Por el piton derecho
Vicente Carrillo Cabecera
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Cornudos y apaleaos
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Crónica Madrid. 7ª Feria de Otoño

Cornudos y apaleaos

Darío Juárez

El final de esta Feria de Otoño no va a ser realmente malo si hacemos balance global por cómo se ha ido desarrollando el día y los sucesivos acontecimientos. Verán: la tregua en Cataluña no cesa ni por parte de la ilegalidad y mucho menos por la fuerza del orden público, en esta jornada de referéndum ficticio. Por su parte, el laureado ganadero Victorino Martín Andrés ha sufrido un derrame cerebrovascular en su propia finca y no podemos más que mandar nuestros mejores deseos de recuperación. Así todo, en Madrid se libraba otra batalla, o por lo menos eso es lo que nos entró por los ojos cuando vimos anunciado a Ferrera y a Ureña. El primero, como bien saben, se cayó del cartel, entrando Bautista. Grande se le ha quedado la tarde, dejando claro que el decir sí porque sea Madrid es una decisión que se te puede revertir cuando te sale un toro que empuja y con ese picante que te proporciona la casta, y no sabes por dónde meterle mano al verte tan desbordado. El resto de los componentes de su lote fueron dos animales con mucha nobleza y que levantaban la cara sin ánimo de lucro, y los toreó en las distancias cortas y sacando destellos con torería. Ureña tampoco se dejó la sinceridad en el hotel y trazó su segundo paseíllo demostrando el derroche de emociones a través del valor y la verdad con cada uno de sus ásperos y reacios contendientes.

Cabreado e irónico se mostraba el diestro de Lorca tras dar muerte al cuarto de la tarde, culpando al ganadero de pecar ciegamente en su empeño de embarcar a ese animal excesivamente desproporcionado de pitones, que no entraba en la muleta y con el que la gente se vio más vulnerable a la incertidumbre, con la sensación de peligro que desprendía ante la sorpresa de Paco Ureña. Al segundo de la tarde, Horquillero de nombre y ovacionado de salida, le pudo embeber en la muleta durante las dos primeras tandas, en las que después el cárdeno se apagaba tras haber derrochado todas las fuerzas que poseía en el capote y en las alegres arrancadas al caballo de Pedro Iturralde, que estuvo sensacional desde lanzar del palo hasta el medir del castigo. De ahí en adelante Paco sólo pudo vaciarse y entregarse al animal con su impecable colocación y sin ofrecerle nunca las ventajas al toro. Despatarrado y a su vez arrebatado de valor, anhelaba que la embestida de este protagonista se hiciera más notoria y larga, pero era un espejismo sin un ápice de raza y de querer acometer con la entrega que se espera de un Albaserrada.

Peor lo pasó con el sexto y último. Tomatillo se definía como bravo en primera instancia debajo de la montura de Juan Melgar, a la que empujaba con brío y de la que salió desarrollando sentido para el resto de la lidia. En los primeros compases nos encontramos con un toro aplomado, sin ofrecimiento a la ligazón, fijeza y con efímera transmisión. El toro cuando obedecía lo hacía por abajo sin alargar el viaje; midiendo cada centímetro hasta el punto de poder prenderlo seriamente un par de veces. Estaba entregado, roto, ajeno a los sensacionalismos que afloran cuando el peligro se acerca. Sólo estaba él, el adolfo y su yo interior al que nunca defrauda, refrendando y haciendo homenaje al refranero español de seguirla hasta conseguirla, para dibujar y dejar constancia, con cuatro naturales por bajo de enaltecido frenesí. Estocada entera sin puntilla y ovación cariñosa de despedida.

Juan Bautista regresaba diez años después a otro Otoño en Madrid, desorejando en aquella ocasión a un toro de Puerto de San Lorenzo. Era de recibo que hubiera tenido cabida en cualquier otro cartel de los que se han dado. Con los adolfos dejó patente además de su concepto, en la medida que le dejaron sus dos primeros toros, la versatilidad al decir «no padre» cuando aparece un animal que pide los papeles y que no se deja de mover. Tal cual lo leen acontecería. Confiado lo esperó de largo para lucirlo de las tablas a los medios –a modo Perera el sábado– hasta que se encontró en el embroque a un animal parado y soso, que fue reponiendo a medida que acontecía la faena, exigiéndole cada vez más al matador de Arles. Desbordado e inoperante se mostraba delante de Jardinero. Era tobillero, sí, pero el estructurar la faena desde otra perspectiva y el darle su espacio a tiempo, hubieran sido sinónimos de otra lidia con más sentido y más entregada por parte de ambos. Evidentemente, Madrid se lo recriminaría con una sonora bronca tras el arrastre ovacionado de este quinto y último de su lote.

Por el contrario, la actitud con sus dos primeros fue realmente notable. Templado y sobrio se vio con el primero, un cornúpeta que acometía hociqueando la arena pero sin la transmisión ni la codicia que quiso aparentar durante su lidia en los primeros tercios. Naturales por ambas manos haciendo las veces de estímulos eran la connotación de una obra medida y sin banales dotes de pesadez. El tercero, Malagueño, no quiso probar tierra y con la cara a media altura repitió sin trascendencia alguna, ya que la nula transmisión le hacía opaco de virtudes. Si bien Bautista le marcó el camino llevándolo toreado muy asentado a media altura, mientras aprovechaba la sobrada nobleza que poseía.

 

  • Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 7ª de la Feria de Otoño. Más de 3/4 de entrada (20.422 espectadores) en tarde nublada y templada. Se lidiaron seis toros de Adolfo Martín, justos de presentación en los cuartos traseros, se taparon por la cara. Noble y apagado el 1º, corto y aplomado el 2º, obediente y muy noble el 3º, buscapiés y descalzado el 4º, enrazado y exigente el 5º y malo y con sentido el 6º.
  • Juan Bautista (caña y oro con los remates negros): silencio tras aviso, silencio tras aviso y bronca.
  • Paco Ureña (grana y oro): división de opiniones tras aviso, silencio y ovación.
  • Actuó como sobresaliente David Saleri (caña y oro con los remates negros).

 

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