La ganadería de leyenda por excelencia no falló a su simbiosis con el coso del Baratillo en el 175 aniversario de su nacimiento. La encastada miurada puso casta y emoción en el albero maestrante y trajo opciones de triunfo para tres toreros que desde hace años luchan por subsistir en la calle de atrás del toreo. Opciones que no dejó pasar Pepe Moral. Un Ulises de la Tauromaquia que, tras haber luchado desde sus comienzos y sin perder la fe contra las sirenas del hambre y los parones en la particular Odisea que siempre ha sido su carrera, hoy ha vuelto a arribar a su sevillana Ítaca deletreando el toreo al natural. Si es el sistema tiene aún algo de alma, Pepe Moral debería encontrarse esta misma noche con una Penélope de quince o veinte contratos.
Ya las teclas de Marismeño, un manso que nunca estuvo sobrado de bondades, le sirvieron para componer una faena limpia y de gran calado. Aunque Pepe Moral tardó en acertar con las distancias y ver que el burel podía funcionar, los muletazos de temple y hondura que acabó trazando le sirvieron para cortar una oreja de peso que, junto con la casta de Amapolo, lo acercaron a la Puerta del Príncipe. Su segundo oponente llegó a la flámula del sevillano levantando la cara al final del viaje. Pero, sabedor de lo que tenía entre manos, Pepe Moral lo metió en vereda y lo hizo humillar con la misma facilidad que si torease treinta tardes al año. Ni siquiera el viento, especialmente molesto durante la faena, impidió que el avezado torero crujiera su Sevilla con unos naturales a cámara lenta que casi lo alzan en hombros por las orillas del Guadalquivir. Pero la tizona cayó en el lugar exacto para dar al traste con los sueños del torero: los blandos del toro. Aún así, su plaza talismán le pidió las dos orejas con fervor. Pepe Moral lo tenía todo para triunfar en Ítaca, pero la Presidenta apeló al rigor para negar el apéndice de la gloria y cerrarle la Puerta del Príncipe en las narices. Con buen criterio, si se atiende a la mala colocación de la espada, pero con menos sensibilidad que una colonia de estreptococos si se tiene en cuenta lo que esa segunda oreja hubiera supuesto para la carrera de un hombre que toda su vida se ha ganado los contratos sudando el traje en el ruedo. Fusílenme al amanecer, pero después de la última vez que se abrió la Puerta del Príncipe, la salida de Pepe Moral esta tarde le hubiera incluso devuelto categoría. No obstante, sé bien que en toda Odisea debe haber un Polifemo que conserve su dificultad y grandeza, y hoy Anabel Moreno se encargó de que así fuera. A fin de cuentas, los toros se matan por arriba.
En la otra cara de la tarde, la de la indiferencia, estuvo Antonio Nazaré, que concluyó su comparecencia sin pena de orejas, pero, a mi entender, sí con algo de gloria. Alamito abrió la tarde mostrando ya desde el capote su profunda condición de inválido. Pero la Presidenta, a pesar de haberse autoproclamado centinela del rigor, se empecinó en mantenerlo en el ruedo. Un gesto de afición y gran sensibilidad, teniendo en cuenta especialmente la necesidad del espada sevillano. Aún así, Nazaré logró llevarlo en la muleta a media altura y eludir las miradas que le lanzó su oponente al final de cada pase, en lo que fue una labor de más disposición que lucimiento. Dejó una estocada baja y desprendida, tras tirarse a matar con tal verdad que el astado le arrancó el mancho de la chaquetilla en el encuentro, y erró en varias ocasiones con la cruceta -debido a la negativa del salinero a bajar el testuz- antes de escuchar el silencio. No ocurrió lo mismo con Baretillo, un toro de lámina antigua y gran belleza, que devolvió la emoción al tercio de varas embistiendo en el caballo de Manuel Jesús Espartaco, y llegó al último tercio con opciones, a pesar de una lidia desastrosa. Baretillo fue uno de esos toros que, aunque vienen sólo con una decena de embestidas por pitón, bien cuajados sirven para reventar cualquier plaza. Pero como buen miura, puso caras esas embestidas, buscando al torero y venciéndosele siempre hacia la cadera. Cuajarlo requería lo único que no se le puede exigir a un torero con el número de corridas de Nazaré: mucho oficio. Aún así, el espada sevillano se metió entre pitones jugándose la cornada con pundonor y, tras repetir episodio con los aceros, escuchó las palmas del tendido. Ponerse delante de ese lote con el estoicismo y la falta de contratos de Nazaré es de por sí un acto glorioso. Mis respetos, torero.
El que también pasó desapercibido por el coso hispalense fue Esaú Fernández. En su primer toro, gastó su cupo de suerte en una angustiosa porta gayola en la que quedó a merced de Alcarabán, con el único y milagroso resultado de la conmoción. Mismo milagro que asistió a Curro Robles cuando el pitón del astado lo prendió por el pecho al asomarse al balcón para dejar los garapullos. Por cierto, sin escuchar una sola palma. ¿Dónde estás, Sevilla? Supongo que perdida en el mismo lugar en el que acabaron las buenas cualidades que apuntó Alcarabán cuando quedó inútil para la lidia tras lesionarse la mano derecha y obligar al matador a darle muerte de un bajonazo. A pesar de su reticencia ya que, de no haber sido por las protestas del público, hubiera seguido toreando aun a costa de alargar la agonía del astado. Pero para compensar la falta de opción del sevillano, salió al ruedo Banderolo, un toro realmente de bandera, con el que Esaú no quiso nunca tirar la moneda. Lo toreó sin ajuste ni mando, antes de mandarlo al desolladero con las orejas puestas.
El bajonazo del sevillano puso fin a una feria con más toros que toreros, y a una tarde que deja claras tres cosas. Que Esaú ocupa, por duro que pueda resultar, el lugar que con su falta de compromiso elige merecer. Que sería bueno para el toreo dar más sitio a un matador comprometido con el chispeante como lo es Antonio Nazaré. Y que, si Pepe Moral después de este aldabonazo no entra en las ferias, será para dejar de creer en esto.
Pepe Moral roza la Puerta del Príncipe. pic.twitter.com/UUiyPMOF8I
— Toros (@toros) 7 de mayo de 2017