«El toro de Valencia no es el toro de Madrid». Esa frase rezaba la pancarta que mostraba el tendido 7 tras el inicio del paseíllo. La afición decepcionada con la nueva empresa por la alarmante bajada del trapío del toro en muchos de los festejos lidiados en el serial, sacaba sus condolencias en una tarde de la que el reproche a las hechuras se quedaría a un lado para dar lugar a la más absoluta bacanal de cubatas y endiosamiento. Esa que vendría de un público inusual, cuando las peticiones tras la ejecución errada de la suerte suprema hacen muy vulnerable la decisión y la personalidad de un presidente. No hubo mayoría abrumadora para la concesión del apéndice del cuarto y Jesús María, desde el palco, regaló a Ponce su cuarta puerta grande en la monumental venteña. David Mora sigue sin encontrarse con su tauromaquia, mientras que Varea confirmó la alternativa, confirmando que no ha llegado preparado, ni mucho menos a su examen con el epicentro del toreo.
Volvió Enrique Ponce a la plaza con la que siempre tuvo unos altibajos emocionales hacia su forma de torear. Ahora, todo eso cambió. El maestro de Chiva -y no me caso con nadie pero es de recibo ponerle esa nomenclatura- torea mejor que nunca, entiende al toro como muy pocos pueden hacerlo y gustará más o menos, pero la técnica que dan 28 años de alternativa sirven para algo. Después, su tauromaquia podrá ser discutida como la del resto pero siempre dice algo. Todo se resume a dos faenas muy distintas en las que puso todo su empeño y perseverancia para sacar brillantez. La primera vino con Libertino, un toro negro y con buen cuajo al que saludó por verónicas de mucho empaque. Salió crudo del segundo puyazo, llegando a la muleta con buen son. Todo por abajo. No le exigía los medios pero sí la suavidad y el templarse con él. Un inicio genuflexo al que se añadió tres series de derechazos enroscándose al toro y haciéndolo repetir. Citando con el pico y fuera de lugar, se traía al cinqueño de adelante a atrás. Lo intentó por el izquierdo pero no tuvo respuesta. Antes de matar rubricó con las poncinas haciendo semicírculos, sometiendo al toro por bajo. Se hizo el silencio. Metisaca y estocada entera caída. Madrid era un clamor y los tendidos se teñían de blanco para la concesión de la primera oreja. Ésta, vale. Se han dado orejas mucho menos meritorias, otras por llevar el muslo abierto y volver a la cara del toro a torear, y otras como ésta que sale todo del torero.
Ahora bien, sin tener toro, el querer arrear como si fuera un torero joven -no como ha venido Varea...- es de agradecer. Así fue en el cuarto burraco de la tarde. Excelentemente presentado, rebrincaba su embestida hacia el percal desluciendo los pasajes. Era débil, perdió las manos antes y después del primer puyazo y llegó a la muleta justo. Aún así, Ponce se lo quiso dar todo por abajo, pero Rumbero no estaba para tablaos flamencos, sólo protestaba. Cuatro tandas ligadas pero muy sucias. Le tocaba el engaño y afeaba la pureza de los trazos. En la quinta y de uno en uno, le sacó tres derechazos emulando el pase de las flores. Se hizo el silencio de nuevo. Con un pinchazo y media estocada atravesada, valió para sacar el pañuelo y aprovechar para pedir un gintonic, ya que pasaba por allí un vendedor. Sin mayoría, el presi cedió y otorgó al valenciano la potestad para salir a hombros. La bronca al palco vino tras el paseo del trofeo.
Tres fueron tres, las tardes con las que David Mora se comprometió con esta plaza para anunciarse en este San Isidro. Mala fue la primera tras escuchar los tres avisos, regular y barata la segunda con la concesión de un trofeo muy reprochable y paupérrima la última de hoy, en la que al diestro de Borox se le fue un lote de orejas. El primero fue un animal con mucho peso (679 kg.) pero que no dejó de moverse en ningún momento. Ángel Otero volvió a brillar en banderillas saludando una ovación y David quiso empezar a obrar con él. Sin embargo, no hubo acople, no hubo capacidad para entender lo que le pedía y su toreo vertical, sin profundizar el muletazo ni obligarlo en demasía, hizo ligarle muletazos fuera de sitio y diciendo muy poco. Con el quinto pasaría algo distinto en cuanto al comportamiento del burel pero con un denominador común: el desentendimiento con los animales y los terrenos y la falta de temple. Enganchones y pasajes con dudas mientras David miraba a chiqueros a ver si aparecía Malagueño. Pero no, todos los días no sale el toro top que te agradece todo. Así cerró una feria gris y de medias tintas.
Confirmaba alternativa el joven Varea. He de decir a su favor que he visto tardes con hierros más complicados en los que ha salido airoso y triunfante de muchas de ellas, con total legitimidad. Pero claro, volvemos a las mismas, esto es Madrid y no se puede llegar de esta manera. Se le fue el mejor toro de la tarde: el sexto. Aquel que desprendió un donaire de pronto y con mucho celo. Granaino barría la arena con el hocico y Jonathan, indeciso y en un mar de dudas, citaba fuera de lugar mientras le temblaban los tobillos. El abundante aire que se levantaba a última hora hizo ahondar más en sus indecisiones y no se acopló con la buena clase que le despachó sus embestidas. El primero fue un manso que no peleó en el jaco y al que el torero no quiso ver. Sin sitio delante de la cara, tandas tropezadas por el lado derecho y no querer verlo por el izquierdo, puso en tela de juicio la disposición y el empeño de alguien que quiere ser torero.