Álvaro Domecq Romero refrendó su cartel entre la afición, que no entre los toreros, acostumbrados a un tipo de embestidas, si no más fáciles, sí con mayor regularidad. Quizá por eso las figuras no se apuntan. Ah, y también porque les puede salir uno como Cumpleaños, primero de la tarde, uno de los toros de los que la gente salió hablando.
¿Cómo fue? Pues encastado y bravo, pero con esa bravura seca que no regala nada. José Garrido, que con él cinceló los mejores momentos vistos con el capote a lo largo de la tarde, tuvo el gesto de irse a los medios para citarlo con el “cartucho de pescao”. Esa primera tanda sobre el pitón izquierdo marcó la cima de su actuación, por emotiva y por rotunda. Sin embargo, Garrido cambió enseguida de mano. Pero por el derecho el burraco era de otra manera, más remontado, con menos entrega y demandador de un sometimiento que, por unas cosas u otras no llegó. Cuando volvió a ese pitón izquierdo que tantas alegrías dio de principio el toro ya había perdido celo y la faena fue a menos definitivamente. El cuarto fue fiel a sus bastas hechuras y resultó bastante más correoso, porque embestía recto y se remontaba al sentirse podido, de lo que su falta de raza dejó entrever. Total, que allí no pasó nada.
El otro burraco se llamó Lucero y fue ideal para el triunfo. Salió en quinto lugar y había estado como sobrero el año pasado en Soria. Con un año más, plantó su guapura en el albero maestrante y, cuidado en varas, se vino de lejos en las primeras tandas de muleta con esa alegría que siempre distinguió a los Torrestrella. Eso sí, como a casi toda la corrida, excepción hecha del sexto, le faltó humillación, pero fue noble, obediente a los toques, franco y pronto. Anduvo sincero con él Joaquín Galdós, que le dio metros para lucirlo y luego procuró enganchar las embestidas adelante para llevarlas hasta el final. Pero allí faltó apretura y, sobre todo, la rotundidad necesaria para cuajar al toro, que con su movilidad permitió la ligazón, siendo esta la mayor tapabocas del conjunto. De todas formas, si no hubiera fallado con los aceros de muerte habría cortado una oreja, eso está claro. Sin embargo al primero lo había reventado con la espada tras una faena que tuvo su cima en unos naturales de firme planta a favor de querencia. Fue un trasteo que siempre pareció que iba a romper, pero que nunca lo hizo de verdad, y donde el mansito demostró ser agradecido cada vez que le hacían las cosas a favor.
Eso mismo pidió a gritos el sexto, negro de capa, el de más humillación de la suelta, que combinó nobleza y buena clase. Era de esos de «A suavidad, más suavidad». Y allí hubo toques cambiantes a la hora de conducir las embestidas y, sobre todo, un deficiente manejo del temple y las alturas, lo que primero hizo que el animal claudicara y después se aburriera. Menos historia tuvo aún lo hecho ante el desfondado tercero. Con uno y otro Alfonso Cadaval demostró no tener más méritos para estar en la feria que el que pudieran tener otros muchos que la están viendo por televisión, pero sí la suerte de caer con mucha gracia en los despachos.
Galdós da una vuelta al ruedo con el mejor toro de una corrida de juego variado de Torrestrella. Garrido brilla con el capote, aunque sin espada. Cadaval se va de vacío. #FeriadeSevillaenToros pic.twitter.com/GfNUQ2sV3V
— Toros (@toros) 1 de mayo de 2019