloso con el capote, corta dos orejas en otra actuación para enmarcar. Salió a hombros por la Puerta Grande de Valencia. pic.twitter.com/bSBdCMIUd2
— Toros (@toros) 17 de marzo de 2017