Carabanchel despertaba nublado y apacible. El mercurio no bajaba de los 12 grados y los primeros grupos de aficionados se empezaban a concentrar en los alrededores del Palacio de Vistalegre para recoger sus entradas. Ante el acceso opuesto a la puerta grande, seguían llegando autobuses de Andalucía, Extremadura y Francia al reclamo de un día tan especial, como es el homenaje a un ganadero legendario. El sol se asomaba con vergüenza, las terrazas se agolpaban, la gente quería ver el apartado –aunque fuera imposible– y el mayoral Félix Majada conversaba con muchos de ellos mientras éstos le deseaban suerte.
Tras romperse el paseíllo se guardó un minuto de silencio y se hizo entrega a la familia del ganadero de un cuadro con la imagen de Victorino hecho por la artista madrileña Mónica Jimeno. Se notaba que había ganas de toros. De hecho, la gente lo cantó cuando metió la cara el primero en el capote de Curro. De ahí en adelante, el resto de la tarde fue de altibajos. Emilio de Justo conquistaba a Madrid con su entera disposición cortando una oreja del tercero, Curro Díaz paseaba otro apéndice tras su toreo de exposición con el nobilísimo cuarto, mientras que Daniel Luque desaprovechaba la buena clase que tuvo el segundo, al que no entendió.
Como un halo de esperanza para sí mismo, Emilio de Justo iniciaba su temporada en la cubierta de Vistalegre. Un torero olvidado por el empresariado taurino español y que ha tenido que fraguar su tauromaquia y darle sentido en Francia: su madre adoptiva. Cuánto lo necesitaba. La afición le esperaba y no tardó mucho en responder. Sobrio, con liderazgo de facultades y entendiendo lo que le pidió su lote en cada momento. Abrió su tarde con Melonchero. Uno de los dos toros mejor rematados, junto con su hermano sexto. El que salió en tercer lugar quiso mostrar su querer metiendo la cara en el capote, pero fue un mero espejismo. Tomó dos varas. La última le hizo sangrar hasta la pezuña. Inició la faena genuflexo sacando al toro a los medios. Tras perderle unos pasos en la primera tanda, supo encauzar e hilvanar la segunda serie dejando muletazos en profundidad, gustándose con el animal. Muleta a la izquierda, entrega desmedida y pasmosidad al alza, cuando Melonchero le avisó hasta en dos ocasiones. Otra más con la de los billetes muy de verdad para cerrar una faena de destellos muy toreros con sus remates finales. La estocada, que cayó entera y tendida, obligó a descabellar. Aún así, la oreja era de ley.
El sexto fue otro toro bien presentado. Con el capote se pudo ver a un Emilio muy rígido debido a las lidias a las que está acostumbrado con el toro en el que se le encasilla. Ya con la franela, Jaqueto le exigió mucho al extremeño cuando embestía por dentro y con ánimo de revolverse de inmediato. La segunda y tercera serie vendrían por el izquierdo, donde el torero, muy sobrio, soportó los arreones con enganchones que le ofrecía el cárdeno. Midiendo y analizando el trazo que le propuso, terminó la faena de forma aseada.
Abrió la tarde el jiennense Curro Díaz. El público quería toros y así se lo hicieron saber con los olés secos que ensordecieron Vistalegre cuando saludó por muy artísticas verónicas al ensillado primero. Debajo del peto estuvo aguantando un puyazo medido y en buen sitio. La gente pidió el segundo pero no hubo respuesta. La faena estuvo compuesta por tandas alternadas con ambas manos, empezando muy encima de él hasta poder dominar y mandar sobre la acometida de Bolsico. El animal iba a menos teniendo que medir la embestida, mientras dejaba en stand by la ligazón. El cuarto fue un animal noble y bravo a partes iguales. Lo sacó lidiado hacia los medios, donde el cornúpeta barría el albero con el hocico. Con la bravura que poseyó, empujó al equino hasta los medios, pidiendo el cambio de tercio ante la algarabía de silbidos que criticaban la excesiva lidia de capotazos. En la muleta y tras un inicio entre desdenes y trincherazos, se afianzó con él. Dos primeras tandas gustándose y obligándolo, hasta el momento que entendió que lo que Mediopelo le pedía realmente era dejarle los vuelos muertos para sólo tener que correr la mano. La última de naturales fue a menos tanto el fondo como la colocación del torero. Una estocada tendida y caída valió para la concesión del apéndice final.
Daniel Luque estuvo equívoco en su decisión o en la manera de entender al segundo, un toro bajo y fino de agujas que tuvo, y se empeñó, en tener clase. Sin embargo, el de Gerena no supo estar a la altura. Descontando un recibo capotero muy vistoso, siguió su actuación asfixiando al animal, donde se metió en su jurisdicción queriendo ligar por ligar. El toro le pedía espacios y Luque no rectificada. Siendo así, Mercenario se aburrió y no quiso más pelea. Recogió una cariñosa ovación. Con el quinto no tuvo ninguna opción. Además, se topó con un torete escurrido a más no poder que se quedaba corto por los dos lados, con peligro y sin poder darle un muletazo limpio.
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