Creo que es infinitamente lícito sentirse triunfador y orgulloso en una tarde así en el marco espiritual de un torero, cuando sales por tu propio pie de la plaza. Hombres valientes de oficio, guerreros que pese a conocer las rudas adversidades que ostentaban sus oponentes, volvieron del campo de batalla empapados de un sudor heroico y condecoroso, y que no viven de aplausos y olés. No sólo por eso, sino porque el hecho de haberse puesto delante del abanico ganadero que ha salido por toriles con esa solvencia, ese oficio y esa categoría absoluta, es digno de elogio. El festejo número veinte del ciclo isidril vendía un cartel recio y exigente que anunciaba la divisa de la legendaria ganadera Dolores Aguirre y abducido al toreo de poder, dominador, valeroso y digno. Así lo demostró una terna que cubrió el expediente con creces, queriendo ver destellos de esperanza en imposibles y amenazantes cornúpetas de capa negra, alzada indómita, seriedad exponencial y de condición desmedidamente infranqueable para el lucimiento. Una tarde para dar gracias, siendo este encierro uno de los más duros, mansos, peligrosos y con casta de maldad que se recuerdan de la divisa sevillana.
Rubén Pinar se ganó un sitio en esta feria tras llegar en un gran momento conquistado ferias como su natal Albacete. Saludó la tarde con un primer toro serio, bizco del pitón izquierdo y que llegó midiendo mucho en el capote. Se dejó pegar en el caballo llegando a la muleta con indudable transmisión. El toro era encastado e hizo ver un oasis en las dos primeras tandas, cuando repetía con codicia, reponiendo por abajo, obedeciendo al primer toque aún sin llegar a colocar la cara con clase. Pinar no le dejó pensar e incluso pese a estar tragando paquete e intentar despedir rápidamente la tanda, se gustó con un cambio de mano saliendo andando muy en torero. Con la izquierda se tuvo que ayudar teniendo que tomar al máximo las precauciones, ya que venía pegando derrotes secos que impidieron volver a ver lo que hasta el primer par de series le había regalado. Por ello, recogió una reconfortante ovación.
Si los tres primeros habían sido encastados pero con el interés de la buena casta, a partir del cuarto en adelante reinaría un elenco de animales desentipados, mansos de mala baba y lejos de hechuras óptimas para embestir. La segunda parte del festejo la encabezó Pitillo, un toro bajo, acapachado, muy en la línea de las dos procedencias –Atanasio y Conde de la Corte– y con una distancia considerable de pitón a pitón. Tras una lidia abultada de capotazos y pese a dejarse pegar en el primer encuentro, volvió de segundas sin haber sido puesto en suerte para salir perdiendo las manos. Anduvo firme Pinar, seguro y consciente de que le podría. Le presentó la muleta sin dudar, entrando con franqueza al embroque entre comillas. Dos o tres muletazos con frescura y de buena composición le regaló hasta verse podido y endeble de fuerzas, dejándose las manos de nuevo en el suelo. Lo peor de todo vino al intentar matar, ya que el animal no se paraba y le hacía muy complicada la colocación de la suerte al matador. Pese a todo y pegado a tablas, logró dejarle una estocada baja pero habilidosa ya que no había otra manera, y el cronómetro y los avisos se hacían inminentes.
Peor lo pasarían José Carlos Venegas y Gómez del Pilar con sus respectivos lotes caídos en suerte. El de Beas del Segura pasaportó con tesón y sacrificio a un encastado y amo del ruedo que hizo las veces de segundo. Venía con la vista cruzada en el capote y se arrancó con propiedad y decisión al peto para después medir a los peones esperándolos hasta el último momento, hasta el punto de tener que pasar nueve veces para dejar cuatro palos. Genuflexo inició la faena sacándolo a los medios. Venegas en el sitio, firme, le ligó una primera tanda donde el burel soltaba tornillazos secos, exigiendo y pidiendo enteros. Mucha casta, poca clase. Salía de la suerte sin quedarse en la muleta fijado y en alguna ocasión con un intento de rajarse. La lidia que pedía quizás era otra, a la antigua o sobre los pies y no tan al uso como quiso ofertársela el jiennense. En cualquier caso, solventó la papeleta con estocada caída dejando al toro medio muerto. Y digo medio porque estando echado en las rayas se levantó galopando hacia el matador donde soltó su último arreón de casta, de ir a matar, que por fortuna no logró su meta. El quinto fue imposible de principio a fin menos para David Adalid, que fue el que se llevaría la mayor ovación de la tarde tras parear con oficio, profesionalidad y tesón a ese marrajo y destartalado buey. Regaló sorprendentemente dos chicuelinas en el quite de Noé y en la muleta fue un mar lleno de tiburones. Avisándolo, midiendo los pasos del matador e infranqueable, pese al gran saber estar y el intento de querer del torero.
Por su parte, Gómez del Pilar quiso cargarse de responsabilidad después de haber visto lo cara que estaba siendo vendida la corrida en cuanto a dificultades. A portagayola se fue a recibir a sus dos toros, siendo la del tercero imposible debido a la falta de fijeza de salida y lo suelto que salió el animal rodeando las tablas. Toro manso, sin querer castigo en ninguno de los dos jacos que fueron movidos buscando las cercanías de la querencia y teniendo que haber sido condenado a banderillas negras pese al mal criterio del presidente por no hacerlo. Iván Aguilera mostró un gran oficio en la lidia de este manso y fiero animal, con el que empezó la faena doblándose por abajo. Huidizo, se iba de la muleta y Noé detrás de él para intentar meterlo en el arca. No quería batalla. El pitón izquierdo hacía barrenos con los hachazos que despedía, logrando en la tercera sacar algún natural vistoso y bien compuesto. Estocada caída para recoger una ovación de agradecimiento. El sexto fue la antítesis del toro bravo. Un animal feísimo y con el que no desistió de salida yéndose a portagayola. El que sí desistió fue ese que se hacía llamar toro por tener dos cuernos… Rajado, mansísimo y sin un mínimo de querer embestir, dejó que le tanteara en un intento de primera tanda para cruzar el ruedo y echarse en la puerta de toriles. Lo levantó y le dejó un pinchazo agarrado que le hizo volverse a echar. Aquí se demostró la profesionalidad y la seriedad de Gómez del Pilar, queriendo levantarlo de segundas para volver a entrar a matar, en contraposición a lo que se ha visto en este San Isidro en varios ejemplos, pidiendo el descabello para no ejecutar la suerte. Bien, matador.
En resumen, una corrida dura a más no poder, muy dignamente lidiada por una terna de guerreros que volvió de la guerra regalando violetas, siendo oficiosa y técnica, demostrando categoría y solvencia a partes iguales. Un imposible de Dolores Aguirre que pasó del interés de la casta en los tres primeros, al aburrimiento sordo con los tres últimos, sacados de tipo y derrochadores de mansedumbre a cascoporro.
Tarde sin pena ni gloria en la vigésima de San Isidro. pic.twitter.com/vRE6So01Vq
— Toros (@toros) 27 de mayo de 2018